CAPÍTULO 26

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País desconocido, 6 de febrero de 2017.

— Vale, ¿qué se supone qué tenemos que hacer?

— No lo sé, pero tenemos que encontrar la forma de salir de aquí -me contestó Sergio asustado-.

— Ante todo debemos permanecer juntos -aconsejó Mario a todo el mundo-.

— Si estamos todos juntos las posibilidades de escapar son más pequeñas -dijo aquel chico que nos disparó-.

— ¡Tiene razón! -le apoyaron el resto de personas-.

— Escuchad, no os vayáis. No sabemos que hay ahí dentro -intentó convencerles Mario mientras se iban-.

Todos se fueron, se repartieron las salidas menos la que taponábamos nosotros.

— Genial, ahora estamos solos -rechistó Hugo-.

Al final decidimos entrar por el camino que estaba en frente de nosotros. Todo el camino que habíamos recorrido era recto y con pocos giros.

— Que raro... -rompió el silencio Mario-.

— ¿Raro por qué? -le preguntó Hugo-.

— Está siendo muy fácil.

Mario tenía razón, ¿por qué nada nos había atacado? Aunque nada nos pasase deberíamos seguir alerta.

— ¿Qué haces? -me preguntó Sergio-.

— ¿No lo ves? -le respondí mientras me subía a la barrera de vegetación que formaba el laberinto-.

— ¿Pero por qué estás subiendo?

— Para estar más segura, si estamos pisando suelo es más fácil que nos pase algo.

— Buena idea -me dijo Sergio mientras escalaba el muro-.

— Vosotros dos, subid -les aconsejé-.

— ¿Para qué? -quería saber Hugo-.

— No lo ves, para estar más seguros. No sé cómo no se nos había ocurrido antes -le contestó Mario-.

Andábamos en esa altura. No pasaba nada hasta que el laberinto dejó de tener los bordes picudos y se transformaron en curvas.

— ¡Socorro! -gritaron unos chicos-.

Giré la cabeza para encontrarles y les vi. Estaban como en dos caminos alejados de nosotros y les perseguía algo extraño, parecía como un animal pero no lo era.

— ¿Qué...? ¿Qué es eso? -pregunté con miedo-.

— Es un monstruo. Está formado por cuerpo de perro y con fuerza de jabalí. Además de ser gigante tiene una fuerza incomparable y es ciego, se mueve por el sonido y el olfato -me explicó Mario de una forma muy detallada-.

— Entiendo.

— Tenemos que ir a ayudarles -pensó Sergio-.

— ¡No corráis! Está ciego y si no os movéis os dejará de seguir -les grité-.

— Por si acaso no vamos a parar. Le hemos dado esquinazo y creo que ya le hemos perdido de vista -me dijo una chica que huía de ese monstruo-.

Al poco de decirnos eso vimos a ese ser, los que huían de él no le vieron y antes de que les pudiéramos avisar, el animal gigante se les había tragado.

No podía moverme, me había quedado en una sensación de miedo y pensamiento a la vez. Los demás me decían que nos teníamos que ir pero yo solo les oía, no les escuchaba. Al final decidí usar el arco que había sacado de ese árbol y disparé una flecha al monstruo y le maté.

Seguíamos caminando y cada paso que dábamos veíamos a gente morir, llegué al punto de que ya se me hizo una situación habitual.

Después de caminar casi durante todo el día estábamos a punto de rendirnos hasta que Hugo gritó:

— ¡Ahí está!

— ¿Es la salida? -le pregunté-.

— ¡Sí! Por fin podremos salir de aquí.

Cuando logramos salir de ese sangriento laberinto nos caímos en el agua.

Yo saqué la cabeza asustada y vi que estábamos en el lago pero había algo que antes no estaba, una cascada. La miré, era increíble e inmensa pero descubrí que había algo en su interior como si hubiese una cueva.

Sergio también notó, nos miramos y supimos que queríamos ir a ver qué era eso que escondía la cascada. Entonces pusimos rumbo hacia su interior junto a Mario y Hugo.

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