16. Ansiedad

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Entro a la tienda. La gente se agolpa delante de las urnas. Estamos cerca de la entrada a clases, así que hay niños viendo cuadernos y mochilas y mamás preocupadas viendo algunas la lista de útiles escolares, otras escogiendo junto a sus hijos los estuches o viendo chucherías. Ante tal cuadro, los recuerdos comienzan a asomar y yo les espanto de un manotazo casi odioso.

Merodeo por la tienda, viendo las otras urnas. Collares, aretes, productos de belleza, de manualidades, carteras, bolsos, perfumes... Ninguno me agrada, no me llaman la atención. No son lo suficiente, no le va a gustar. Salgo de esta tienda y voy a la del frente donde el cuadro es similar. Un vendedor joven y amable me da los precios y bondades de los bolsos escolares que según él contemplo. Con una sonrisa amable le agradezco, pero mi mente piensa en otra cosa y comienza a oscurecerse. Con paso apurado, como un gatito que huye de un perro rabioso, me refugio en una relojería. Preciosos ejemplares me miran sorprendidos, pero no puedo concentrarme en ellos al recordar que tiene varios relojes.

En una tienda de ropa, la vendedora ansiosa por ser promocionada me dice que hay descuentos. Pero las prendas me lanzan recuerdos a la cabeza. Gritos, berrinches y lloros por una blusa que no le gustó, que no le quedó, que muy de abuelita. Salgo antes de asfixiarme.

Recostada al muro de la casa que otrora fuera de mis suegros, trato de relajarme, mientras mis pulsaciones vuelven a la normalidad. Tiene razón Luis Eduardo, no voy a lograrlo, y aparentemente no lo haré nunca. Y me preguntó cuál es el daño que tiene ella, o qué bien tengo yo, cuál es mi daño aparentemente irreversible, que me es sencillamente imposible conseguirle un regalo a mi madre.

Relatos de una Noche sin almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora