11. Dolor De Amor

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     Estoy sentada atrás, donde nadie pueda verme. En la vieja silla de madera, bajo la escalera. Tu voz, aún sin micrófono, suena clara en la oscuridad. La oratoria es algo que siempre se te ha dado, ¿Recuerdas cuando éramos niños, y vos reunías a tus amigos y les exponías los temas que te ponían en la escuela? Aunque yo era muy pequeña para jugar con ustedes, te escuchaba con atención, tal y como ahora.

"El fuego de tu amor". La morenita del Tepeyac aún guarda tus últimas palabras ante ella y ante nosotros. Palabras que nunca debieron salir, que era mejor que te guardaras bien adentro. Querías estar en paz, dejar en clara la jugada. Querías tu consciencia tranquila para poder seguir la voluntad de Dios. Mientras la tuya quedó en calma, en la mía se desató un torbellino.

Luego de pronunciar esas palabras, levantas la mirada hacia tus oyentes, y me encuentras debajo de la escalera. El brillo de tus ojos cambia, a pesar de que estás hablando de tu Amor. Ahora es la Negrita quien es testigo de la mismas palabras de aquél caluroso día de diciembre. Pero ya no podés dar marcha atrás. Ni yo puedo avanzar hacia adelante. Sonríes imperceptiblemente, con esa manerita tan tuya. Quieres acercarte, pero yo estoy muy atrás y tus oyentes sospecharían. Sigues hablando. La guirnalda navideña se ha secado, las luces se han apagado. La magia de ha desvanecido. Y aunque existiese, ya no queda inocencia ni juventud.

Las formas me indican que a partir de ahora ya no puedo seguir tratandote como antes. Que debo usar tu nombre de pila, seguido del titulo que ahora te reviste. Otros tantos jóvenes han pasado por el mismo sitio que vos, y aún así las formas no han cambiado. Ellos se cruzaron en mi camino mucho antes de haber alcanzado la Meta Definitiva, siendo torpes jovencitos, como vos. Pero ninguno de ellos sos vos.

Tengo en mi mente nuestra última conversación. "Siempre estaré ahí para vos". Las mismas palabras de Alexander. Pero él se ha ido. Y, aunque no quiera aceptarlo, vos también. Mi mente aún no se adapta a la idea de vivir sin tus abrazos, sin tus consejos. Ahora soy una mariposa a la merced del Viento.

A veces, mi mente decide irse a la libre,y yo la dejo. Pienso qué hubiera pasado si nada de esto hubiera pasado. Si en aquél momento no hubieras decidido irte, si, de repente, el rehacer el camino hubiera sido viable. Y así, viendo las estrellas, me transporto a una escena mágica: vos, vestido con una camisa blanca y suéter rojo oscuro, yo con un vestido burdeos largo, cenando con tus padres y hermanos luego de la misa de Navidad, o con los míos, sentados bajo las luces de la guirnalda de la sala, observando al Niño recién nacido, mientras bebemos vino.

Dicen que Dios no pone anhelos imposibles en el corazón. Pero este ha sido una clarísima excepción. Le pedí a él y a María me arrancara de raíz todo amago de ésto que siento, pero aún no lo han hecho. Me toca luchar sola, con los ojos vendados en un valle lleno de monstruos... Cuánto desearía que estuvieras aquí.

Perdón, Richard por haber sido tu piedra de tropiezo.

Relatos de una Noche sin almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora