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(*)Cuando vean este símbolo es porque el diálogo se supone es en coreano.

HyungWon yacía acurrucado en posición fetal sobre la cama. Estaba aterrado de nuevo. Cada vez que salía sentía que todo el mundo lo miraba. Había llegado a Adare después de haber estado una semana vagando por Dublín. Por momentos le costaba entender lo que decía la gente aunque su inglés era bastante decente. Intentaba pasar desapercibido la mayor parte del tiempo, siempre con la impresión de que alguien lo seguía. Sentía como una sensación de sofoco constante y tenía pequeños ataques de ansiedad que lo mantenían en un estado atontado que duraba días. Estaba cansado. No tenía noticias de Min, ni de Kihyun. Incluso habría agradecido saber algo de Chang o de Chary, a pesar de haber pasado con ellos solo algunas horas. Estaba solo. Solo en un país que no conocía y aún así no se sentía a salvo. Siempre que salía a la calle miraba sobre el hombro. Un hábito que había adquirido cuando aún estaba casado con ese psicópata.

Necesitaba tranquilidad y la dueña del hostal donde se estaba hospedando le sugirió que probara con Adare. Que era un lugar de ensueño. Que allí iba a encontrar la paz que tanto buscaba. No sabía por qué le había hecho caso, pero a la semana ya estaba partiendo con su maleta hacia el pueblito.

La mujer no le había mentido. El lugar era como una postal del paraíso. Caminó un rato, maravillándose con los paisajes de cuentos de hadas. Todo era muy hermoso a la vista y cuando se terminó de recrear la vista con los paisajes preguntó por alguna posada para pasar la noche. Todos le habían recomendado la posada de la señora Smith.

Le encantó lo acogedor del lugar. Las pequeñas mesitas del comedor, las cortinas de encaje, el olor a lavanda que flotaba en el ambiente. Todo era tan delicado y tranquilo que dio un suspiro satisfecho que lo hizo sonreír por primera vez en meses.

—Hola, buenas tardes, joven —una señora bajita y rechoncha con aire de hobbit de la comarca lo saludó.

—Oh, buenas tardes. Me estaba preguntando si tendría alguna habitación disponible...

La mujer asintió y le indicó una mesa donde tomó asiento.

—¿Le gusta el té? —le preguntó.

HyungWon le agradeció con un asentimiento de cabeza y se dispuso a esperar.

La señora volvió poco después con una bandeja de pastelitos y dos tazas de té.

—Luces cansado, cariño. ¿Tuviste un largo viaje?

—Si, algo así. Llegué hace una semana...

—Claro, entiendo. Come, por favor. Te ves delgado.

HyungWon sonrió. Siempre había despertado el sentido maternal de las mujeres, claro que exceptuando a su madre que solo lo veía como una chequera a la que debía agotar. Agarró un pastel de la bandeja y cerró los ojos ante el sabor exquisito que había explotado en su boca.

—Oh, dios mío. Esto es... esto es delicioso. Es una de las cosas más deliciosas que probé en mi vida. ¿Los hizo usted?

La mujer sonrió, pero sacudió la mano, haciéndole un gesto negativo.

—No, qué más quisiera yo que tener ese don. Los hace un muchacho que tiene una casa de té a pocos minutos de aquí. Un día tienes que ir allí. ¿Cómo te llamas, cielo?

—Hyu... Seung Woo, señora. Klein Seung Woo.

—¡Qué nombre más bonito! Por tu nombre debes ser coreano, ¿verdad?

HyungWon asintió dudando.

—Mitad. Mi padre era alemán, mi madre coreana.

—¡Pues eres un muñeco, Seung Woo!
—exclamó contenta la mujer—. Te daré una habitación con una hermosa vista, ya verás.

Luego de terminar el té y de devorarse algunos pasteles —HyungWon debía alguna vez visitar esa casa de té— siguió a la señora Smith a la que sería su habitación. Una vez que ella le enseñara todo lo que había en el cuarto, se dispuso a tomar un baño de inmersión. Siempre le había gustado sumergirse en el agua caliente y fragante hasta quedar casi adormecido por el vapor y el relax. Cuando vivía con XiaoJun no podía hacerlo. Simplemente porque no quería que lo viera desnudo y vulnerable. Porque sabía que Xiao disfrutaba de tomarlo en el baño. Porque sabía que no tenía dónde huir.

A veces se encontraba pensando en cómo había sido tan crédulo de pensar que Xiao lo amaba. Si era cierto que, al principio, cuando él aún vivía la vida de un adulto joven soltero, había querido creer en el cortejo casi chapado a la antigua a la que Xiao lo había arrastrado. Xiao Jun era un magnate joven, aunque algunos años más grande que él, pero investido con un aire de madurez que a HyungWon le infundió una seguridad que nunca había sentido. Era atractivo, demasiado a decir verdad, aunque no exactamente de su gusto que prefería a los hombres de aspecto más inocente, pero que le había despertado cierta curiosidad. Nunca se había sentido la gran cosa aunque se sabía atractivo para el promedio. A veces verse en revistas o en marquesinas por las grandes avenidas le daba la sensación de estar viendo a otra persona. Alguien que no era él.

Ese joven atractivo, con aires de príncipe o de estrella de rock no era él. Pero a nadie le interesaba eso. A nadie le interesaba quién era realmente HyungWon.

Ahora estaba allí, acurrucado sobre las mantas, con la certeza de que estaba solo. No había nadie allí para él. Había intentado salir un poco, conocer el pueblo, pero su ansiedad no lo ayudaba y temía tener algún ataque de pánico en la calle y que tarde o temprano alguien descubriera que estaba allí. Xiao lo encontraría. Él se lo había dicho. Prefería verlo muerto antes que lejos suyo. Y HyungWon le creía. Lo creía capaz de quitarle la vida porque conocía de primera mano hasta dónde podía llegar la furia de su marido. Su marido. La palabra misma le revolvía las tripas. Quería arrancarse la piel que ese hombre había marcado con sus besos violentos, con sus dedos viciosos y despiadados.

Ya no sabía qué día era, sólo esperaba la muerte. Ya no le importaba que Xiao lo encontrara. Cualquier cosa era mejor que el miedo.

—(*) ¡Seung Woo! Oye, hermano, ¿estás bien?

HyungWon parpadeó, confundido. Le habían hablado en su idioma. Estaba tan desquiciado que ya oía voces. Apagó un sollozo contra la almohada.

—(*) Hey, soy Hoseok, la señora Smith me habló de ti, me gustaría conocerte...

Levantó la cabeza mirando alrededor. La voz seguía hablándole. Se incorporó lentamente y se sentó, con la cabeza dándole vueltas.

—(*) Abre la puerta, por favor. La señora Smith está muy preocupada por ti. Al menos déjanos saber que estás bien.

La voz era profunda, pero amable. Se arrastró hasta la puerta, apoyándose contra la madera. Todo podía ser un engaño. Quizás era alguien que había mandado su marido. Era eso. Era todo. Corrió a su bolso y rebuscó entre sus cosas. Solo había un frasco de analgésicos medio vacío. Lanzó una maldición, ni para suicidarse servía. Finalmente se tragó todas las pastillas que había y se arrastró de nuevo. Destrabó la puerta y entonces se dejó caer, encogiéndose contra la pared.

—(*) Seung Woo —ahora sentía la voz a su lado— ¿cómo te sientes? ¿Puedes hablar?

Sintió una mano pesada apoyarse en su coronilla y apretó más los ojos. Pero el golpe nunca llegó, solo una caricia. Abrió los ojos despacio, desconfiado y asustado. Un joven, claramente coreano le sonreía y por alguna razón él también se encontró sonriéndole de vuelta.

—Soy Hoseok —dijo el joven—. No tengas miedo, no te haré daño.

Y HyungWon le creyó.

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Jealousy (2won)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora