Prólogo

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Su madre la había cepillado el pelo lenta y armoniosamente, poniendo especial atención en un rebelde mechón que siempre salía hacia el lado contrario al que lo peinaban. Le había terminado haciendo un recogido algo extraño para una niña de diez años, pero Anahí no estaba prestando atención a todo aquello. Tenía el ceño fruncido pensando en la solución correcta al ejercicio de matemáticas que tenía delante, mientras soportaba los tirones que su madre le daba cada poco segundos.

— Ann, deja eso —se quejó ella, cuando la niña inclinó la cabeza hacia delante por cuarta vez—. Es imposible peinarte si sigues así.
— La señorita Roldan se enfadará si no hago los ejercicios para mañana, madre.
— En estos momentos hay algo más importante que hacer.
— ¿Peinarme es más importante que aprender matemáticas? —preguntó sin entender porque peinarse era más importante que aprender matemáticas, o literatura o...
— En esta ocasión, si —dijo su madre, cortándole sus pensamientos—. Este trato será el más importante de tu vida, y espero que te lo tomes en serio Anahí. El futuro de toda la familia está en tus manos.

Le llevaban repitiendo aquella frase desde que tenía uso de razón, seguramente su madre o su padre se la habían dicho cuando era un simple bebé, o cuándo había estado dentro del cuerpo de su madre, formándose y creciendo sin molestar a nadie. Sabía que era importante, que no debía olvidarlo. Y no lo hacía, sacaba buenas notas en el colegio para agradar a sus padres, se comportaba siempre correctamente para no avergonzarlos e intentaba ser educada y profesional cuando salían para que sonriesen orgullosos.

Le habían puesto el vestido de los días especiales. Un vestido que le llegaba por las rodillas de color amarillo con volantes rosas en la falda y lazos de ambos colores por todos lados. El cuello le apretaba y tenía un pequeño babero blanco bordado que lo hacía incómodo y le picaba, las mangas no eran muy largas, pero eran pomposas y de color rosa, a conjunto con los volantes, y pequeños lazos amarillos lo bordeaban. Era el vestido que más le gustaba a su madre y el que, a su parecer, le hacía más bonita. Aunque ella lo odiaba y no le gustaba nada ponérselo.

— Estás guapísima.
— Gracias, madre —repuso sin convicción, con una leve inclinación de cabeza, algo que le habían enseñado desde muy pequeña que debía hacer si quería ser cortés y educada.

Se miró al espejo y, en desacuerdo con su madre, se vio horrible e infantil pero no dijo nada, porque eso era lo que se esperaba de ella. Que no dijese nada. Que no tuviese opinión, que siguiese las normas.

Ambas bajaron al salón, donde su padre, el gran Bill Puente, charlaba entre risas con otro hombre de espaldas a ellas, sin pelo en la coronilla.

— Ann, preciosa —la había llamado su padre al verla—, quiero presentarte al señor Collins. En unos años, será muy importante para ti.
— Hola, querida —le había saludado el hombre, de unos treinta y pico años—. Es preciosa —comentó, girándose de nuevo hasta su padre.

Bill había asentido orgulloso, había dado un beso a su hija y le había mandado contarle al señor Collins como le iba en el colegio. Anahí le había contado, cumpliendo con las órdenes de su padre, que sacaba sobresalientes en todas las asignaturas y que estaba emocionada porque el próximo semestre iba a empezar a aprender francés e italiano. El señor Collins había asentido satisfecho y le había hecho un par de preguntas más, cuando se despidió de ambos, los hombres siguieron hablando de negocios, algo que la aburría soberanamente por lo que dejó de escucharles mucho antes de salir de la habitación en la que estaban, volviendo sus pensamientos a aquel ejercicio de matemáticas que le estaba rebanando los sesos, ¡si encontrase la solución simplemente pestañeando!

— Anahí tiene mucho potencial —había dicho Matthew Collins a su viejo amigo Bill—. En unos años será una jovencita hermosa. Tengo muchos planes para ella.
— Gracias, Matthew.
— ¿No habéis pensado en agrandar la familia? Yo estoy deseando formar una con tres niños por lo menos.
— Lo intentamos durante unos años, pero parece que Dios no está por la labor así que solo tenemos a la dulce Ann —Matthew asintió, llevándose el vaso de whisky a la boca.
— Será la esposa perfecta. Espero que vea lo mismo en mi como marido cuando nos casemos.
— Estoy seguro que sí.

Anahí no había sido consciente en ese momento de lo que el futuro le deparaba, aunque su padre no había dejado de recordárselo cada poco tiempo.

— Tienes un deber que cumplir, Ann. Debes ser perfecta. Esto es muy importante. Es una tradición. No nos decepciones.

Futuro pactadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora