Capítulo 11

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—¡Oh, Rapunzel! ¡Deja caer tu cabello! —bromeó Mayne cuando Ámbar se asomó a la ventana. Los dos se sonrieron mirándose a los ojos. Se notaba que se habían extrañado el uno al otro

—Me cortaron las puntas, así que no creo que puedas subir —le siguió el juego. Los tres reímos.

—Te extrañé tanto… —confesó mi hermano aún sosteniendo su sonrisa.

—Y yo a ti —Ámbar estaba igual. Sé que lo más probable es que estoy de mal tercio, pero no puedo perderme la telenovela. El Mayne cursi y enamorado todavía no lo conozco bien, por lo que esta podría ser una buena oportunidad para hacerlo y burlarme de él después—. Pero no hables muy alto. No quiero que papá se entere que estás aquí.

—No te preocupes. Me encantaría poder abrazarte en este momento —cambió de tema. Se cruzó de brazos pateando una roca imaginaria. Parecía un bebé haciendo un berrinche.

—Al igual que a mí me encantaría besarte justo ahora.

—Puedo trepar el árbol de aquí hasta tu ventana y poder cumplir nuestros deseos —hizo una reverencia sin quitarle la mirada a su prometida. Ella se rio.

—No llames al peligro, Mayne. Es mejor esperar a estar en un mejor lugar y momento.

—Escalaría hasta la montaña más alta solo para verte —Ámbar ya parecía un tomate y Mayne solo había lanzado una de las frases más cursis de las quinientas que había estado practicando durante el camino.

Negué con la cabeza mientras reía.

—Son tan cursis —susurré.

Se veían totalmente enamorados. Las miradas llenas de emociones y sentimientos, las sonrisas tontas, palabras de amor… Incluso creo poder oír sus latidos desenfrenados.

Se veían tan felices… Pero una voz familiar tuvo que arruinarlo.

—Ámbar, ¿con quién hablas? —su mirada pasó de estar enamorada al terror absoluto. Le rogó entre dientes a Mayne que se escondiera conmigo a la vez que lo empujaba hacia los arbustos en los que me había escondido la otra noche, pero no se movió.

—No me esconderé. Tengo que hablar con él.

—¡Estás loco! —susurré—. Tú te quieres morir hoy ¿verdad?

Por más que lo intentaba Mayne simplemente no se movía. Ámbar también le hacía señas para que dejara de hacerse el valiente y se escondiera, pero tampoco le hizo caso. Los pasos se escuchaban cada vez más fuertes al igual que los latidos de mi corazón.

Mi desesperación era cada vez más con cada segundo que pasaba. Ámbar parecía estar a punto de un ataque nervioso mientras le susurraba obscenidades a Mayne. Él solo negaba y tensaba el cuerpo cada que intentaba moverlo.

—¿Quieres darle más problemas a Ámbar o qué? No solucionarás nada haciendo las cosas de esta manera —su rostro se suavizó—. Es-con-de-te —le exigí separando la palabra.

Lo empujé por el brazo y por fin se movió, dejándose guiar.

—¿Qué haces, hija? —le preguntó John a Ámbar justo cuando nos terminamos de esconder. Se asomó por la ventana examinando el lugar.

—Viendo el cielo —se encogió de hombros fijando su vista en las nubes.

—Me pareció haber escuchado a alguien.

—Escuchaste mal —su padre suspiró pesadamente mientras oía sus pasos alejarse. Se detuvo por un momento en el que no pude escuchar lo que dijo.

Ámbar rio amargamente antes de responder.

Lealtad de MellizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora