Capítulo 9

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Gafas azules no mentía cuando dijo que ya no me hablaría, lo que no dijo fue que a partir de ese momento me dejaría sola.

Pasaron tres días y ya no tenía a Gafas azules, tampoco ese extraño cosquilleo entre las piernas ni una casa a la que volver.

Mi vida rápidamente se convirtió en una rutina. Había perdido la hora, constantemente me preguntaba si ya era de noche o de nuevo de día, pero en lo que yo consideraba la mañana me bañaba, me arreglaba el cabello, cuidaba de mis pies que ya no dolían y estaban a punto de curarse y limpiaba, aunque no había mucho ni con qué limpiar.

Por la tarde Gafas azules me traía una bandeja, lo suficientemente repleta de comida para que me durara todo el día. Él siempre llevaba las gafas puestas y yo no sabía si me veía o me ignoraba.

Casi nunca pasaba más de dos minutos y si lo hacía era para dejar un arma en la pared sobre la cama y tomar una nueva.

La cama y los grilletes de la pared fue lo único que no toqué, temía dormir en ella y que a mitad de mi siesta un cuchillo se cayera y me matara. Los grilletes eran una historia diferente, pasaba horas viéndolos preguntándome por qué Gafas azules torturaría a alguien en su propia casa y tenía varias teorías, pero ninguna respuesta.

Pronto más y más preguntas llegaron y cuando él volvía me veía obligaba a morderme la lengua para no decirlas, pero era cuestión de tiempo hasta que me cansara.

Finalmente, al cuarto día me di cuenta de que sentarme en el sofá a arreglar mi cabello con mi cuerpo apuntando en dirección a la puerta era solo el acto de entretenimiento que ocultaba la verdadera razón de porqué miraba hacia allí.

Lo deseaba.

Esperaba con ansias el regreso de Gafas azules, aunque él solo estuviera aquí un minuto, pero ese minuto era preciado.

Podía verlo, oír a alguien más que no fuera yo, sentir nuevos aromas que no se debían a la comida sino a su colonia, también podía ver su ropa y luego imaginar para qué situación la utilizaba y lo más importante:

El cosquilleo entre mis piernas volvía.

Aún no sabía qué era, no me dolía ni provocaba otra sensación más que la de hormigas entre mis piernas, pero era incómodo porque terminaba mojándome.

Era definitivo, me estaba volviendo loca y lo peor era que me gustaba.

El quinto día llegó, me basaba en las llegadas de Gafas azules para saber que un nuevo día había empezado y finalmente él entró.

A diferencia de los días anteriores lo esperé sentada en la punta de la cama, con las piernas juntas y colgando y las manos a cada lado de mi cuerpo sobre el edredón por si el cosquilleo volvía y debía apretarlo.

Él se me quedó viendo, o al menos su postura apuntaba en mi dirección, nunca se sabe con esas gafas que trae puestas. Pero aunque se me quedó viendo por unos segundos, de inmediato volvió a apenas notarme y continuó con su tarea. 

Dejó la bandeja con comida y la ropa nueva sobre el sofá y se dio la vuelta, enseñándome una vez más la ropa que llevaba puesta el día de hoy.

Gafas azules estaba vestido con un pantalón de hacer ejercicio gris, traía una camiseta blanca que se le ajustaba al cuerpo y le marcaba los músculos y venía descalzo y despeinado. No sabía porqué, pero todo eso me gustó y el cosquilleo volvió.

Lo vi pasar junto a mí, él caminaba en silencio casi como un fantasma y al igual que el día anterior dejó un arma y tomó una nueva. 

Supe que ya estaba a punto de irse, pero yo no quería eso, aún no tenía suficiente de la visita de hoy y en mi desesperación por retenerlo por más tiempo bajé de la cama y traté de hablar, decir hola, pero solo salió "MMM".

El ruidito fue como un gemido que sabía provenía de aquel extraño cosquilleo, Gafas azules dejó de caminar y aproveché para intentarlo otra vez.

—Hola— murmuré tan alto como pude, pero mi voz salió ronca de no haberla utilizado en días. —¿Puedes quedarte un poco más? Unos segundos— le pedí. Él se giró sobre sus talones y tomó asiento a mi lado, no dijo ni A, pero su colonia me llegó y a mi cosquilleo le gustó. Me sentía más mojada que los días anteriores y tuve que apretar los muslos y frotarlos tratando de apaciguarme. 

Si Gafas azules lo notó, no hizo comentario al respecto, de hecho no hizo ningún comentario, él solo se quedó sentado a mi lado como si no existiera, pero era real y mi cuerpo estaba atento a cada aspecto de él.

Pasó un minuto y él se levantó y ya esta vez sí se fue, pero el cosquilleo no me abandonó y decidí que mañana volvería a intentarlo.


Mi señorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora