5 - Lo que ella me da

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11 de septiembre de 1988

Amelia pasò este fin de semana en el pueblo con sus padres.

El domingo por la mañana vio a Luisita por casualidad. La rubia estaba con el cochecito paseando con Maria. No quería hablar con ella, pero tenía que parar a saludar. Vio, por primera vez, a la pequeña Laia, pero fue solo un rato y luego se fue rapidamente, tenía una cita con su padre y el farmacéutico.


El farmacéutico formaba parte de una de las familias más importantes del pueblo. Él y unos de sus hermanos - Amelia ni siquiera recordaba bien cuantos eran - fueron a la universidad, él en Barcelona, y dos en Madrid que todavia vivian allì trabajando. En particular, uno era un contable colegiado con un bufete propio bien establecido y, aunque Amelia aun no era graduada, estaba dispuesto a contratarla a tiempo parcial, para que pudiera ganar un poco de dinero, y sobre todo experiencia.


El lunes, de vuelta en Madrid, inmediatamente llamó a la oficina del Dr. Quintero y concertò una cita para el día siguiente. No podía creer a sus oídos cuando la secretaria le dio la dirección. Lo único que Amelia odiaba de Madrid era el tiempo perdido en el transporte público cuando las distancias comenzaban a ser considerables. Pero el despacho estaba situado exactamente a tres paradas de metro de su casa.


Cuando entró en el bufete del Dr. Justo Quintero se sorprendió porque él era muy muy parecido con el farmacéutico. El contable la hizo sentarse y empezò hablando con ella casi como un padre, le dijo que conocía prácticamente todos los Ledesma, de su bisabuelo en adelante, y que, según él, el hecho de que eran conciudadanos casi los obligaban a ayudarse unos a otros. Amelia por un momento pensó que había emigrado a New York en la década de 1930.

Entonces Quintero también se dejó llevar a las confidencias personales sobre su familia. Tenía un hijo que no le había dado mucha satisfacción, ¡vamos a ver, quería ser director de teatro!

Pero en realidad toda esta hermosa charla fue para que Amelia entendiera que él tenía expectativas sobre los jóvenes en su buffete y los seguía con atención, porque deseaba mucho que su actividad, que empezó mas de treinta y cinco años antes, no terminara con su jubilación. Y así, que si ella trabajaba bien, podría encontrar un futuro lleno de satisfacciónes en ese despacho.

Luego llamó al Dr. Jesus Gutierrez - un hombre de poco mas de treinta años, quien era el más brillante de los colaboradores en la oficina - que, a partir de ese momento, debía convertirse en un pigmalión.

Jesus se prestó con alegria sin saber que, en unos años, la alumna superaria al maestro.


En los meses siguientes, Amelia entró perfectamente en los mecanismos de la oficina de Quintero, logró ser apreciada y querida por todos y con Jesus creó una hermosa relación de colaboración, que con el tiempo se convirtió también en amistad sincera.



21 de diciembre de 1988

Amelia dejó Madrid para pasar la fiestas de Navidad en casa de sus padres.

El tren llegó a Caceres a las ocho de la tarde, y su hermano estaba esperándola en la estación, como de costumbre. Charlaron y se rieron todo el camino a casa, donde encontró la cálida bienvenida de sus padres.

Esa mañana se levantó con calma y mientras preparaba el desayuno sonó el teléfono:

"Hola, soy Luisita."

El futuro robadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora