Capítulo 13

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Los meses pasaban, por lo que la barriga de Ámbar se hacía casa vez más grande.

Le hicieron el primer eco unas semanas después de su llegada, descubriendo que eran dos bebés, sí, dos. Mayne llegó pálido mientras que Ámbar saltaba de felicidad ya que me había contado que le encantaría que fueran como Mayne y yo. He de admitir que yo también estaba muy feliz, ya fueran gemelos o mellizos serían más que bienvenidos y obviamente, malcriados por mamá y por mí.

Por otro lado, cuando papá se enteró que Ámbar estaría viviendo con nosotros simplemente se sorprendió, expresó su desacuerdo y se fue a la cocina por un bocadillo. Sí, fue algo raro. Esperábamos que el escándalo que formaría fuera más grande, pero igual agradecimos que no fue así.

John, el padre de Ámbar, no se ha aparecido, tampoco su mamá. Pude notar algo de tristeza en mi cuñada los primeros dos meses, ya después no sé si decidió resignarse o simplemente aprendió a ocultar su tristeza. Pero nadie tocó el tema.

Ahora mismo ya tiene ocho meses, la estamos llevando al hospital porque siente una presión muy fuerte en un costado. Mayne se volvió loco en casa y la llevó lo más rápido que pudo hacia su auto. Mamá y yo fuimos detrás de él en el de mamá.

Cuando llegamos Mayne estaba sentado en la sala de espera, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas.

—Cariño —mamá lo llamó poniendo una mano en su hombro—, ¿necesitas algo?

—No mamá, gracias. Lo único que quiero es que estén bien los tres.

—Estoy segura de que sí —traté de animarlo. Él subió el rostro para mirarme con el ceño fruncido.

—Le sangra la maldita vagina, Megan, tiene dolor y quién sabe qué más porque nunca me dice todos sus malestares —su voz se quebró—. ¿Cómo puedes afirmar que todo estará bien?

—Eh… —me quedé sin habla. Miré a mamá buscando ayuda pero solo se encogió de hombros—. ¿Y si mejor me cuentas por qué decidieron no saber el sexo de los bebés? Nunca me contaste y ya pasó un tiempo —cambié el tema. Él suspiró acomodándose en la silla. Me senté a su lado esperando que hablara.

—Fue idea de Ámbar.  Ella quiere que sea sorpresa mientras que yo estoy desesperado por saberlo, pero supo qué decirme para convencerme de esperar. Toda la ropa que les compró es verde, van a parecer unos putos elfos —rio levemente.

—Hijo, las palabrotas. Estás en un hospital —mamá lo reprendió. Mayne solo giró los ojos.

—¿A quién crees que se parezcan?

—No lo sé. Pero tengo una idea de cómo me gustaría que fueran.

—¿Cómo? —preguntó mamá.

—Un o una mini Ámbar y un o una mini Mayne —sonrió al ver nuestra confusión—. Me refiero a que uno sea igual a Ámbar y el otro a mí.

—¿No sería muy raro que uno tenga piel oscura y el otro piel clara? —confesó mamá mirando a Mayne con extrañeza, pero sin quitar su sonrisa.

—Tal vez —Mayne se encogió de hombros—. Pero también sería algo único, ¿no crees?

—Tienes razón —concordé.

—¿Ámbar Soller?  —llamó un doctor. Nos levantamos yendo en su dirección—. ¿Eres el esposo? —mi hermano asintió—. Uno de los bebés está presionando al otro, solamente escuchamos el latido de uno por lo que tendremos que hacerle cesárea a su esposa y ver si podemos salvarlo.

Si nosotras quedamos atónitas no me quiero imaginar Mayne. Sus ojos y boca estaban abiertos a más no poder, incluso pude notar un leve temblor en sus manos.

—¿Mo… morirán?

—Es probable que uno de los bebés ya esté muerto —entrelacé mi mano con la de mi hermano, dándole un leve apretón—. Lo lamento mucho. Le informaré de cualquier cosa que suceda, ahora tenemos que prepararla.

El doctor se fue dejándonos con un Mayne al punto del colapso. Lo abracé por la cintura tratando de reconfortarlo, pero sabía que no habría nada que lo haría sentir mejor salvo saber que los tres están bien. Mamá se unió al abrazo pero él no se movía ni nos miraba, parecía perdido en sus pensamientos mientras repetía una y otra vez:

—Está muerto. Mi bebé está muerto.

                            ♔︎♕︎♔︎♕︎♔︎

No tengo idea de cuánto tiempo ha pasado ya, pero se sentía una eternidad.

Mi hermano no se quedaba quieto, andaba de un lado a otro con la mirada perdida. Por momentos logro que se siente aunque su pierna sube y baja con desesperación hasta que se impacienta más y vuelve a caminar. Odio verlo así, y más odio el no poder hacer nada para reconfortarlo, solo esperar que todo esté bien.

Levanté la cabeza al notar alguien venir en nuestra dirección, me levanté notando que era el doctor de antes. Llamé a mamá y a Mayne, quienes se pusieron a mis lados esperando las noticias.

El doctor se acercó con lentitud, deteniéndose a unos pasos de nosotros. Se quitó la mascarilla haciendo ver sus labios fruncidos. Se sonó la garganta antes de hablar.

—La señorita Soller está bien…

—¿Y mis bebés? —se apresuró a preguntar Mayne. El doctor lo vio con… tristeza.

—La bebé que estaba siendo aplastado ya había muerto, como supusimos —lágrimas rodaban por el rostro de mi hermano, se tambaleó ocasionando que tuviéramos que sujetarlo de los brazos—. Tratamos de reanimarla, pero no sobrevivió.

Pude ver a Mayne tragar mientras se secaba las lágrimas, tenía de nuevo esa mirada perdida y la respiración acelerada.

—Era niña… —el doctor asintió—. ¿Y el otro bebé?

—Es una niña hermosa y saludable a pesar de ser prematura —mostró una pequeña sonrisa.

—Las dos eran niñas —murmuró. Se giró en nuestra dirección, más lágrimas saliendo de su rostro junto a una sonrisa temblorosa—. Eran dos niñas, mis gemelitas.

—Oh, mi amor —mamá corrió a abrazarlo al igual que yo, pero él no se movió, no nos correspondió.

—¿Podemos ver a Ámbar? —le pregunté al doctor viendo que todavía seguía ahí.

—Por ahora solo puede entrar el esposo, ¿quiere ir? —Mayne se soltó volviéndose hacia el doctor, asintiendo.

—Ya vengo —murmuró mientras lo seguía.

No apartamos la mirada hasta que ya no lo pudimos ver, y aún así, seguíamos viendo en esa dirección.

—Me parte el corazón verlo así.

—A mi también, mamá…

Mayne.

Todo me parecía tan irreal, lo único que sentía era una enorme presión en el pecho junto a una enorme impotencia. Las palabras del doctor se repetían una y otra vez en mi mente.

—La bebé que estaba siendo aplastado ya había muerto, como supusimos…

—Es una niña hermosa y saludable a pesar de ser prematura.

Nunca imaginé la posibilidad de que una… moriría. Ámbar y yo nunca llegamos a pensarlo. Estábamos tan contentos con que el embarazo estuviera yendo bien. No había ninguna complicación, solo los síntomas comunes como vómitos, somnolencia y demás.

El pensar que tal vez pude haber hecho algo para cambiar esta realidad hace que se me estruje aún más el pecho, pero, ¿qué? ya su corazoncito se había detenido. No sé…

—Aquí es —informó el doctor, sacándome de mis pensamientos. Por más que quisiera no podía levantar la cabeza para verlo, tampoco formar palabra—. Quiero que sepa que no había nada que se pudiera hacer para cambiar el resultado. Aunque lo hiciera diferente, terminaría igual. Lo siento mucho —parecía como si hubiera podido leer mis pensamientos y quisiera tranquilizarme de algún modo. Me miró unos segundos más para luego irse.

Solté el aire que mis pulmones estaban conteniendo y tomé la perilla con la mano temblorosa. Miré a mi alrededor encontrando a Ámbar en una esquina, acostada sobre una cama de hospital y la mirada perdida. Cerré la puerta tras de mi y caminé en su dirección, quedándome a un lado de ella.

Sabia que me había escuchado entrar, ella sabía que estaba ahí, pero no se movía, no hablaba, nada. Limpié una lágrima que se escapó mientras la seguía viendo. No sabía qué decirle, qué hacer. Uno nunca espera que le pase algo así. ¿Cómo se afronta esta situación? ¿Cómo se puede superar la muerte de un hijo al que ni siquiera pudiste tener en tus brazos? ¿Cómo?

—Ella… —la voz de Ámbar me sobresaltó— era tan hermosa, Mayne. Se parecía tanto a ti —los ojos me escocían. Respiré hondo tratando no desmoronarme. Ámbar, en cambio, liberó sus lágrimas, su respiración volviéndose pesada, tomé su mano y la acaricié en un tonto intento de hacerla sentir mejor. No me atrevía a abrazarla, no quería lastimarla por las suturas—. Tenía tanto miedo, amor, estaba aterrada cuando me lo dijeron. No lo podía creer, aún no lo puedo creer. Mi bebé no puede estar muerta, ¡no puede estarlo, Mayne! —al fin me miró, aunque desearía que no lo hubiera hecho. Sus ojos estaban hinchados, los labios le temblaban al igual que las manos. Lágrimas gruesas corrían libremente por su rostro y noté que yo también estaba llorando. Se pasó una mano por el cabello desesperadamente, lamiéndose los labios—. ¡Quiero a mi bebé de vuelta! ¡Y la que sobrevivió está en una incubadora!

—El doctor dijo que está saludable —traté de darle ánimos—. Esperemos lo mejor.

—Esperé lo mejor cuando entré a cirugía y salí sin una de las gemelas —la voz se le quebró—. No creo soportar que ella también se me vaya, Mayne. No podría.

Apreté los labios, limpiando el resto de lágrimas de su rostro. Suspiré cerrando los ojos dejando mi mano en su mejilla. Sentí a Ámbar apoyarse sobre ella. Cuando volví a abrirlos ella aún me miraba, sus labios también apretados.

—Pase lo que pase, siempre estaré contigo. Lo juro —prometí mientras dejaba un beso en su frente. Una sonrisa aunque pequeña apareció en su rostro, haciéndome sonreír igual.

—También te lo juro.

Lealtad de MellizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora