Capítulo 2: Aún desaparecida Brigitte Díaz

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Decido salir de la cabaña a tomar aire fresco, pero tan pronto hago contacto con la luz, esta me ciega y una fuerte jaqueca emprende. Entro a la cabaña nuevamente y noto que mi pálida piel está rojiza a causa del sol, tal como si me hubiera quemado.

Comienzo a revisar la pequeña choza, pero no encuentro nada interesante, solo herramientas para cortar el patio y piezas de mecánica. Las horas transcurren y la intensidad lumínica disminuye, por lo que me dispongo a salir nuevamente. Sin embargo, a diferencia de la otra vez, la jaqueca es leve y mi dermis luce normal.

Transito carente de dirección, sin saber en qué lugar estoy. Puedo jurar que mi apariencia es similar a un indigente, ando descalza, mi cabello está enmarañado y mi blusa y pantalón están percudidos. Voy caminando por una de las orillas de la carretera, algunos autos pasan por mi lado sin prestarme atención, lo cual agradezco mucho.

He visto el día cambiar en múltiples ocasiones durante mi estancia en esta zona desconocida. Mis condiciones son deplorables, pues no sé cuándo fue la última vez que me alimenté y me duché. Supongo que al verme en un espejo no me reconocería. El escozor en mi faringe me recuerda que debo de satisfacer las necesidades de mi nueva existencia.

Perdida en mi propios pensamientos no me doy cuenta que un anciano borracho se me acerca. Actúo instintivamente dejándome llevar por la naturaleza de mi nueva entidad, por lo que sin pensarlo dos veces, lo acorralo y mis colmillos están listos para el ataque. Me siento como un despreciable monstruo al ver su semblante de horror plasmado en su mirada. Sin poder controlar la adrenalina, clavo mis colmillos en su cuello e ingiero su plasma caliente hasta secarlo por completo. Observo su fallecido cuerpo luciendo exactamente igual que el de mi primera víctima.

Corro a toda prisa aguantando las lágrimas que amenazan con salir. Me acuesto debajo de un árbol de mangó, al llegar a un hermoso y desolado valle, dejando que el suplicio que siento en mi alma se disipe con el llanto que llevo contenido desde hace días. Observo nuevamente como el sol desaparece dándole paso a la noche, identificándome cada vez más con esta oscuridad eterna que será mi vida de ahora en adelante. La incapacidad de tolerar la exposición a la luz con la misma intensidad de antes me tortura, indicándome que mis días de sol en la playa han culminado. No obstante, esa situación me parece irrelevante, lo que realmente me preocupa es cuanto más voy a ser capaz de aguantar. ¿A cuántas personas más causaré daño?

Intentar descubrir cómo paré convertida en este nuevo ser solo aviva en mí los recuerdos de mis víctimas fallecidas yaciendo en el suelo. Al despertar de mi siesta, observo el cielo nocturno y me animo a enfrentar mis temores. Dudando si regresar a la realidad sea lo correcto, pero también sé que no puedo esconderme para siempre.

Velozmente troto por los pastizales hasta llegar a las carreteras principales que me dirigen hacia el hospital. Dos puertas principales se abren al acercarme y accedo sin vacilar.

—Hola. Hace unos días estuve hospitalizada aquí y quería saber por qué— murmuro a la recepcionista, la cual se acomoda sus lentes y me mira como si jamás me hubiera visto. Supongo que no me reconoce por mis aspecto o porque no estaba ese día.

—¿Cómo se llama señorita?— inquiere la chica. Me mantengo en silencio ya que no logro recordar mi propio nombre y la necesidad de obedecer las necesidades de mi entidad nubla mis pensamientos. El ruido del acondicionador de aire, el monitor de signos vitales, el murmullo de las personas y sus pulsaciones me produce cefalea e incendian mi tráquea de nuevo. —¿Se encuentra bien?— cuestiona.

—No— gruño levemente.

—Voy a buscar al médico, quizás él sabe quién es usted— indica la chica amablemente.

Odio ser VampiraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora