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Ya era de noche cuando llegó al calor de su acogedora habitación de la universidad. Había pasado el día entre clases y grupos de estudio, y se había encontrado varias veces pensando en el increíble torso desnudo con el que se había chocado hacía unas horas. Jamás le había visto por el campus, porque estaba segura que si lo hubiese visto, hubiese sentido ese deseo mucho antes y hubiese tenido mucho más tiempo para pensar e imaginar...

¿Pensar en qué? Rió amargamente, lo único que podía hacer era, sin duda, imaginar. Imaginar como sería un futuro con pectorales perfectos a su lado, irradiando calor y deshaciéndola por dentro. Suspiró. El futuro que le esperaba distaba mucho de todo lo que pudiese imaginar. Pasar toda su vida al lado de una persona a la que aborrecía, una persona que tenía más del doble de su edad, que tenía otros pensamientos diferentes a lo que una mujer podía o no podía hacer. Una máquina de hacer bebés, en definitiva, por mucho que su madre dijese que todo era maravilloso tras el matrimonio y que ella se había enamorado de su padre tras la boda.

— Hola, Annie —sonrió Charlotte, una de sus compañeras en la casa en la que vivía— ¿Vas a venir a la fiesta esta noche? Habrá chicos guapos —le guió el ojo, mientras movía su cuerpo de lado a lado de forma sensual.

Anahí soltó una carcajada al ver a su amiga menearse como si fuese una striper torpe delante de ella.

— Para, para —dijo, con una sonrisa aun en su rostro—. Estoy muy cansada.
— Siempre dices eso —contestó, poniendo morritos— ¡Va a acabar la universidad y vas a seguir siendo virgen!
— Y tú no puedes permitir que eso pase, ¿verdad?
— ¡Exacto! Deberías disfrutar tu sexualidad. Eres joven, guapa y estás buenísima. Si fuese lesbiana, te habría tirado los tejos nada más verte. Miau —imitó las garras de un gato con las manos y después sonrió—. Venga, cámbiate. Nos vamos en veinte minutos.

Anahí siempre se había reído de los comentarios sobre su sexualidad no descubierta con Charlotte. No le había contado la verdad sobre su virginidad, ni cómo sería una auténtica deshonra no llegar intacta a la noche de bodas. Dios, sonaba repugnante. Era repugnante. No es que hubiese sentido la necesitad de descubrir nada, no hasta esa mañana... Quizá si que debería ir a aquella fiesta, a lo mejor un torso desnudo y moreno llamado Alfonso se encontraba allí y podían verse otro poco. No le harían daño un par de sonrisas calientes más. Claro que no.

Alfonso no podía creer que el imbécil de Matthew Collins se fuese a llevar a la dulce y joven Anahí como esposa trofeo. Porque eso era lo que era, un trofeo para ese viejo asqueroso. Matthew era egoísta y un completo narcisista al que le daban igual los sentimientos de los demás. Le había conocido al poco de abrir su empresa, al principio se había sentido elogiado cuando había sabido quién era, pero pronto se dio cuenta del tipo de persona que era y se había alejado tanto como había podido de él. Aunque eso no había impedido que se la colase y le hiciese perder varios cientos de millones. Desde ese momento, se había convertido en uno de sus enemigos más acérrimos.

— Voy a salir —dijo de pronto, tenía que encontrar de nuevo a Anahí, tenía que verla.
— ¿Necesitas de mis servicios?
— Creo que no, voy a la fiesta esa de la hermandad que me has dicho.
— Vas en busca de la chica.
— Si.
— No puedes hacer nada, va a casarse con Collins en cuanto termine de estudiar. Puede que ni siquiera vaya a esa fiesta.
— Me arriesgaré —se encogió de hombros, indiferente.

Matthew le quitó varios millones, ¿por qué no le quitaba él a su chica? Agh. Le asqueaba hasta pensarlo, ¿cuantos años tenía Collins ya?¿Cincuenta?¿Cincuenta y dos? La pobre chica apenas había disfrutado de los veinte, ¿cómo iba a casarse con ese viejo sucio? Se puso unos vaqueros, junto con un jersey a juego y salió hacia la fiesta.

Futuro pactadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora