Capítulo 31

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Gafas azules me enseñó algo, debía ser cuidadosa con mis palabras, si no lo hacía podía provocar la muerte y estaba agradecida con él, ahora tendría cuidado y ya nunca me dirigiría a él como mi amante, él es mucho más.

En el camino de regreso a la mansión noté que nunca nos habíamos besado y estando tan cerca de su rostro la curiosidad me picó.

—¿Si me molestan mis labios, se llama besar? — le pregunté, era mi turno de jugar con el nuevo conocimiento.

—No.

—¿Y qué es besar? — le sonreí mostrándome inocente, él no sabía hasta qué punto llegaba mi desconocimiento del cuerpo humano. —Enséñame, no quiero que pienses algo como que tengo a otro.

Él sonrió y acercó su boca a mi oído.

—Aunque suena divertido matar a otro prisionero, te voy a enseñar, pero solo porque soy bueno y no quiero someterte por segunda vez en el día al olor del cementerio. — Mi sonrisa se amplió, lo convencí. —Cierra los ojos— me ordenó y lo hice. —Ahora sentirás mi respiración acariciando tu piel.

—Hmm— un jadeo escapó de mis labios y el cosquilleo me recorrió el cuerpo.

—¿Lista? — Sí. —Aquí va, quédate quieta— dijo y esperé. Su respiración se sintió cerca de mi piel tal y como dijo, su aliento olía a menta. Su boca se acercó más, la atmosfera cambió y cuando creí que lo iba a hacer, sus labios presionaron mi mejilla. —Te dije que no ofrecieras así de fácil tus labios— se apartó y continuó caminando dejándome insatisfecha y sin recibir mi primer beso.

—Pero...

—Pero nada, te besaré cuando y donde yo quiera y ya no intentes manipularme, Miss.

Refunfuñé y volví a enrollar los brazos alrededor de su cuello, Gafas azules era un fastidio.

—Creí que querías estar dentro de mí.

Él volvió a dejar de caminar, a este paso no llegaríamos nunca a la mansión.

—¿Qué te acabo de decir?

—No estoy tratando de manipularte— le aclaré, no lo estaba haciendo.

—Sí lo haces, te sale de adentro, quizás no te das cuenta, pero no lo harás conmigo. —avanzó dando pasos más rápidos y largos, Llegamos a la mansión y continuó su camino llevándome por el túnel y luego adentrándonos a su casa. —Recibirás un castigo cada vez que me lo hagas— me dejó en la cama y buscó algo entre la pared de armas, cuando lo encontró sonrió y fue directo a la pared con esposas y grilletes. —Ven.

Quise negarme, pero había algo en su voz que me atraía, como un magnetismo que sin mi permiso movía mis pies y me llevaba hasta él.

—Desnúdate— ordenó y lo hice. Su remera y su bóxer cayeron al piso junto a las pantuflas. —Te voy a atar aquí y no te vas a quejar, si te quejas te azoto y se te azoto me enterraré en tu calor ¿Quedó claro?

—Sí, Sir.

—Muy bien— felicitó y me ató las manos a las esposas dejando mis brazos colgando y mis muñecas apretadas como las de los prisioneros en la cabaña de tortura. —Separa los pies— ordenó y lo obedecí. Cerró los grilletes en torno a mis tobillos, el metal estaba helado y mi piel demasiado caliente para soportarlos.

Un gemido escapó de mis labios y él se enderezó.

—¿Acabas de hacer un ruido?

Sacudí la cabeza y me mordí los labios.

—Bien— terminó de atarme y salió de la casa.

¿Gafas azules?

Quise decir su nombre, pero no me animé, esperaba que volviera, él no me dejaría atada por mucho tiempo ¿Verdad?

Mi señorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora