Capítulo 28

616 53 0
                                    

Seguí sin poder dormir.

Mis preguntas ya tenían respuestas, pero el sueño no llegaba y con Gafas azules tan cerca de mí el cosquilleo no hacía más que aparecerse y molestar humedeciendo y dándole un calor no bienvenido a mis piernas.

Gafas azules tampoco durmió el resto de la noche, no sé en qué pensaba él, pero no habló y me acarició el cabello hasta que su mano se cansó.

No intenté preguntarle qué le pasaba, tenía mis propios problemas.

Él y yo éramos amantes, ahora lo sabía, pero nunca podríamos ser nada más.

Quizás compartimos reglas, quizás hacemos lo mismo, pero pertenecemos a mundos diferentes.

—¿Por qué no sabes nada de sexo? — preguntó cuando el sol comenzó a salir y la oscuridad en la habitación menguaba.

—Nadie me enseñó. — está prohibido y ahora entiendo porqué. Los príncipes y princesas son como niños, siempre a salvo, cerca del peligro, pero a salvo y eso incluye los placeres de la vida.

No podía salir después de la nueve a menos que tuviera permiso o fuera una urgencia. No podía ir a la universidad, terminé la secundaria así que debía estar encerrada en casa, tampoco se me permitía tener novio o pasar el rato con personas que no fueran príncipes o princesas, mucho menos besar o hacer algo más con mi cuerpo y ahora entiendo porqué.

Estaba tan encerrada, tan cautiva en esas cuatro paredes, solo tenía mi Tablet y a veces me la quitaban, mis padres me ignoraban ¿Y todo para obligarme a matar?

Conocí a todos los que dejaron de ser príncipes o princesas y cada uno de ellos cambió. Se veían felices, sus ojos brillaban, no había nada del aburrimiento o las obligaciones por las que yo pasaba día a día. Sus padres ya no los controlaban, los dejaban salir, hacer lo que quisieran y constantemente mis padres me lo decían a mí "Ellos salen porque son dioses" "Los dioses pueden pasar la noche fuera de casa" "Si te conviertes en una diosa podrás hacer lo que tu quieras, solo tienes que matar".

Poco a poco lo habían hecho, sin darme cuenta me arrastraban.

Terminé la secundaria a los dieciocho y dejé de salir. Se me quitó el celular, luego restringieron mis horas de ver la TV, me quitaron la carne, me prohibieron comer frutas y todo tipo de postres.

"Tienes que hacer dieta" — decía mamá y yo me lo creía.

Luego cumplí los diecinueve y más reglas llegaron.

No podía bañarme más que con agua fría, todo el color de mi ropa se debía ir, no se me permitía tener joyas, mucho menos hablar con otros príncipes y princesas. El maquillaje estaba prohibido, pintarme las uñas también, debía cenar sola en mi cuarto y solo una vez a la semana podría ver una serie que casualmente era demasiado larga y a ese ritmo me tomaría años terminarla.

—Pero ibas a la escuela, estoy seguro de que en la escuela enseñan esas cosas— Gafas azules me rodeó con sus brazos, no sabía cuando había empezado a llorar, pero ese abrazo me venía bien.

—Yo no asistía a todas las clases— le conté y entendí la jugada más importante de mis padres, ellos me habían preparado desde pequeña para matar.

—¿Por qué?

—No me dejaban. Solo cursé ciencias sociales, matemáticas, física y química, geografía y educación física, el resto de las asignaciones se suponía que me las enseñarían en casa, ese era el acuerdo.

—¿Y lo hicieron?

Sacudí la cabeza, ya no podía hablar, el nudo en mi garganta había ganado.

En casa no se me enseñaba nada y en la escuela mis padres utilizaban las asignaciones que me iban a servir para la mafia.

Ciencias sociales para conocer el mundo en el que vivo y como pasar desapercibida.

Matemáticas para lavar dinero.

Física para calcular la trayectoria de una bala y el alcance de una bomba.

Química para preparar esa bomba o cocinar droga.

Geografía para rastrear con facilidad a mis objetivos y por último...

Educación física en la que no era buena, pero me mantenía en forma para participar de las misiones.

Cada año de mi vida había sido planeado y calculado. Cada experiencia me había sido arrebatada.

—Miss ¿Te enseñaron en casa?

No, pero pagarían por privarme de todas esas cosas.

Mi señorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora