Atada a tí: capítulo 2

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Deje el móvil sobre mi bolso y me senté en un bajo banco de cañas gruesas de bambú pensando en mis posibilidades. Escribo a Andrea.

-¿Seguro que es de fiar?

-Si nena, no te rayes.

-¿Por qué no me enseña la cara? ¿Por qué se esconde? ¿No será un viejo no? Que os mato.

-Nooo, tendrá entre veintiocho o treinta como mucho. Dice Riqui que alquiló la sala sólo para vosotros dos y eso vale una pasta nena, no comerá de ti nadie más que Él. ¿No querías un cambio? ¡Pues ponte el kimono y desnúdate para Él! No seas tonta, que es un dulce de chaval y de los clásicos.

Suelto el móvil y le pregunto a una de las camareras donde está la sala Shinju y que soy la bandeja de la sala.

-Sígame. Sigo a la camarera asiática entre la multitud de mesas y me conduce a lo que parecía ser un almacén.

-Elija una caja, debe llevar sólo puesto el kimono. Deposite su ropa y calzado en la caja y métala en una taquilla, cuando este lista, salga y la guiaré hasta su comensal. La camarera cierra la puerta y me deja en penumbra. Escojo una caja al azar y saco de ella un hermoso kimono blanco. Desde el dobladillo hasta la cintura trepaba un bordado floral finamente cosido de tonalidad azulada. Eran unas flores muy detalladas para ser tan pequeñas. Las mangas blancas del kimono se fundían con el azul y sobre estos bellos tonos estaban las mismas flores que adornaban el cuerpo de la prenda y estas estaban bordadas con un brillante hilo blanco.

En el fondo de la caja reposaba doblado cuidadosamente un obi de seda celeste, completamente liso y bajo este unas enormes sandalias de madera.

Me desnudé con temor y me coloqué el kimono sobre los hombros. La seda fría y resbaladiza del interior del kimono endureció mis pezones. Calmé mi nerviosismo, anudé fuertemente el obi rezando para que no se abriera el kimono mientras caminaba. Doble mi ropa y la guarde en la taquilla, me calcé las pesadas sandalias japonesas de madera y salí del vestuario improvisado.

La camarera me esperaba fuera. Yo intentada calmar mi pánico con cada pequeño paso que alcanzaba a realizar con esa estrecha ropa (había atado el obi demasiado fuerte, dejando así poca abertura para mis piernas), el calzado tampoco ayudaba, era muy pesado y tres o cuatro tallas mayor de mi número.

La camarera se detuvo frente a la puerta corredera de madera y papel. Abrió la puerta y la habitación constaba de unos cojines morados situados en fila de a dos y una tenue luz de un larga y fina lámpara de papel. ¿Qué clase de broma era esta?

Atada a tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora