CAPÍTULO 29

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País desconocido, 8 de febrero de 2017.

Corríamos y eso que todavía estaba amaneciendo. No podíamos parar y no sabíamos que estaba pasando.

— ¿Por qué no acaba de amanecer? -preguntó Hugo exhausto-.

— Cada paso que damos es como si se volviera a hacer de noche -comentó Fuego-.

— Tenemos que hacer algo -intervine-.

— Eso está claro, ¿pero qué? -cuestionó Mario-.

Nadie le pudimos responder porque la tierra empezó a abrirse bajo nosotros. Si Pagán quería acabar con nosotros, ¿por qué no lo hacía de una forma más sencilla como pegándonos un tiro a cada uno de nosotros?

No sabíamos a dónde ir. No podíamos ir a nuestra cueva ya que Pagán seguramente la destruiría cuando estuviéramos dentro.

— El lago... Podemos ir allí -dijo Sergio-.

— Parece el lugar más seguro -le contesté-.

Seguíamos corriendo. La verdad es que correr para nosotros ya era algo de lo más normal.

Estábamos bastante lejos de la charca y nuestras armas nos pesaban cada vez más, así que decidimos tirarlas.

Cuando llegamos yo fui la primera en tomar la iniciativa para entrar pero Sergio me agarró del brazo.

— Espera -me aconsejó-.

— ¿Por qué?

— Allí en el medio hay una chica, ¿la ves?

— Sí.

Me quedé un rato fija mirándola mientras ella se dio cuenta de que la observaba pero cuando me miró el agua se la tragó. ¿Será que ha sido por mi culpa? Aunque no lo fuese me sentía culpable.

Vimos que el lago tampoco era seguro y nos dirigimos al claro donde Natalia fue asesinada accidentalmente. Decidimos parar unos minutos para poder descansar y recuperar aire, pero de la nada surgió un incendio.

— Vámonos -dijo Mario-.

Todos se fueron, los tres, menos yo. Algo me decía que no me tenía que ir.

Sergio se dio cuenta de que no les seguía y me vino a buscar.

— ¿¡Qué haces!? Tenemos que irnos -me dijo mientras me agarró otra vez del brazo-.

— No -le respondí-.

— Larguémonos ya.

No le hice caso y me quedé mirando las llamas. Cada vez el fuego se acercaba más a mí.

Cerré los ojos y dejé volar mi imaginación. Recordaba cada pasaje que habíamos vivido: el laberinto, la sala de espejos, el tiempo congelado, una simulación del fin del mundo... Y ahora esto, el fuego... ¿qué tienen de relación todas estas cosas?

Miré a Sergio y vi su tatuaje de la llama del fuego.

— Eso es -dije-.

— ¿Qué? -me respondió Fuego-.

— Tenemos que saltar.

— ¿A dónde?

— Dentro del fuego -le señalé con la cabeza-. Todo lo que ha pasado eran nuestros miedos. Si saltamos todo esto habrá acabado.

— Eso es imposible.

— ¿Te acuerdas de aquella simulación, la del ciervo? El ciervo nos guió al incendio porque era la salida y lo mismo está pasando aquí.

— ¿Y si no sale bien?

— Solo tenemos que afrontar nuestros miedos: no tener pánico al fuego y tener fe de que saldremos que aquí.

Me cogió de la mano y salimos corriendo.

— ¡No hagáis eso! -nos gritó Pagán-.

— Demasiado tarde, has perdido -le respondimos mientras nuestros cuerpos entraban en contacto con el fuego-.

Aparecimos tirados en el suelo y nos levantamos. Vimos que la burbuja había desaparecido porque los cristales estaban rotos por el suelo. Éramos libres, algo increíble.

Miramos a nuestro alrededor y todo seguía igual que cuando estábamos dentro de la burbuja: el lago con su cascada, el claro del bosque lleno de flores...

— ¿Qué ha pasado? -preguntó Mario-.

— Somos libres, eso es lo que pasa -le contesté-.

FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora