Créanme cuando les digo que si pudiera pedir un deseo, pediría sería que este momento sea eterno.
El ojos grises actitud arrogante estaba sirviendo vino en dos copas, pero, obviamente, tenía que hacerlo de forma extravagante y mirándome con una sonrisa juguetona. Yo, por mi parte, cuando no me quedaba embobada viéndolo, sacaba la comida de la cesta. Bueno, en realidad, sacaba los ingredientes.
—Trajiste todo para hacer sándwiches por separado —reí, él puso las copas encima del mantel, frente a nosotros, y me respondió mientras se rascaba la barbilla.
—Pensé que sería más divertido si los hacíamos juntos —evitó mirarme, me sentí extraña ante ese gesto, él siempre ha sido muy seguro y confiado cuando está conmigo, por lo que no lo pasé desapercibido.
—La verdad —acuné su rostro entre mis manos—, me parece una idea genial —fue inevitable sonreír para los dos, acaricié su rostro unos momentos hasta que sentí mis manos temblar por lo que traté de apartarlas, pero él las atrapó con las suyas, inmovilizándolas, cerró los ojos con una pequeña sonrisa en sus labios. Se veía tan, tan lindo de esa forma.
Acerqué mi rostro al suyo, apreciando cada detalle de él. Sus cachetes tenían pequeñas y pocas marcas de acné de su adolescencia, su nariz perfilada, pestañas largas y cejas pobladas, labios largos y delgados, su mentón definido y cabello alborotado como de costumbre. Sus manos eran más grandes que las mías, y me sorprendí al notar la delicadeza y suavidad con la que me agarraba.
—No quisiera interrumpir el momento tan hermoso que tenemos —habló aún con los ojos cerrados—, pero las hormigas comerán primero que nosotros —bajó mis manos depositando un beso en cada una. Sentí mi cara arder, pero no dije nada, solo asentí.
Preparamos los sándwiches, o mejor dicho, él los preparó, ya que cada que intentaba hacer uno, él me decía que no ponía los ingredientes en orden y me lo quitaba para desarmarlo y hacerlo él, así que terminé por mirarlo todo el rato.
Pan, lechuga, salsa de tomate, jamón, queso, jamón, queso, mostaza, lechuga, pan.
Preparó seis sándwiches con esa secuencia, tres para cada uno. Le pregunté porqué había traído vino, ya que no combinaban mucho con la comida, él se encogió de hombros y dijo que no lo pensó, que al ver el rojo del vino se acordó de mi cabello y lo guardó.
—El vino me encanta, pero no como tú, ya que su dulzura no se compara con la tuya, y aunque su rojo sea más intenso, siempre preferiré el tuyo.
Sonreí, sonreí como estúpida, lo admito.
Mientras comíamos, hablamos sobre lo mucho que había pasado todos estos años de lejanía. Me contó que no pudo desafiar los deseos de su padre y terminó la academia militar poco antes que nosotros. No como el mejor de la clase, como le habían exigido, pero dice que sintió un gran alivio cuando por fin terminó con todo, y que pensaba inscribirse pronto a la carrera que de verdad le apasionaba, aquí, en España.
—¿En serio? Y, ¿por qué aquí?
—Para estar cerca de ti, obviamente, mi esmeralda. ¿Para qué más?
—¿Dejarías tu hogar en Rusia solo por mí?
—Yo no le llamaría hogar a un lugar que me mantuvo lejos de ti tantos años—su expresión seria y su mirada fija en mis ojos me hacía entender que habla muy en serio—. Eras la única, aparte de Mayne, que me hacía sentir paz y felicidad después de la muerte de mamá. Pero contigo todo era… diferente, siempre fue diferente contigo. Pero diferente de buena manera —rio—. No sé cómo explicarlo, pero me encantaría que eso volviera.
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Lealtad de Mellizos
Roman pour AdolescentsLa familia es primero. Eso te enseñan desde pequeños, aunque no siempre se cumple. ¿Por qué? Porque a veces tu propia familia te da la espalda, te traiciona y te abandona. Y cuando eso no pasa, cuando te toca una familia por la que sí darías la vida...