Capítulo 3

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—Eres una vergüenza como hija y aún más para la fuerza militar —escupió mi padre entre dientes pero lo suficientemente alto como para que todos en la sala oyeran.

Mis mejillas se tiñeron de rojo instantáneamente, mi ceño se frunció y mi boca, la cual había quedado entreabierta después del golpe, estaba lista para soltar sus mejores insultos en el nuevo enfrentamiento que se avecinaba.

Pero mi madre se adelantó.

—¡¿Qué te pasa?! —le devolvió la cachetada todavía más fuerte. Pasó tan rápido que apenas pude cambiar mi expresión del enojo al asombro—. ¡¿Cómo te atreves a golpear a mí hija?! —exclamó enfatizando el "mí".

Parpadeé varias veces sin poder creerme la escena que se estaba formando.

Papá miraba con suavidad a mamá, pero al desviarse hacia mí se convirtió en una de furia total. Me sentí aún más pequeñita y la valentía que había sentido hace unos momentos de responderle con todo el odio a mi papá se había desvanecido. Odiaba cuando eso pasaba.

Aún así mantuve en alto mi mirada y la espalda recta, tal cual como en la academia. Un aire defensivo se formó a mi alrededor, esperando lo que fuera que fuera a pasar.

—No te metas en esto Bárbara. No es de tu incum... —trató de decir mi padre aún con la vista fija en mí, pero mamá no lo dejó.

—¡Claro que me incumbe! ¡Y más si miras a mi hija como un saco de boxeo! —eso último me dio un escalofrío terrible. ¿Cómo que un saco de boxeo?

Mamá lo agarró de la barbilla y con brusquedad le giró la cabeza hacia ella, pero papá no desvió los ojos de mi hasta que chasqueó sus dedos frente a él.

Sentí a Mayne detrás de mí, me abrazó desde atrás haciendo notar la diferencia de altura, rodeó sus brazos en mi cintura apoyando su cabeza en mi hombro. Susurró un "mamá es la puta ama, deja que lo solucione" antes de dejar un suave beso en mi mejilla.

—Mientras yo viva a mi querida y hermosa hija nadie le faltará el respeto, ni siquiera su perro y malparido padre. ¿Entendido, general? —dijo el cargo de papá con asco y repulsión, casi como si en cualquier momento fuera a vomitar por tan solo decirlo.

Papá expresó un nivel de desconcierto profundo. Supe que le tenía que doler el agarre de mamá por la tensión en su brazo, pero él no se movió ni la apartó, en cambio, asintió lentamente mientras pronunciaba pausadamente:

—Sí, mi coronel.

Mamá lo soltó con aún más brusquedad, estaban muy cerca el uno del otro pero la altura no era un problema, ya que los dos medían lo mismo. A decir verdad, todos son altos en la familia, yo fui la única en salir algo enana.

La tensión que provenía de ellos se podría sentir a kilómetros de distancia. La mirada furiosa de mamá y la desconcertada pero también molesta de papá era algo que en todos mis años de vida, nunca había visto.

Sí, ellos peleaban constantemente por mi culpa y mi insistencia con pertenecer a la fuerza militar española, pero nunca habían llegado al punto de gritar frente a todos y mirarse como ahora. Mamá siempre nos alejaba de los lugares públicos para poder solucionar todo sin las miradas acusadoras y juzgantes de los demás.

Me imagino que no pudo contenerse ya que, aunque no fuera la primera vez que papá me gritaba en público, sí era la primera vez que me golpeaba en público.

Después de unos largos segundos que se sintieron como horas, se separaron. Bueno, mamá se separó, giró sobre su eje en dirección a Mayne y a mi.

—¿Estás bien, cariño? —me preguntó con dulzura, agarró mi rostro con suavidad para poder ver el lugar de la bofetada. Sentía ardor y un latir como si fuera mi corazón.

—Sí mamá, estoy bien. Gracias —le respondí quitando sus manos lentamente, no quería que lo viera, aunque en cualquier momento se iba a notar más que un simple enrojecimiento.

—¿Segura? —asentí, aunque sus hombros seguían tensos—. Harry es un imbécil. ¡¿Cómo se le ocurre golpearte?!

—Tranquila, solo fue una bofetada, no es como si me hubiera apuñalado —le aseguré en una risa fingida mientras nos dirigíamos a la salida. Ella me miró con extrañeza, pero pareció conectar algo en su cerebro.

—¿Te a golpeado antes? —dijo en un susurro deteniéndose abruptamente. Mayne también lo hizo, me miró desconcertado posicionándose al lado de mamá con los brazos cruzados.

Negué con la cabeza rápidamente mientras cerraba los ojos en un intento de negarlo todo.

—Claro que no. ¿Por qué piensas eso? —una sonrisa nerviosa apareció en mis labios. Me regañé por eso.

Mayne me conocía demasiado bien, y yo también a él, por lo que sabía que al llegar a casa tendríamos una plática.

—No me mientras —regañó mamá, señalándome con su dedo índice. Mayne solo observaba, expectante al lado de mamá—. Ni te atrevas a hacer eso en mi cara Megan Evangeline Fornéz Miller. 

Ay no, había usado mi nombre completo.

Mayne había hecho una mueca con su rostro, expresando con sus labios un "auch" que solo yo pude ver.

Volví a negar.

—Mamá, en serio si te digo que no, es no —traté de que se olvidara del tema, pero fue peor.

—En la casa hablaremos, jovencita.

Y con eso siguió su camino hacia la salida.

Suspiré pesadamente dando un pisotón algo infantil. Mayne se posicionó a mi lado sujetando mis hombros en un intento de tranquilizarme.

—Tú y yo también tenemos mucho de que hablar por lo que veo —murmuró—, pero entiendo que no es el momento. Por lo que trataré de que mamá entienda eso también.

Mis ojos se humedecieron, tenía la cabeza gacha por lo que mi mellizo no podía verlos. Un nudo se alojó en mi garganta haciendo que tuviera que asentir con la cabeza, pero no lo soporté más, me giré hacia él dándole un fuerte abrazo.

Mi cabeza reposó en su pecho y la suya en mi cabeza, acarició mi ondulada cabellera rojiza mientras yo apretaba cada vez más los labios para no llorar.

—Déjalo salir, aquí no hay nadie —susurró sin detener las caricias.

Un sollozo escapó de mis labios, y acatando las órdenes de mi mellizo terminé llorando en su pecho.

Mi cuerpo temblaba con cada respiración que daba y mi nariz ya se sentía congestionada. Mayne seguía acariciando mi cabello y mi espalda con esa sincronía que nadie más tenía.

Me guió hacia la pared que estaba detrás de nosotros, por la cual nos deslizamos hasta quedar sentados en el suelo. Me tomó de mi espalda y piernas para posicionarme mejor sobre él, algo como cuando cargan a un bebé. Esa era su manera de hacerme sentir aún más segura. Me rodeó con sus brazos volviendo a dejar mi cabeza en su pecho, la cual subía y bajaba por su pausada respiración.

Una de las miles de formas que tenía mi mellizo para hacerme sentir mejor, la única persona que me conocía de pies a cabeza, mi personalidad y gustos más personales.

La única persona con la que me sentía segura.

Perdóname mamá, pero la conexión es más fuerte con él, debes entenderlo, somos mellizos después de todo...

—Somos mellizos, estamos conectados... —empezó nuestro lema cuando me sintió más calmada, ese antiguo e infantil lema que siempre me animaba.

—... y por eso somos perfectamente raros —concluí con una pequeña sonrisa de lado, pequeña, pero sincera.

Espero algún día esos rayos de felicidad que tengo con Mayne se conviertan en un grande y fuerte sol abrazador. Es lo que más deseo, vivir mi vida tranquila.

Pero sé que no será así por un tiempo...

Lealtad de MellizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora