Cuentos e Historias.

Dios.

Idea original: Pekka Sánchez.
Ensayo.

"La eminencia de la divinidad no puede ser dictada por los mortales."

Durante años hemos hablado y discutido sobre la gran divinidad, en cada cultura de cualquier tiempo de la historia tenemos diferentes formas de ver esta divinidad, desde textos hasta monumentos de gran tamaño, todos le rinden tributo a Dios.

Pero ese tributo es suficiente?. O tal vez debemos hacer algo más.

Al igual que la divinidad la maldad nos ha acompañado desde los inicios de nuestra existencia, guerras, muerte, hambre, injusticia, adoctrinamiento.

Todo ha sido motivo de males, incluso los qué se dicen ser salvadores profesaron estos valores.

Pero con esa misma cara nos creemos dignos de dictar la divinidad, cuando nosotros no tenemos el valor para hablar de ello, la divinidad no se encuentra solo en lo que hablamos si no en como actuamos, vivimos en una miseria moral, donde a nadie le importa lo que pase o deje de pasar, y con esos mismos principios nos atrevemos a blasfemar sobre la divinidad y lo que representa, la fe no se hizo para pedir cosas o rogar, la fe se hizo para esforzarnos y cambiar, evolucionar; pero en cambio nosotros imponemos antes, después, ayer, mañana y hoy.

Nos atrevemos a retarla y pedir pruebas de su existencia, cuando nos castigamos nosotros mismos por nuestra forma de vivir, vivimos victimisandonos, culpando a los demás y no aprendemos de nuestros errores, no aprendamos a respetar a nuestra especie y a las demás, pero sobre todo a nosotros mismos.

Creemos que esa eminencia debería hacerse presente y juzgar a los malvados y tiranos que perversan el mundo, pero como pedir eso cuando no importando nuestra cultura aún así tenemos rencores, envidias y deseos de mal, podrías controlarlos e intentar ser buenos. Pero no debería ser por la existencia de la divinidad si no por un sentimiento profundo del corazón.

Por que la eminencia existe en la forma que la queramos ver, pero siempre ha profesado que nosotros evolucionemos y cambiemos, para mejorar, no para ser buenos totalmente, si no para apreciar que dentro de nuestra imperfección está nuestra belleza.