13

440 78 2
                                    

La sangre me había subido a las mejillas y respondía distraídamente a las preguntas de mis amigos. Era imposible que no te dieras cuenta de que tu mirada me perturbaba. De forma muy discreta me hiciste un gesto con la cabeza, como preguntándome si quería salir al vestíbulo. Pagaste la cuenta ostensiblemente, te despediste de tus amigos y saliste, pero no sin indicarme una vez más que me estarías esperando fuera.

Yo estaba temblando como si estuviera en medio de la nieve, como si tuviera fiebre; no podía ni hablar ni dominar mi sangre alterada. Por casualidad, en ese mismo momento una pareja de bailarines extranjeros empezaron una danza exótica, golpeaban el suelo con los tacones y gritaban: todos los observaban con atención y yo aproveché el momento.

Me levanté, le dije a mi compañero que volvía enseguida y te seguí.Fuera, en el vestíbulo, te encontré delante del guardarropía, esperándome: se te iluminó la mirada al verme. Te apresuraste hacia mí, sonriente. Enseguida vi que no me reconocías, que ni reconocías a aquel niño de tu edificio ni al chico que se entregó a ti; me deseabas otra vez como algo nuevo y desconocido.

—¿Dispones de una hora también para mí? —preguntaste sin rodeos.

Por la seguridad con la que lo decías comprendí que me tomabas por uno de esos que se pueden comprar por una noche.

—Sí —dije yo, con un sí tan tembloroso y a la vez tan obvio como el que había sido pronunciado por aquel muchacho hace tres años en aquel lúgubre callejón.

—¿Y cuándo nos podríamos ver? —preguntaste.

—Cuando usted quiera —respondí; contigo no me daba vergüenza.

Me miraste un tanto sorprendido, con la misma sorpresa desconfiada y la misma curiosidad de tiempo atrás, cuando mi conformidad te había dejado perplejo.

—¿Podrías ahora? —me preguntaste vacilando un poco.

—Sí —dije

—Vamonos entonces

Quería recoger mi abrigo del guardarropía.En aquel momento me di cuenta de que el resguardo lo tenía mi amigo,porque habíamos colgado nuestros abrigos en la misma percha. Era imposible regresar y pedírselo sin alegar algún motivo concreto y, por otra parte, no quería privarme de aquel momento contigo, de aquel momento que había anhelado durante tantos años; eso no podía ser.

Y no dudé ni un segundo: cogí sólo el chal, me lo puse encima del traje y salí a la calle, a la humedad de la niebla, sin preocuparme más por el abrigo, sin preocuparme por la persona que hacía años que me estaba manteniendo de un modo tan tierno y afectuoso, y a la que yo iba a humillar delante de sus amigos dejándole como a un bufón ridículo por un hombre que desconocía. ¡Oh!, yo era consciente de mi bajeza e ingratitud, del deshonor que causaba a un amigo sincero, sabía que actuaba de forma ridícula y que mi locura iba a ofender mortalmente, para siempre, a una persona bondadosa.

Sentía que estaba destrozando mi vida. Pero,¿qué significaba la amistad, qué era mi existencia comparada con el ansia de volver a sentir tus labios y escuchar la delicadeza de tus palabras dirigidas a mí?.Hasta ese punto te he llegado a querer, por fin puedo confesártelo, ahora que todo ha pasado y todo está perdido. Y creo que si me llamaras cuando ya estuviera reposando en mi lecho de muerte, tendría la fuerza suficiente como para levantarme e ir hacia ti.

Un coche nos esperaba en la puerta del local; nos llevó a tu casa. Oía de nuevo tu voz, sentía tu exquisita proximidad y estaba tan hipnotizado y con el alma tan confundida como cuando tenía dieciocho años. Era igual que la primera vez, después de 3 años, igual que cuando subías aquellas escaleras.No, no se puede describir lo que experimentaba en esos segundos, en los que se superponían el pasado y el presente. Y con todo, sólo te sentía a ti.

Tu habitación había cambiado un poco desde la última vez; había más cuadros en la pared, más libros y muebles nuevos en algunos sitios, pero todo me resultaba familiar. Y en el escritorio había un jarrón con las rosas, mis rosas, las que te había enviado el día anterior, para tu cumpleaños, como recuerdo de un hombre al que, a pesar de todo, no recordabas, al que no reconocías ni en aquel momento en que lo tenías cerca de ti, con su mano en la tuya, con sus labios en los tuyos. Pero, aun así, me agradó que conservaras mis flores: por lo menos había allí un halo de mi amor hacia ti.

Me cogiste entre tus brazos y me hiciste tuyo como solo tu lo puedes hacer. Me quedé otra maravillosa noche junto a ti, pero no reconociste ni mi cuerpo desnudo. Experimenté la dulzura de tu experta ternura y comprobé que tu pasión no distingue entre uno al que compras y otro al que quieres, que te entregas completamente a tu deseo con la plenitud irreflexiva y derrochadora de tu ser.

Fuiste tan tierno y delicado conmigo,besaste y admiraste cada parte de mi, con aquel joven al que habías encontrado en un local nocturno... Fuiste elegantísimo y sinceramente respetuoso, a la vez que apasionado e intenso. Cómo sentí de nuevo, tambaleando por la felicidad del pasado, aquella dualidad tuya, única, aquella pasión intelectual sabiamente mezclada con la sensual que había hecho esclavo a aquel adolescente.

Nunca he conocido a ningún hombre que se entregue en esos momentos con tanta ternura, que ofrezca su profunda intimidad con tanto altruismo y que después lo diluya todo en un olvido infinito, casi inhumano. Pero también yo me olvidé de mí mismo: ¿quién era yo, a tu lado y a oscuras? ¿Era el niño apasionado de años atrás, era el padre de tu hijo, era el desconocido? Ah, ¡qué familiar me parecía todo, tan conocido,y, por otro lado, tan estrepitosamente nuevo en aquella noche apasionada! Rezaba para que no se acabara nunca.

Pero llegó la mañana...

DESCONOCIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora