Capítulo XVI: Intrusa

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Ella era solo su asistente, así que caminar a su lado, mientras salían de aquella cena, no era para nada raro. Todos los kage tenían asistente, y normalmente estos eran del sexo opuesto; siendo la única excepción a la regla el kazekage quien tenía a su hermano mayor de asesor y asistente. Quizás no quería llamar demasiado la atención con un asistente de género masculino, quizás todavía era muy tímido en ese sentido como para crear el puesto. De todas formas, Shizune sabía que ser la asistente de Kakashi fue mera suerte, ya que había sido heredada del mandato anterior.

Miró de reojo a su jefe caminar junto a ella, de haber sido por él, quizás la astrónoma hubiese llegado más lejos y terminado siendo su asistente, perturbando ella al fantasma perturbado de Tobirama en vez de la propia Shizune. Pero basta de pensamientos intrusivos, ella estaba junto a él en esos momentos, no era Mei ni la astrónoma ni cualquier otra hermosa mujer. Además, le había dicho explícitamente que quería sacarle su vestido con los dientes. Seguía con un sonrojo luego de escucharlo.

—¡Shizune! —gritaron desde una de las mesas: era el Raikage.

No ahora, pidió la morena; mientras se volteaba a verlo con una sonrisa bastante forzada.

Ella lo saludó con un gesto con la mano, intentando no sonrojarse más, pero eso solo atrajo al enorme hombre y este se levantó de su asiento y empezó a caminar hacia ellos. Todo a su lado se veía ridículo al ser todo tan pequeño comparado a su corpulencia.

—¿Acaso te subió el sueldo? —gruñó el hombre con simpatía, erguido de tal forma que le hacía sombra a su colega. Aquel gesto no tuvo efecto en el Hokage, puesto a que se veía igual de desinteresado que siempre.

—Estamos en eso —respondió diligentemente. Claro que debía subirle el sueldo después de todo lo que la estaba haciendo pasar Koharu y Mei—. ¿Verdad, señor Hokage?

Estaba siendo acorralado y, ella debía aceptarlo, se sentía bien. Sin embargo, y como siempre, él no parecía impresionado.

—Sí... —resopló—, así evito que se vaya contigo.

Era lo mínimo que podía decir, quizás menos, y aun así Shizune sintió que volvió a sonrojarse. Definitivamente debió trabajar más en su vida romántica durante sus veinte para no tener una vara tan baja durante sus treinta.

—Y ya deja el señor, por favor —pidió lastimosamente, pero ambos lo ignoraron..., como siempre.

—Así me gusta —indicó el gigante—. ¿Ya se van? ¿No se quedarán a la fiesta? Sé que Mei estará esperándote, Kakashi.

—El viaje fue largo —dijo—, quizás vuelva más tarde.

Era mentira, todo el mundo sabía que él prefería la soledad o la compañía de una o dos personas a la de una sala llena de diplomáticos de todas partes del mapa. Imaginaba que el kazekage tendría la misma idea, más temprano que tarde; y que su hermano Kankurō sería su representante durante la noche y la madrugada. No sería el caso del Raikage, quien junto a Mei, serían los que probablemente tendrían resaca durante la ceremonia del día siguiente. Seguramente el Raikage quería intentar engatusarlo para no estar solo con las fantasías y quejas románticas de la Mizukage. Además, ya todo el mundo decía de conocer las intenciones de la hermosa mujer con el líder de la Hoja.

—Hasta luego —volvió a mentir su jefe, para luego dar media vuelta y retirarse sin darse por aludido por los propósitos del gigante.

Shizune quedó petrificada, miró de reojo al Raikage y no pudo identificar si en su rostro reinaba la furia, la apatía o el desconcierto. Su mandíbula apretada parecía indicarle que lo que sentía podía definirse como la primera opción.

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