Capitulo 24

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Jake

Saco la pasta y la pongo en el sartén junto a los demás ingredientes y pongo una buena cantidad de mozzarella por encima. No sé cómo queden, espero que bien, aunque en la receta original el centro de atención eran los tomates, no pude poner ni un trozo está vez.

— Nombre tres cosas que usted y su pareja parezcan tener en común. —lee Alisson y se queda pensativa. ¿Qué tengo en común con ella?

— Nos gusta el arte.

— ¡Si!

— Tenemos bonitos ojos.

— Yo no. — murmura en voz baja. — son marrones, comunes.

— ¿Y? Aly, tienes unos ojos preciosos. Los más brillantes que he visto. — digo con sinceridad, ella logra transmitir una confianza increíble a través de esas miradas.

— Vale...— pasa su mano detrás de la oreja arrastrando unos finos rizos nerviosa.

— La última es... querer estar lejos de nuestra familia.

— Eso sí. Indiscutible.

— A ver, tres cosas que tengamos en común.

— Nos gusta Italia, odiamos el anís y no terminamos de estudiar nuestras carreras para seguir nuestro sueño, lo que nos hace valientes.

— Vaya, tenemos más en común de lo que parece.

— Si...

— Esto ya está. — digo apagando el fuego. Ella se levanta de la silla y abre un cajón donde hay platos y cubiertos, saca dos, totalmente blancos. Tomo una botella de vino tinto y la abro o al menos eso intento, el sacacorchos parece no hacer nada, ejerzo más fuerza, tanta que al sacarlo un chorro sale disparado a mi pecho y parte de mi cara. Ella me mira con las cejas arqueadas algo sorprendida pero una risa escapa de su garganta lo que me hace fruncir aún más el ceño, y sin pensarlo le hecho encima un poco del mismo vino

— ¡Jake! — suelto una estruendosa carcajada y ella me da un empujón— ¡Jake!— trato de calmarme pero al verla de nuevo solo puedo reír. — tonto.

— Perdón. — se ríe, y se pasa las manos por la cara quitando el líquido.

Y me río, ¿Por qué? No sé, estoy escurriendo vino a escondidas en una cocina en plena madrugada, pero aun así me siento tan pleno que mi única reacción es reír.

Tiene la blusa negra empapada y unas cuantas gotas deslizándose por su cuello.

— Lo siento. — repito.

— Está bien. — sonríe tomando una toalla de papel y se limpia un poco, yo también tengo la camisa llena de vino. Me la quito de un tirón quedando solo en la camisa blanca sin mangas que tenía debajo. Ella baja la mirada aún con una sonrisa. — me voy a vengar cuando menos te lo esperes.

— ¿Qué vas a hacer?

— Ya verás. — ruedo los ojos y sirvo la pasta en los dos platos blancos. Ella se sienta en el mesón y yo la imitó. Le doy el plato y me mira intrigada.

— ¿Qué?

— Pruébalo tu primero.

— ¿Y por qué? ¿No confías en mí habilidad culinaria?

— ¿Quieres que responda? — bufo y tomo una buena cantidad con el tenedor. La pruebo, no está igual que la receta original, pero está muy bueno, no es porque lo haya hecho yo, pero está muy bueno. Asiento y ella toma una cantidad mucho más pequeña poniéndola con su boca con cautela. Su ceño está fruncido, pero al instante sus cejas se arquean y sus ojos se abren.

— ¿Sorprendida?

— Mucho.

— No sé si ofenderme.

— ¡No! Lo digo en el buen sentido, esto está delicioso, yo solo se hacer panqueques, bueno y macarrones con queso, pero solo hay que ponerles agua y meterlos al microondas.

— Eso no es cocinar.

— Ya sé. Gracias Jake.

— Dilo.

— ¿Qué? — pregunta sin entender.

— Que cumplí mi promesa.

— Mmm, está lejos de ser la mejor pasta del mundo.

— ¿Perdona? — tomo la botella de vino y le doy otro trago.

— Bueno... no sé si la mejor del mundo, pero si la mejor que he comido. — me concede con una sonrisa.

— Con eso me conformó.

Diez Días En Verona ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora