Shizune descansó su cabeza en una mano mientras sus ojos pasaban sobre las letras escritas demasiado pequeñas en medio de la hoja, su mano libre se deslizó sobre la mesa para tomar el vaso con café, pero, cuando se lo llevó a la boca, solo una gota de mojó sus labios. Suspiró, quizás era demasiado tarde para seguir ahí. Llevó su espalda al respaldo de la silla, inclinándose para ver que Tonton seguía enrollado sobre la cama y no se había movido hace horas. De puntillas fue hacia un estante para sacar una botella de vino que había abierto el día anterior y, pasando a un lado de la mesa, tomó también su taza de café vacía. Cerró la puerta tras de sí con sumo cuidado, y se alegró cuando el sonido de las pezuñas del cerdito contra el suelo de madera no la siguieran hacia el pasillo.
Shizune no era una romántica, o eso era lo que pensaba de sí misma. Lo había decidido cuando tenía ocho años y había visto los primeros de coqueteos con los que Asuma había intentado impresionar a Kurenai, la chica más linda de la clase; los demás chicos sentían que estaban quedándose atrás y, por un periodo extenso, solo hablaban de la chica de ojos rojos que no era Uchiha. El único que la invitaba a comer ramen con él era Gai, el chico que hasta el día de hoy no parece tener interés en nadie más que su alumno favorito y su eterno rival, su jefe. Aunque, en ese tiempo, ella hubiese querido que, en vez de Maito Gai, fuese Shiranui Genma; pero el chico malo prefería salir con su mejor amigo Namiashi Raidō. Luego de su salida de la Academia, Tsunade le dijo que nunca se enamorara, y ella acató, no entendiendo sus palabras amargas a pocos meses de que su tío falleciera. De niña los había visto completamente enamorados el uno del otro, mientras su madre le decía que dejara de espiar a su tío, cada vez que llegaba a casa a contarle lo que había visto.
En silencio, la médica abrió la puerta de madera que daba a una escalera angosta y oscura hacia al ático, no era un lugar en el que quisiera estar merodeando en medio de la noche, pero la angustia no le permitía mantener la mente tranquila. Había pensado una y otra vez en que su jefe, frente a los cuadros de todos los Hokage, la devoró como si tuviera hambre por días. Nunca se había sentido así, después de todo, su vida romántica no era tan fructífera como lo era su vida laboral. Sentía su corazón dar un vuelco cada vez que los labios de su jefe decían su nombre y sus ojos la miraban como el día que la boda de Shikamaru y Temari.
Abrió la puerta del ático y encendió la luz, su nariz quiso estornudar el polvo de aquel lugar, pero ella se contuvo para que Tonton no extrañara su presencia y empezara a rasguñar la puerta. Sus piernas la llevaron a las cajas de una esquina, las que contenían las pertenencias de su tío, las que ahora le pertenecían a ella al igual que toda esa casa vieja. Pensó brevemente en el Raikage, ninguna casa de las que tenía para ofrecerle en su país tendría esos pequeños tesoros. Abrió una pequeña caja y de ella sacó unas cartas que databan de hace una vida atrás. Había un enorme montón anudado en hilo rojo, Shizune las había visto desde hace semanas, pero no había sido capaz de leer las promesas de amor de otros. Con su otra mano tomó la botella de vino a medio tomar y con sus dientes le quitó el corcho, lo dejó caer en su regazo y sirvió vino en su taza de café mientras con su pulgar repasó el nombre de su tío en la primera carta del montón. Era una carta de Tsunade.
En la misiva, la rubia le explicaba que la misión fuera del país le tomaría más tiempo del que habían estimado en primera instancia. Mencionó algunas cosas que había visto en aquella ciudad extranjera y escribió algo que debió parecerle divertido a su tío, solo a él, porque carecía de sentido sin contexto. Shizune sonrió, al encontrarlas, la morena le dijo a su mentora lo que había en las cajas del ático y se las había ofrecido; pero Tsunade no estaba lista aún para leerlas. Quizás nunca lo estaría. Así que el comentario divertido estaba perdido para siempre.
Al avanzar en la carta, Tsunade empezaba a decirle a su tío cuando lo extrañaba y sus palabras se volvían melosas. Hablaba del sinsentido de despertar sin sus brazos protegiéndola del frío. Shizune sintió sus ojos escocer, dejó la carta sobre el montón y bebió del vino intentando ahogar el nudo que se le estaba formando en su garganta, segura de que nadie la amaría de aquella forma.
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Días de la Semana
FanficShizune piensa que no es más que una simple asistente, que no es hermosa ni mucho menos atractiva. Nadie debía verla, menos el Hokage. Fanfic para el evento de Shizuneweek.