CAPÍTULO 15

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País desconocido, 25 de agosto de 2015.

Ya estábamos en este lugar desconocido dos días. La verdad es que fueron las cuarenta y ocho horas más tranquilas que había tenido desde que sucedió... Bueno ya sabéis lo que pasó.

Durante esos días no habíamos salido de casa, nos dedicamos a pintarla y a hacer como especies de murales con las fotos que teníamos de nuestra casa, pero aún no sabíamos dónde ponerlos.

Estaba en mi habitación colocando el resto del equipaje que aún no había sacado de la maleta.

- Que he estado pensando que por qué no bajamos al pueblo a buscar una tele -dijo Sergio entrando en mi habitación sin llamar a la puerta-.

- ¿Podías haber llamado no? -le respondí ya que me había asustado-.

- Bueno, no te pongas así... ¿Entonces vamos o no?

- Vale, pero solo porque si no me vas a dejar en paz.

Salimos de casa. Teníamos que bajar una cuesta para llegar al pueblo ya que nuestro barrio estaba en la parte más alta y alejada del resto de casa.

- Hace mucho calor -me dijo-.

- Pues sí, y eso que estamos a finales de agosto.

- Y si hace tanto calor casi en septiembre... ¡Puede que estemos cerca del ecuador!

- Posiblemente.

Al acabar la cuesta llegamos a la calle principal. En ella había un mercado. Sergio solo se fijaba a ver si encontraba una televisión pero yo me fijaba en la gente para saber en qué país podíamos estar. Viendo su ropa pude deducir que la mayoría eran de clase baja y además también eran morenos de piel, pero eso me hacía dudar saber en qué lugar desconocido estaba ya que era moreno.

De repente Sergio se paró yo seguía andando porque no apartaba la vista de cómo eran los puestos y los vendedores. Cuando llegué al lado de Sergio, él me agarró la mano porque sabía que estaba como hipnotizada.

- ¿No tenéis televisiones o algo? -preguntó Sergio al vendedor-.

- Que gracioso eres chaval, si aquí están prohibidas -le respondió el hombre mientras se reía-.

Sergio y yo nos miramos porque estábamos asombrados de su respuesta.

- ¿Y radios? Radios seguro que debe tener -le dije-.

- Aquí no hay ni radios, ni televisiones ni nada. Están prohibidos, al igual que la música, los calendarios, el arte...

Yo me quedé traspuestas, no sabía que decir.

- Entonces nada señor -respondió Sergio rápidamente-.

- No pasa nada, volved cuando queráis -nos despidió-.

Abandonamos el puesto y fuimos dirección a nuestra casa.

- ¿Cómo puede ser que todo eso no esté permitido? -le pregunté a Sergio aún sorprendida-.

- No lo sé, pero todo esto es muy raro.

Llegamos a casa y lo primero que hicimos fue hacer un calendario para saber a qué día estábamos porque teníamos miedo de perder la noción del tiempo.

Al acabarle le fuimos a esconder. No encontrábamos el lugar perfecto así que nos separamos.

Sergio se fue a la planta de arriba y yo me quedé abajo con el calendario. Miré en la cocina y en el comedor pero ningún sitio me parecía el correcto, así que fui a la habitación de Sergio.

Entré y me di una vuelta por la habitación. De repente muevo sin querer una alfombra que había así que me agaché a colocarla.

- ¿Qué es esto? -dije en voz baja-.

Moví la alfombra y vi que una tabla del suelo estaba algo levantada y yo la acabé de quitar.

Miré y era como si a unos pocos centímetros de mí hubiera otro suelo. Al ver esa especie de escondite secreto supe que tenía que dejar ahí el calendario.

- ¡Ya está Sergio! -le grité para que me oyese-.

Bajó y le dije dónde le había guardado. Lo vio y cuando estaba acabando de poner la tabla correctamente y la alfombra llamaron al timbre.

Sergio abrió la puerta.

- Hola pequeños reclusos, digo invitados -dijo un señor alto, delgado, con pelo corto rubio, de piel muy blanca y con una cicatriz en el moflete izquierdo que iba acompañado de dos guardaespaldas mientras entraba-.

Yo salí de la habitación para ver quién era.

- Yo soy Pagán y soy quien os ha invitado a venir aquí a vivir. No podéis quejaros, tenéis una casa, todos los gastos pagados... Estáis como queréis -nos empezó a contar mientras se sentaba a sus anchas en el sofá del comedor-. Ah también debéis saber que soy el gobernador de este pequeño país desconocido.

Sergio y yo no abrimos la boca, nos limitábamos a mirarle de pie.

- Bueno ya que no me dais nada de tomar voy a ver si está todo el orden.

Pagán se fue con sus gorilas a la planta de arriba. Sergio y yo nos quedamos a bajo.

- ¿Qué querrá este? -me preguntó Sergio cuchicheando-.

- No sé, pero no me da buena espina -le dije susurrando-.

Bajaron y acabaron de mirar toda la casa.

- Muy bien chicos, no tenéis nada ilegal porque ya sabéis que hay cosas que aquí están prohibidas, así que me voy -dijo mientras salió de nuestra casa-.

Según se fue subimos a mi habitación. Estaba todo revuelto.

- Tenemos que tener cuidado con ese señor -dijo Sergio seriamente-.

- Lo sé Sergio, lo sé.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora