18. Revivir el pasado

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Miro mi armario con algo de pereza. Algunas cajas y bolsas se amontonan en su parte superior, y ropa sin acomodar sobre el colgante. La quito antes de examinar las prendas que aún se resisten a caer de los ganchos.

No sé cuánto tiempo atrás imaginé este momento. Unos seis años, quizás más o quizás menos. Imaginé esa emoción tonta de adolescente durante otros tantos años, de lo que yo le diría, de lo que él me diría. Lo idealicé y plasmé, tonta colegiala, al punto de unir mi apellido con el suyo y pensar los nombres de nuestros hijos. Me enamoré "hasta los huesos", insípida expresión. Pero Dios tenía otros planes, planes que, vistos desde este foco, eran necesarios.

Todo se me viene encima, como las bolsas amontonadas en el armario. Todo ese año, todo el proceso. Él y yo, los planteamientos para el futuro. Mi padre, corazón igual de herido que sabía todo pero no quiso herirme, pues yo no era una jovencita de sonreír mucho, pagándole a mi mejor amigo, para que interviniera cada encuentro furtivo que yo tenía con él. Gerardo, criado de mi padre, dándome la noticia creyendo que yo ya la sabía. Yo, llorando llena de rabia y dolor, pidiendo un por qué. Pero Dios guardó silencio, y yo me sometí a sus designios.

Tres años después, él regresó de esa extraña tierra de la cual nadie habla nada. Una tierra que algunos pocos logran cruzar. Fui a recibirle, pero él ya no era el mismo. Ni yo. Tantas decepciones, tantas tristezas. El último me dijo que yo era su alma gemela, pero el título que le reviste imposibilita cualquier pacto.

Él regresó cambiado. Su mente aún seguía en los horrores de esa tierra, cuando realmente era llena de bondades.  Durante esos tres años, no me enamoré. Fueron apenas atracciones momentáneas, instintos maternales con otros. Protegí a Javier de sus demonios internos, pero él era aún un niño en el cuerpo de un adulto. Me enamoré de él desde su inocencia, su manera tan simple de ver la tierra, todos se aprovechaban de él y yo decidí protegerlo. José fue otra pasión donde rompí la ética que tanto me inculcaron. Quise imaginar un futuro con él también, pero ya no era la adolescente ilusa. Ya no me encontré.

De cuando en cuando pensaba en él. Poco, pero mi pensamiento volvía. Y él duró dos años en sobreponerse, y huyó, esta vez al único lugar del mundo donde podía encontrarse de nuevo. Y me volvió a escribir. Y volvió a hablar y a reír. Allá era él, el chico del que me enamoré. Pero ya mi padre también había partido a una tierra donde él era un extranjero, dónde las tortillas se hacían con amor. Nuestra casa ya no era nuestra.

Hace una semana él regresó y me pidió salir. Salir.
La primera cita. Esa primera cita que debió suceder hace tanto tiempo. Frente a mi armario, lloro. En la juventud estaban permitidas algunas formas que mi corazón siente, pero que no concuerdan con lo que de mí se espera. No sé si lo amo, no sé si sea prudente revivir ese amor. Ya sufrí demasiado. No sé qué se hace en una cita. Ya pasó mi juventud y nunca he dado mi primer beso. No sé qué se espera ni qué debo esperar. Ya no me importa nada.

Ya para él floreció el arcoiris. Para mí, la flor se marchitó y me resigné. Decía un sabio que la mujer no debe preocuparse si no fue escogida. De por sí el afecto nunca fue lo mío...

Relatos de una Noche sin almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora