Interludio (I)

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Medio recostado en el sillón azul se hallaba Richard Fortescue en la desesperada espera de su esposa. Solamente una vieja melodía jazz le hacía compañía, horas antes el parloteo y bullicio de su hija Alice lo habían mantenido bastante entretenido ahuyentándole todo el enojo y frustración, sentimientos de los que últimamente era presa. 

En medio de la sala aparecieron inmensas llamas verdes provenientes de la chimenea. Abigail apareció en medio de ellas, traía sus botas de taco color negro en las manos con tal de evitar pisadas fuertes que pudiesen despertar a su esposo e hija, pero se detuvo en medio camino al percatarse de que Richard la miraba expectante y con los ojos bien abiertos frente a ella. 

—...Alice se quedó dormida esperándote—. Anunció Richard con tono molesto, casi dolido, de haber sido la primera vez que ese tipo de hechos ocurrían probablemente el hombre hubiese actuado con un humor más comprensivo. 

Abigail, quién de por sí ya traía bajo los ánimos y el mal humor encima, sólo acertó a contestarle: —...Iré a verla en cuanto me cambie de ropa. No tenías porqué quedarte despierto sólo para reprocharme eso. 

Nacida en cuna de oro y criada en compañía de la crema y nata del mundo mágico, Abigail Lydell no terminaba de acoplarse al estilo de su compañero de vida, a pesar de los años y los sacrificios que hizo por estar con él. 

Ahora ese atrevido arrebato de rebeldía de juventud le cobraba factura cuando su vida empezaba a tomar importancia. Atribuía su matrimonio a un simple capricho, a una ilusión vana, a cualquier otro sentimiento más no amor. 

—...Perdóname, entonces. Pero, creí que ya no regresabas—. 

Ser Auror era un trabajo complicado, riesgoso, de aquellos que te arrebatan el tiempo para la familia e incluso para ti mismo. Abigail no terminaba de comprender cuál era exactamente la molestia de Richard, si él la conoció siendo Auror, incluso la conoció con su uniforme de profesión, y le propuso matrimonio a pesar de todo ello. 

—...Después de tantos años de conocernos, en serio. ¿Vamos a empezar con ese tipo de reclamos?. Te lo dije esta mañana. Hoy tuve uno de los días más ocupados. Perdóname por cumplir mi trabajo tratando de traer comida a esta casa—.

Él la amaba, la adoraba, y la admiraba. Para su lástima y para el resto de la familia, malos rumores acerca de Abigail rondaban; "la señora Fortescue visita a algunos miembros de la familia Black." "Abigail Fortescue no llegó a su trabajo." "La esposa del buen Richard, esa mujer está por mal camino".

—...Si vienes de estar con esa gente, agradecería que ni te acerques a Alice—.

Tirando el chaleco a un lado, agachándose a dejar las botas a un lado y pasando una mano nerviosamente  por su cabello caminó hasta donde él se encontraba y cuestionó: —...¿Qué gente?¿Mis compañeros Aurores o mi jefe, a quién te refieres con esa gente?

—...Esos despreciables que hablan de un tal Señor Oscuro, ¡Por favor Abigail, ¿es que acaso no aprendiste nada acerca de artes oscuras y de los malos pasos en la Academia?!—. Exclamó impaciente. 

Abigail respiró profundo antes de tomar asiento en un sillón cercano, recostó la cabeza sobre el espaldar de éste cerrando apenas los ojos, le dolía terriblemente la cabeza, probablemente el par de copas de vino compartidas con Rodolphus empezaban a producirle tal jaqueca. Además, detestaba discutir con Alice en casa. 

—...¡No hago nada malo, ellos son mis viejos amigos!. Crecí rodeada de ellos y su familia, no te alteres—. Explicó con una extraña naturalidad antes de levantarse de un salto dirigiéndose hacia la cocina. Richard no replicó nada más. 

Un par de años más tarde, una tarde nublada de noviembre asesinaron a Abigail Fortescue. Mortífagos, así se hacían llamar aquellos magos encapuchados que producían desastre donde pisaban y de ataque en ataque aumentaban en cantidad. 


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"El Lenguaje de las Flores" [A Franlice Fic]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora