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Durante las dos siguientes semanas, había hablado con Alfonso casi todos los días, incluso la había llamado mientras estaba en su avión para escuchar su voz y decirla cuanto la echaba de menos.

— Ojalá estuviese allí —había suspirado uno de esos días.
— Ojalá estuvieses aquí —había respondido ella, con el mismo suspiro anhelante—. Se me está haciendo eterno.
— Te prometo que te compensaré.

Anahí se mordió el labio al darse cuenta de como su respiración se había acelerado con solo escuchar esa promesa de sus labios. Jamás se había sentido así pero claro, lo que Alfonso le estaba enseñando, no se lo había enseñado nadie antes.

— Estoy segura que ya tienes pensado como compensarme —se atrevió a decir segundos después.
— Desde luego —la voz se había vuelto ronca y profunda, y Anahí pudo escuchar como se ponía en pie.
— ¿Te mueves?
— He decidido que puedo adelantarte un poco de lo que va a ser tu recompensa y Rubén no tiene porque escucharlo.

Anahí soltó una carcajada pero se enderezó y decidió que ella también debía ir a un lugar privado para escuchar lo que Alfonso le tenía que decir.

Casi se lo podía imaginar, grande, recto y fuerte, caminando hacia la pequeña habitación de su avión privado con los ojos oscuros por el deseo y una sonrisa endiablada en la boca. Sintió como una ráfaga de excitación la recorría de pies a cabeza y ahogó un gemido mientras cerraba con cuidado la puerta de su habitación.

— ¿Y bien? —se volvió a morder el labio.
— ¿Ya estás en tu habitación?
— ¿Cómo sabes...? —la risita que soltó Alfonso hizo que se le erizase la nuca.
— He escuchado esos piececillos tuyos correr escaleras arriba y cómo cerrabas la puerta, Annie.
— He pensado que, si tú te ibas a un lugar privado, yo también debería.
— Gatita lista, ¿recuerdas cómo te enseñé a tocarte?
— Si —dijo con la voz entrecortada.
— Bien, vamos a ver qué recuerdas —Anahí tragó saliva mientras Alfonso comenzaba a hablar—. Lo primero que debes hacer es cerrar los ojos, ¿los tienes cerrados?
— Si —suspiró, haciendo lo que le pedía.
— Bien —bajó la voz—, ahora simplemente haz lo que te diga y te prometo que ambos lo vamos a disfrutar mucho. 

Anahí había recordado esa llamada cada noche, hasta que por fin había llegado el último día de clases y Alfonso le había escrito para decirle que llegaría en una media hora a buscarlas. Charlotte y ella tenían la maleta hecha desde hace un par de días, así que aprovechó para terminar sus últimos trabajos antes de que Alfonso llegase para llevárselas a ambas a su casa en la playa, junto con Rubén. Cuando el timbre sonó, soltó un pequeño grito de alegría que hizo reír a Charlotte, que la siguió hasta la puerta riéndose de lo nerviosa y alegre que estaba su amiga.

— Al... ¿Qué haces aquí?
— ¡Sorpresa, querida!¿No te alegras de verme?

Charlotte ahogó un grito de frustración justo cuando la puerta se abrió del todo y pudo ver al señor Collins al completo, con una amplia y fría sonrisa. Anahí, por su parte, había perdido el color de su cara y ni siquiera era capaz de reaccionar de forma coherente.

— ¡Señor Collins!¿Qué hace por aquí? —exclamó Charlotte al ver que su amiga seguía estática sujetando el pomo de la puerta.
— Mi buen amigo Bill me dijo que Ann iba a estar ocupada durante las vacaciones de primavera, así que decidí venir a darle una sorpresa y pasar el rato juntos.
— Es muy amable de tu parte, pero va a ser imposible.
— ¿Vais a algún lado? —se inclinó, viendo las maletas de ambas.

Anahí miró las maletas nerviosa antes de dirigir su mirada a su amiga y a Collins, y por último, echó un vistazo la calle, donde, de un momento a otro, el coche de Alfonso aparecería y descubriría la verdad.

Futuro pactadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora