Día IV: Hokage

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Abrió un ojo y estuvo tentado en volver a cerrarlo, pero debía irse al trabajo. Se incorporó en la cama y suspiró pesadamente mientras miraba por la ventana. Seguro Shizune ya iba camino a la oficina con una sonrisa impresa en el rostro, repasando mentalmente lo que haría al llegar. Se metió a la ducha con la esperanza de poder terminar de despertar, comió algo rápido y cerró la puerta tras de sí. Seguramente Shikamaru seguía en su cama pensando en cómo renunciar mientras miraba el techo.

Alguien lo saludó con una reverencia, era muy temprano para esto. Kakashi apremió al hombre para que se enderezara y no terminara besando sus pies.

—No es necesario —le dijo apenas escuchó su título salir de los labios del extraño.

Se encogió de hombros pensando en que Shizune para ese entonces ya estaba abriendo las cortinas de la oficina, alistando unos documentos urgentes sobre el escritorio y preparando su té matutino. De no ser el Hokage, podría estar caminando hacia el cementerio sin importarle la hora, quizás leer unas páginas de su libro favorito. Él no había pedido tanta responsabilidad.

Se cruzó con Kurenai y Mirai camino a la Academia. Se saludó con la pequeña hija de Asuma con la mano a la lejanía antes de seguir caminando. Pasó cerca de la residencia de los Nara, Shikamaru debía estar preguntándose si realmente era necesario ser un consejero mientras seguía mirando al techo. Cuando por fin llegó a la Torre del Hokage, Izumo y Kotetsu venían llegando a su turno.

—Señor Hokage —le dijo uno de los dos.

—No me digas así —se quejó, pero ya sabía que nadie lo obedecería.

Subió las escaleras tranquilamente, estaba a segundos de escuchar la dulce voz de Shizune decir:

—Buenos días, señor Hokage —le dijo ella, a un lado del escritorio.

A su lado, Tonton movía su cola enroscada.

—Buenos días, Shizune —respondió él—. ¿Qué hay de nuevo hoy?

—Llegaron estas cartas durante la madrugada —le explicó diligentemente apenas él tomó asiento—. La Arena y la Nube...

Ella extendió las cartas frente a él en el escritorio pulcro, la mano pálida de ella acarició el papel y los nombres de los remitentes, Kakashi casi podía oír el rose de su piel contra las fibras celulosa. Su nariz detectó el aroma floral que de su piel salía y sus oídos sintieron la vibración que emitía su cuello al hablar de cosas que no tenían sentido. Algo de la Roca y la Niebla, quizás.

—Cuando los tenga listos, me avisa —le dijo de pronto—. ¿Quiere té? Ya está listo.

—Claro, Shizune —dijo mirando las cartas. Leyó el nombre de Kankurō, qué sorpresa, así que no era de la Roca.

No levantó la vista hasta que oyó la puerta abrirse. A veces pensaba en cómo hacer que Shizune volviese bajo al alero de Tsunade, viajando por países lejanos y cada vez más lejos de la oficina. Quizás debía enviarla junto a su equipo a cuidar de Kabuto hasta fin de año.

Shizune volvió a entrar en la oficina con una bandeja y una sonrisa, haciendo que inmediatamente pensara en darle la jefatura del Hospital, pero Sakura quería ese puesto y llevaba meses preparándose para eso. Estaba atrapado con ese cargo y Shizune en esa oficina. Se acomodó en la silla cuando la morena sirvió el té, no era más que la típica trama para una novela romántica para adultos: el jefe y su tímida asistente.

—Si no le molesta, pensé en organizar un poco la oficina. Ayer vi que hay demasiados documentos que deberían ir al depósito.

—Adelante —dijo con calma.

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