19. Tortura

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Cae la noche, telón enamorado. Y con ella nace la locura, las dudas, los arrepentimientos...
Aquél está ahí, al fondo de la estancia. Desesperado, trata de rasguñar el suelo, como un perro que intenta escarbar un agujero para escabullirse dentro. El plan se le está torciendo, se le salió de las manos y ya no hay forma de remediarlo. Al ver el desastre causado, llamó a su padre, a quien anteriormente había negado y humillado, y su padre le pagó con la misma moneda, desterrándolo de la casa que lo vió crecer, quizás sin posibilidad de retorno. Rebusca entre sus bolsillos anchos y saca la libretita anillada que anda siempre consigo. "Gloria", se lee en la portada amarilla. Así era, así debía ser. A la luz de la luna, repasa su plan. ¡Todo iba bien, todo iba perfecto! ¿Qué diantres fue lo que pasó?

Del otro lado, la noche misma lo observa, con la indiferencia en su rostro de niño que tuvo que crecer rápidamente. Una única estrella blanca denota su oficio. Inquisidor sería en otras edades, mas hoy ese oficio se ha reducido a menos acción y más contemplación, a cobrar una venganza humana y no divina. Mira su sufrimiento, y quiere compadecerse de esa alma en pena. Pero él no es alguien que muestre sentimientos, y menos ante la persona que está al frente. Sus labios murmuran los nombres de las víctimas. Y se levanta a cumplir su función.

El dolor se ha transfigurado en cólera. No le importa lo que le enseñaron de pequeño, ya no le importa lo que la vida ha querido hacer con él. "Seré tu instrumento, Señor" dijo una vez. Ya hoy, no sabe a quién le está sirviendo.

Aquél murmura entre dientes el salmo 94, temblando como un conejillo asustado. Cosa muy loable si estuviera amaneciendo. Pero la noche permanece impasible.

-Mejor sería que no hubieses nacido.
Sin embargo, Aquél reconoce la voz de la noche.
-¿Arturo?- Se acerca a él, tocándole los zapatos impolutos, y por alguna razón que a la noche le repugna, los reconoce- ¡Oh, Arturo! ¡El Señor siempre escucha mis plegarias! ¡Yo camino a su diestra!
¡Amigo mío, tú me conoces, sabes cómo soy!
Arturo... Nadie le llama así desde hace años. Él sobrevivió, sí, pero, ¿A qué precio? El recuerdo de entrar al sótano y ver la sangre, reconocerlos a ellos, y prorrumpir en llanto al ver a la única persona que esperaba sobreviviera. El único que sobrevivió no quedó bien de la cabeza. Y él tampoco.

Los gritos de terror que causa la noche calman su espíritu. Está ejerciendo la justicia, la verdad y el derecho. Afuera, en el campo recién sembrado, contempla a Aquél, durmiendo el sueño de los justos. A su lado, la única cómplice, a quien también más le valdría no haber nacido. Le causa repulsión su cuerpo deforme y su rostro hinchado. Sin decir nada, entierra a ambos en el campo. No ha nacido la cosecha, nadie lo notará quizás hasta la próxima siembra. O quizás no lo siembren más.

Hace la señal de la cruz con una mueca de disgusto en el rostro. Se siente mucho más tranquilo. En el cerco, un pequeño guisante reposa sobre unas hojas secas.

Una luna sobre la noche.

Lo toma, envolviéndolo entre su suéter. Y al sentir su cuerpecito contra el suyo, sus labios forman una curva que bien puede ser una sonrisa.

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⏰ Última actualización: Sep 03 ⏰

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Relatos de una Noche sin almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora