Día VII: Libre

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La primera carta que abrió ese día fue de la Arena, en ella demandaban a un embajador o embajadora; los ancianos del Consejo acordarían que se trataba de un último coletazo de sus pares del desierto para quedar parejos, ahora que Temari pertenecía a la prestigiosa familia de los Nara. El antiguo embajador de la Hoja había durado unas pocas semanas y había decidido dejar su puesto, luego de anunciar que se iba junto al antiguo embajador de la Nube, causando que Baki de la Arena se tomara personal el desaire y exigiera al Hokage que tomara medidas drásticas, algo que podía ver claramente en los trazos fuertes y desprolijos en su letra. La Arena no era tan horrible como decía el resto del mundo, parecía escribir el asesino de Hayate. Kakashi suspiró y tiró la pequeña carta sobre el escritorio con miles de cartas aún sin abrir.

Estaba restregando sus ojos cuando tocaron la puerta.

—Señor Hokage —dijo Kotetsu y entró con un nuevo cuadro de Tobirama, y él pudo jurar que la expresión en el rostro del muerto era más dura de lo normal—. ¿Necesita algo?

—No, gracias —le respondió, pero rápidamente cambió de opinión, ella seguramente le dictaría alguna respuesta apropiada a Baki—. ¿Sabes dónde se metió Shizune?

—No —dijo mientras colgaba al muerto de vuelta en su lugar—. ¿Voy a buscarla?

—No es necesario.

Kakashi no quería levantar sospechas, después de todo, lo que había ocurrido entre ellos dos la noche de bodas de Shikamaru y Temari no era tan importante. No habían hablado al respecto tampoco, y ella se sentía particularmente esquiva esa mañana. Quizás si hablaban del problema con la Arena, ella se ofrecería como voluntaria para irse al desierto para ser la asistente de Gaara.

—¿Quieres irte a la Arena? —le preguntó justo antes de que el edecán saliera por la puerta—. Como un embajador, digo.

—No —le respondió como si fuera obvia su respuesta, nadie querría irse a un desierto tan monótono y caluroso a menos que fuese una orden de la que no podría escapar—. ¿Tobitake Tonbo dejó el puesto?

—Aparentemente sí —dijo suspirando—, ¿sabes de alguien que sí quiera ir?

—Lo dudo —resopló divertido—, pero preguntaré.

El jefe le agradeció y finalmente se quedó solo en su oficina, cerró sus ojos brevemente antes de tomar otra misiva y abrir su sello para ver qué otra locura le esperaba. La segunda carta era de Tonbo, explicando sus razones para dejar su puesto: algo de que la paz era tangible y nada tenía sentido, que mandaría su bandana y su uniforme por correo para que otro tomara su lugar. Kakashi tiró la carta sobre la de Baki y abrió la tercera carta, la cual era proveniente de la Nube en que lamentaba lo que había ocurrido en la Arena, añadiendo que debían enviar a otra persona para reemplazar a Karui, quizás suplir su puesto con una asistente.

No podía esperar dejar ese cargo, parecía que todo el mundo tenía algo por la cual quejarse y él debía encargarse de ello.

La puerta se abrió y esta vez entró Shizune con una taza de té y más cartas apiladas en la bandeja. El tráfico de aves en la pajarera debía estar en su punto más alto ese mes y ya no debían dar más abasto. Quiso renunciar y alejarse lo más posible de la aldea que lo vio nacer. Suspiró y estudió la expresión de la médica, sus ojos estaban espiando al nuevo cuadro que había reemplazado al que se había autodestruido para no ver tanta blasfemia en su oficina. Seguramente la mujer se sentía culpable de romper la relación jefe y asistente que tenían, y por eso no podía mirarlo a los ojos y buscaba cualquier excusa para ausentarse.

—¿Quieres irte a la Nube? O quizás la Arena —preguntó él apenas ella dejó la taza frente a él y dejó las nuevas cartas bajo las anteriores.

—¿De qué habla?

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