Capítulo XVIII: El día de la Ceremonia

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Despertó con los primeros rayos de sol y se sonrió al sentirla sobre su pecho, como si ella se hubiese negado a moverse. Su cabello seguía teniendo un tenue olor a flores y llenó sus pulmones de su dulce aroma. Al expandirse su pecho, ella gimió dormida, quejándose entre sueños por ese abrupto movimiento. Kakashi se lamentó pronto, ya que era demasiado temprano para disfrutarla así y ahora sentía cómo su erección empezaba a despertar de igual forma. Cerró los ojos, no quería despertarla tan duro como una roca, ya que él le había prometido solo dormir juntos en la misma cama.

Intentó pensar en Onoki y su cara arrugada; en Koharu, con su piel tal frágil que estaba empezando a desprenderse de su rostro. Su mente lo llevó a un hipotético matrimonio de esos dos, como si quisiera darle una cucharada de su propia medicina, porque era la vieja que quería casarlo por conveniencia en primer lugar. Una boda que uniría la aldea de la Hoja con la de la Roca, pensó él, una unión nunca antes vista al igual que estéril, ya que la semilla de Onoki estaba tan seca como los interiores de Koharu. Sin embargo, cuando abrió sus ojos, su erección seguía ahí, presionándose con todas sus fuerzas en contra las piernas de Shizune.

Suspiró, nada iría a distraerlo lo suficiente como para que el cuerpo de su asistente, tan tibio y suave contra su piel, fuese opacado por un par de viejos lamiéndose las dentaduras. Y, como si lo hubiese leído la mente, Shizune se acomodó y lo rodeó con su pierna, haciendo que la fina sábana marcara su fértil figura. Selló sus ojos para no verla, arrepentido de no haber notado sus piernas y muslos antes, apenas ella había vuelto a la aldea, por ejemplo; sabiendo que lo único que necesitaba en este mundo antes de morir (por segunda vez) era sentir sus curvas bajo la palma de su mano.

Shizune volvió a moverse, por lo que Kakashi entreabrió un ojo para inmediatamente cerrarlo. Fingió seguir dormido, ya que la sintió incorporarse lentamente sobre la cama. Esperaba que no se diera por enterada de que él ya estaba despierto, y rezó para que no notara su erección, pero cuando ella apoyó una mano sobre la cama y se sobresaltó al rozar levemente su dureza, supo que ya era demasiado tarde.

Oyó su risita amortiguada por ambas manos sobre su boca, como si intentara no despertarlo con todas sus fuerzas, haciendo que él tuviera que reprimir una sonrisa por su ternura.

—Señor Hokage —murmuró ella.

No era el tono que usaba normalmente en la oficina, si no que era el tono que usaban los dos cuando seguían las instrucciones en la lista de la morena. Él curvó sus labios en una sonrisa y luego abrió un ojo. Al menos se había sentido alagada por la reacción de su cuerpo.

—Es hora de despertar —le dijo ella apenas sus ojos se encontraron.

La luz de la mañana la cubría como si fuera un halo dorado sobre su piel, y camisón delgado que usaba era tan delgado que pudo ver sus pezones aparecer debajo de él, haciéndola parecer una sirena que lo había atrapado entre sus garras. De su garganta salió un gruñido oxidado y la atrajo hacia sí con sus manos y Shizune se sentó sobre su regazo, con las piernas a horcajas. Ella entrecerró sus ojos un instante al sentirlo tan duro bajo su entrepierna y el ronroneo delicioso que salió de su garganta casi hizo que se viniera en ese momento. Las mañanas eran el peor momento del día y ella lo estaba haciendo excitante.

Su mente ideó diez mil planes para excusarse de la ceremonia de Onoki y poder quedarse bajo su asistente, pero ninguna de las que pudo pensar vagamente era coherente. No era posible seguir ocultando todo lo que sentía por su asistente por mucho más tiempo. Solo quería salir de la oficina con ella, caminar por las mismas calles y tener llaves idénticas para poder abrir el mismo cerrojo. Quizás ir a mancillar la memoria de la señora Koharu al ir a follar en su oficina apenas su corazón no resistiese más y estuviese enterrada junto a los demás Hokage y consejeros.

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