EPÍLOGO

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Cincuenta y cinco años pasaron

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Cincuenta y cinco años pasaron...

Atardecía. Kongphop caminaba con dificultad por el lugar donde inició su historia de amor, el puente Rama VIII. Aunque el gigante se mantenía intacto, tan imponente y majestuoso como él mismo, muchas cosas alrededor habían cambiado, como una analogía de su vida. Vestido con traje negro, arrugas en el rostro y canas cubriéndole la cabeza detuvo su paso; entre las manos llevaba una urna que abrazaba a su pecho, la cual, para su desdicha, amparaba las cenizas de su amado P'Arthit. El dolor que le aprehendía era inigualable, le rasgaba el corazón, la vida sin el ser que le acompañó durante tantos años era un desencanto, un hastío, «vivir sin vida» le llamó; halló consuelo en la certeza que su cónyuge murió tranquilo, sin sentir dolor, al lado de que tanto le amo. Con el alma apesarada y lágrimas bañando sus mejillas abrió la urna para esparcir las cenizas al viento, recitando una sinfonía de palabras que serían, como los restos hechos polvo, dispersados por la corriente:

—P'Arthit, amor mío, aquí empezó nuestro amor y aquí nos despedimos. Te pido, por favor, que me esperes hasta ir contigo y caminar hacia la eternidad felicidad.

Una mariposa se posó en su hombro. Lucía tan hermosa y jovial como los colores en sus alas; aleteó un poco antes de alzar el vuelo, revoloteó e hizo acrobacias para escaparse antes de ser alcanzada por la noche. «El alma de mi sol» pensó, gravando ese instante en la vejez de su memoria mientras contemplaba el infinito reflejado en el agua del río.

Con el espíritu desgarrado regresó a casa. Esa noche decidió dormir más temprano que de costumbre, tras tomar el té y leer el último capítulo de su lectura presente. La fotografía de su amado le acompañó en el lecho amoldada a su diestra sobre la almohada; no roncó y soñó como raramente lo hacía: en el mismo se vislumbró caminando por un lugar muy conocido, el puente Rama VIII, donde el amor de su vida lo esperaba con los brazos abiertos, risueño como ninguno; su lozanía evocaba los años universitarios, y la bata carmín que distingue a los estudiantes de ingeniería engalanaba su torso como símbolo del nacimiento de ese fantástico amor. Su boca dibujó una sonrisa, su pecho se comprimió y su corazón dejo de latir. Curiosamente, antes de ir a la cama escribió una nota que dejo sobre el libro que le vio respirar el último aliento.

«Por favor, después de mi muerte deseo sercremado y que las cenizas sean esparcidas en el puente Rama VIII. Allí esperapor mí el amor de mi vida para caminar juntos hacia la eterna felicidad».

 Allí esperapor mí el amor de mi vida para caminar juntos hacia la eterna felicidad»

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Nota: ¡Qué bonito! ¡Duraron toda la vida como mis abuelitos! Lloro de felicidad... ninguno de los dos sufrió y murieron tranquilos y llenos de amor, ¡Aww! Esta partecita formaba parte del capítulo final, pero después de la edición pasó a ser epílogo. Aún tengo dos capítulos extras para entregar, aun no los edito así que no tengo idea de cuando voy a publicarlos. El primero va sobre Yong y Nai, ¿qué habrá sucedido en la cita?

SOTUS: DESTINY.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora