Día II: Tonton

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—Oink oink —le respondió Kakashi a su cerdito y ella tuvo que ocultar su sonrisa detrás de un documento que traía consigo para que él firmara. Nunca nadie había tratado a Tonton como su jefe lo hacía y cada vez que él interactuaba con el cerdito era su perdición. En un principio no era más que algo tierno que hacía, pero con el tiempo se le hacía más difícil de pasar por alto.

Todas las noches pensaba que el día siguiente renunciaría, pero no tenía el valor de hacerlo. Después de todo, no había seguido a su maestra con la esperanza de empezar una vida con raíces en su país natal. Ella no estaba huyendo del pasado como lo hacía la rubia, no tenía razón de escapar del recuerdo de su tío junto a ella. Además, ella era la única heredera viva de la casa de sus parientes, por lo que podía por fin tener un lugar para plantar un par de plantas medicinales en su terreno y llamarlo su hogar, aunque todavía no lograba acostumbrarse a esa casa tan grande como para hospedar una familia entera. Además, tenía su trabajo como asistente asegurado hasta que decidiera no hacerlo más. Podía ayudar a Shikamaru a aprender a manejar el papeleo y podía cuidar del Hokage. Alejó ese último pensamiento, no era más de lo que hacía por la señora Tsunade, se repitió hasta el cansancio como un intento de convencerse.

Sin poder evitarlo, sus ojos buscaron los labios que se le ocultaban detrás de la tela de la máscara, bajaron por su mentón y se detuvieron en la manzana de adán que bajaba y subía cada vez que tragaba saliva.

—¿Es todo? —preguntó él.

Tardó unos segundos en entender que se estaba dirigiendo a ella, ya que no había nadie más que ellos dos y Tonton en la oficina, por lo que se sobresaltó y se aferró a la bandeja que había traído consigo al traerle el té matutino. Seguramente se le había secado la garganta y necesitaba privacidad para bajarse la máscara y poder beber de la taza. No conocía a nadie que le hubiese visto el rostro y descrito de qué se ocultaba ahí. Tsunade había tratado sus heridas alguna vez, pero ella no había entrado en la habitación solo hasta que se le permitió. En ese tiempo no perseguía ninguna fantasía romántica con el hijo del Colmillo Blanco, por lo que lo único que había hecho aquella vez por su identidad había sido acomodar la cobija sobre la mitad de su rostro para asegurarse de que nadie lo viera.

Siempre se preguntaba cuándo se había empezado a poner nerviosa ante su presencia, cada vez que lo veía sentado detrás del escritorio, en el puesto que alguna vez había sido de Tsunade. Si había sido la primera vez que le había respondido a Tonton, o quizás después.

—Sí, lo es —dijo, pensando en que podía estar estorbando—. Estaré afuera, si me necesita. Vámonos, Tonton.

Él asintió, claro que no la necesitaba, Kakashi no era igual que Tsunade. Shizune no tenía que ir detrás de él cada vez que debía firmar un documento importante ni actuaba como un bebé berrinchudo cada vez que sentía que tenía suficiente de trabajo por el día.

—Gracias por el té, Shizune —le dijo antes de que ella cerrara la puerta tan de sí.

Apoyó la nuca sobre la madera de la puerta, para luego cerrar los ojos y suspirar. Debía dejar de pensar en amores imposibles. Ella no tenía madera para novia, ni mucho menos de esposa. Salvo el color de su cabello, no era ni cercanamente parecida a Kurenai. No se le podía comparar en belleza ni elegancia. Ella era solo Shizune, su asistente. Llenó sus pulmones y decidió dejar todo atrás, dibujó una sonrisa sobre sus labios y siguió su trabajo. Debía dejar de colmar su cabeza de tonterías.

Ayudó el resto de la mañana a Shikamaru con el papeleo que todavía se le hacía fastidioso. Sabía que el chico sabía hacer todo a la perfección, pero si no estaba ella, el joven Nara dejaría pasar toda la mañana antes de hacerlo. La morena tenía entendido que su novia llegaría la semana entrante y su mente debía estar en otro lado, quizás en la Arena. Todos sabían que se casarían, pero nadie sabía la fecha exacta. La morena se preguntaba qué se sentiría.

—¿Estás bien? —le preguntó Shizune con una sonrisa.

—Sí. —No parecía muy interesado en seguirle la conversación—. Es hora del almuerzo, quedé con verme con Chōji y Karui. Nos vemos más tarde para terminar esto.

Se despidió y empezó a ordenar el desastre en el escritorio del estratega. Sabía que no debía hacerlo, pero la morena pensaba que era mejor para él si lo ayudaba en esas pequeñas cosas.

Tonton presionó su nariz húmeda contra su tobillo para captar su atención, y cuando lo hizo, este movió su pequeña cola enroscada, contento. Era hora de que comieran, tenía razón. Nunca le había molestado hacerlo sola, después de todo, cuando la señora Tsunade era Hokage lo hacían juntas, y cuando la rubia se fue, solo siguió con la rutina como si la rubia estuviese presente. Izumo y Kotetsu eran los primeros en irse a comer, luego lo hacía Shikamaru con su mejor amigo, y ella era la última junto a su cerdito.

Decidió que ese día iría a comer ramen, ya que no había tenido las ganas de traerse algo de su casa.

—Uno vegetariano para usted, señorita Shizune —le dijo Ayame con una sonrisa, ese día su padre no estaba presente—. Y una ensalada para el pequeño Tonton.

A veces encontraba al maestro Iruka, pero ese día no había sido el caso, ni modo.

Agradeció a Ayame y le preguntó por su día, al menos estaba ella para conversar de algo mientras comía de su plato. Extrañaba tener a Tsunade en la oficina, aunque intentara negarlo cada vez que le preguntaban por la rubia mayor. Le costaba admitirlo, pero esa oficina no era la misma sin ella.

Oyó cómo chilló su cerdito y movió su cola enroscada para anunciar la llegada de otro comensal.

—Buenas tardes, señor Hokage, ¿quiere el plato de siempre? —dijo Ayame con una sonrisa.

—Uno vegetariano esta vez —le dijo él mientras acariciaba al cerdito entre las orejas para luego tomar asiento, quizás por respeto a Tonton no pedía el plato con cerdo. Shizune reprimió una sonrisa e intentó no sonrojarse al sentirlo cerca de ella—. Y no me digas señor.

Ayame ignoró su ultima petición y fue a servir el plato.

—Tuvimos la misma idea, Shizune —dijo él como para llenar el silencio, solo cortado por el ceceo del fogón de la cocina.

Ella solo asintió, tímida, era extraño interactuar con él fuera de la oficina. Kakashi acomodó los codos sobre la mesa, y buscó en el gran vaso unos palillos para prepararse para la comida. El cerdito volvió a comer de su plato de ensalada, contento por los mimos, y ella no logró contenerse e hizo lo mismo que su jefe: acarició al cerdito entre sus orejas. Tonton era lo único que los separaba.

—Aquí está su orden, señor Hokage.

Pareció que su cerebro falló cuando escuchó el señor, se removió incómodo sobre su silla y sus cejas se curvaron en una mueca de fastidio. Nada de lo que dijera parecía surtir efecto, aun si fuera el líder de toda esa aldea, a todos les había atacado amnesia y habían olvidado que alguna vez él había sido igual de mortal que el resto. Shizune volvió a apretar los labios para no sonreír. Nunca había visto su rostro, pero su amplio espectro de gestos era suficiente para que le pareciera atractivo.

Ahora el cerebro de la morena pareció fallar y se sonrojó, debía dejar de pensar en que le gustaba su jefe.

—Provecho —le dijo él, a lo que ella solo asintió.

Kakashi se llevó una mano a la mascara y la bajó despreocupadamente para ponerse a comer.

—Puedo irme, si quiere —le dijo, por alguna razón pensaba que verle las facciones estaba prohibido, por mucho que ella quisiera hacerlo, como cuando se quedaba mirando la roca en la que habían tallado su cara.

—Quédate —le dijo extrañado—. No has terminado de comer.

Shizune se encogió de brazos y tímidamente se volvió a mirarlo. Era como había imaginado que era y a la vez tan distinto. Bajo su boca había un lunar que le daba cierta personalidad. Su manzana de adán desnuda subió y bajó cuando tragó y ella se ahogó solo con mirarlo.

Shizune sintió que Ayame aclaró la garganta y se volteó a mirarla. La cocinera la miró con una sonrisa que le dijo todo, ella sabía su secreto. 


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