Capítulo 9.

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La noche anterior.

―Debí traer la otra corbata, lo sabía, ¿Tú que crees?

―Te ves bien con lo que sea. ―Respondió con voz adormilada.

―Creo que usaré la de color vino, quiero verme bien para la reunión de mañana. ―Lo ignoró y siguió hablando frente al espejo.

Valentina asintió, bostezando, boca arriba en la gran cama de la habitación del lujoso hotel en Canadá. Hace horas que habían aterrizado.

―¿Me estás escuchando?

Joseph resopló cuando la mujer parecía quedarse dormida, así que se acercó, tomó una de las almohadas a su disposición y golpeó el rostro de Valentina, despertándola de un susto.

―¡Oye!

―"Oye"―Imitó. ―No te quedes dormida, no hemos terminado de hablar. ―Tiró la almohada a un lado. ―¿Recuerdas que debes levantarte temprano, verdad?

―Sabes que soy responsable de levantarme primero para poder despertarte a ti. Así que, sí.

Valentina pareció gruñir por lo bajo y se levantó de la cama hacia el baño. Joseph arqueó una ceja.

―¿Qué te ocurre?

Se escuchó el agua del caño correr y dedujo que estaba lavando su rostro. Seguramente para quitarse el sueño.

―Estoy cansada, es eso.

Joseph la vio caminar de vuelta a la cama y se tiró ahí. Suspiró.

―Has estado rara desde que aterrizamos, Valentina.

―Estoy muy cansada, pero no logro dormir. Es estresante. ―Se dio la vuelta sobre la cama y frotó su rostro. ―Quise dormir en el vuelo y en todas esas horas no pude.

El mayor analizó las palabras y sonrió burlón. Era obvio, conocía muy bien a su amiga.

―¿Acaso extrañas a mi linda Juliana? ―Bromeó. ―Seguramente te llena de mimos hasta que te quedas dormida, no me lo puedes negar.

Valentina alzó su rostro y lo miró seria. ―Es Juliana. ―Le aclaró, sacándole una risa a su mayor. ― Y no es eso, sólo debe ser el cambio de horario o algo. ―Volvió a tapar su rostro con sus manos.

Joseph negó, aunque Valentina no le veía. ―En fin, ya debo ir a mi habitación, te veo en la mañana.

―¿Podrías apagar las luces al salir, por favor?

―Seguro, mimada.

Valentina se enderezó para quedar al borde de la cama y quitó sus zapatos al igual que sus pantalones, mientras Joseph apagaba las luces de la habitación. Se acomodó al medio del gran colchón y su cabeza descansó en una almohada.

Poco después escuchó los pasos de Joseph alejarse y cerrar la puerta. Se había ido.

Pasaron minutos y no podía dormir.

¿Acaso extrañas a mi linda Juliana?

Suspiró, estiró su mano hacia la mesita de noche a un lado, tomó sus lentes y su celular. Se colocó los lentes y encendió su móvil.

Dos de la mañana. Sólo se le ocurría hacer una cosa.

―¿Hola?

Escuchó la dulce voz de su esposa al otro lado de la línea y su cuerpo se relajó.

―Hola, Juls.

―¡Amor! Estaba esperando tu llamada, ¿Llegaste bien?

Claro que la extrañaba. Maldición, la extrañaba mucho y tan sólo han pasado unas horas.

―Llegamos bien.

Era obvio que Joseph tenía razón. La quería a su lado como cada noche antes de dormir esas últimas semanas. De alguna forma se había acostumbrado a su presencia por las noches, aunque al principio fue incómodo.

―Eso me alivia. ¿Ya cenaste?

Una conversación corta mediante palabras dulces fue suficiente para que Valentina se relajara a tal punto de no poder mantener los ojos abiertos.

―¿Sigues ahí, amor?

―Lo siento, tengo mucho sueño, Juliana. Te llamaré por la mañana, ¿Está bien?

―Claro que sí, duerme bien, te amo.

―Y yo a ti.

La llamada finalizó luego de una hora.

Se estiró una vez más para dejar sus lentes y móvil donde antes estaban. Suspiró cuando encontró una posición cómoda y cerró sus ojos, sintiendo ese vacío a su lado.

Ese vacío que hace mucho no había sentido luego de tantas noches con la compañía de Juliana.

Ese vacío que sintió por años luego de la muerte de su esposa.

Ese vacío que tanto odia.

Valentina por fin se quedó dormida con el pensamiento de que esa semana sería difícil sin su pequeña esposa.

...

Cuando cayó la noche Juliana dejó su móvil en algún lado de su cama en ese espacio vacío que Valentina suele llenar.

La extrañaba.

Acarició su lado de la cama y se dio una vuelta para el otro lado.

La soledad y el silencio de la noche a veces solían consumirla cuando aún vivía por su cuenta, en ataques de pánico y ansiedad. Lo recuerda bien. Con miedo de su soledad y de quedarse así por siempre. Para toda su infortunada eternidad.

La soledad y el silencio molestan su corazón. La ahogan, la atormentan, la destrozan.

Se abrazó a sí misma y cerró los ojos tratando de tranquilizarse. Tener un ataque en plena noche sin Valentina y los niños durmiendo no sería nada agradable.

Inhaló y exhaló una vez más de manera profunda.

«Valentina me ama.»

Realmente lo creía.

Cenizas De Un Amor | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora