Capítulo 5.

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―Cambiando de tema, Valentina sí que tiene una casa linda. ―Eva halaga cruzando sus piernas.

―Ni que lo digas. Lo que más me gusta es esta terraza. ―Palmeó el mueble en el que están sentadas.

Una jarra de café helado, el atardecer detrás suyo y el suave viento moviendo sus cabellos. Habían pasado al menos una hora charlando de todo y nada en aquella terraza.

«Perfecto», describiría Juliana.

―¿Debo suponer que es por el silencio? ―Arquea una ceja y toma un sorbo de su vaso con hielos y café.

La pelinegra asiente. ―Me conoces bien. ―Se toma un momento y vuelve a hablar. ―Pero no me malentiendas, adoro tener una casa cálida donde hay ruido y que no llega a ser molesto... adoro eso, solo que entre esas risas y las conversaciones no participo yo. Solo los escucho y a veces es aburrido, ¿Sabes?

Eva la mira un momento y se acomoda mejor en su asiento, dejando su vaso en la mesilla frente suyo. Juliana la mira también.

―Pequeña...ya ha pasado una semana desde que vives aquí, ¡No es posible que sigas estando de lado como si fueras un adorno! ―Exclamó, pero Juliana se alarmó.

―No lo digas tan fuerte, ¡Nos pueden oír! ―Jaló un mechón del largo cabello negro de Eva y esta se quejó para hacer lo mismo con su mechón rizado. ―¡No seas tosca!

―¿Yo o tú?

―Como si tus extensiones dolieran, mujer. ―Juliana a veces tenía un humor ácido, y Eva amaba ese lado porque ella era igual.

―¡Jajaja! ―Se movió de forma graciosa mientras reía, luego se calmó y la miró. ―Pequeña, estás haciendo que olvide lo que iba a decir. ―Regañó tocando la nariz de botón de Juliana y ella entre risitas quitó su dedo.

―No es necesario que sigas hablando de ello, además no es como si no hablara con nadie... me llevo bien con los gemelos. ―Sus dedos jugaron con su propio cabello rizado. ―Se pegan a mí cuando no está Valentina cerca, y me hablan de todo lo que pueden hasta cansarse.

La mujer asintió y acomodó su cabello para un lado de forma coqueta. Claro, le salía natural. ―Y dime, ¿Acaso los gemelos son hijos únicos de Valentina? ¿Y cómo así que se te pegan cuando no está Valentina cerca?

Juliana arrugó su naricita y le sacó una sonrisita a Eva. La pelinegra era realmente muy tierna y linda, ese era su encanto, sin prejuicios. Todos los que conocían a Juliana lo sabían: Era una mujer encantadora.

―Bueno, con respecto a los gemelos... es extraño. Los niños no están conmigo o me hablan tanto cuando está Valentina al rededor, pero cuando ella sale a hacer las compras o se queda dormida en la habitación, los niños vienen a mí y se me pegan... no los he visto así ni con sus hermanos.

Eva asintió. ―Son aún unos niños pequeños así que quizás sea su forma de adaptarse... aunque claro... ―Hizo una mueca.

Juliana la miró un momento y negó con la cabeza. ―Ya, dilo, Eva. Sé que quieres decir algo.

―Hm... tengo una teoría. ―La miró mientras cruzaba otra vez sus piernas. ―Quizás ellos son más abiertos contigo ―aunque de forma extraña―, porque no han conocido a su difunta madre, entonces no tienen esa molestia contigo como sus hijos mayores.

―No creo que sea molestia. Son adolescentes, así son...

La de ojos verdes parpadeó un momento sin entender. ―¿Entonces que crees que es? Cariño no, estoy segura. ―Volvió a tener su vaso entre sus manos y lo agitó suavemente en dirección a la menor, señalando que quería más café helado. Juliana obedeció.

Cenizas De Un Amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora