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—Entonces, ¿cuánto tiempo has estado viviendo en Sunrise? — Haechan preguntó por el bien de la conversación, porque Jeno, como era de esperar, no era un tipo hablador.
—No mucho, —fue la corta respuesta de Jeno.
Haechan dejó escapar un resoplido.
—Ya sabes, las conversaciones no son unilaterales.
Jeno le lanzó una mirada sospechosa.
—¿Por qué haces tantas preguntas?
—¿Prefieres el silencio? Solo estoy interesado en conocerte.
Jeno levantó una ceja.
—¿Por qué?
En el espejo retrovisor, Haechan vio que sus mejillas y cuello se volvían rosados.
—Me gustas. Quiero conocerte mejor. ¿Es eso un crimen?
Jeno miró por las ventanas mientras Haechan conducía de regreso a la ciudad, al lugar donde juró que no volvería, pero allí estaba.
—No hay nada remotamente interesante sobre mí.
—No te entiendo, —soltó Haechan . —En un momento creo que te gusto, y al siguiente estás frío como el hielo. ¿Así que, qué es?
Mantuvo su mirada en el camino, pero podía sentir el ardor de la mirada de Jeno.
—Lo primero.
Haechan se echó a reír.
—Pruébalo.
—Para el coche.
Haechan deseaba no haber dejado que su boca lo superara. Siempre decía lo primero que se le ocurría, sin pensar en las consecuencias. Con manos temblorosas, apagó el motor. Estaban a una milla de distancia del maltratado cartel de bienvenida de la ciudad.
¿Había empujado a Jeno demasiado lejos? Había escuchado cómo los Alfas abusivos castigaban a los lobos desafiantes en su manada, pero Jeno no parecía un Alfa sobre el que hubiera leído.
Jeno se desabrochó el cinturón de seguridad mientras su respiración se contraía.
Su cerebro dejó de funcionar cuando Jeno le inclinó la barbilla, lo que obligó a Haechan a no mirar a otra parte que al Alfa que tenía delante. El hambre ardía en los ojos amarillos de Jeno. El color de los ojos de un shifter cambió durante emociones intensas como la lujuria y la ira. Jeno podría ser un hombre de pocas palabras, ¿era esta su forma de responder a Haechan ?
—He estado pensando en reclamar esos labios tentadores cada vez que abres la boca—. Jeno se inclinó cerca.
El roce de su barba de un día frotó la suave piel de Haechan y luego su oreja. El aliento de Jeno era cálido mientras continuaba:
