Dicen que una de las edades más espinosas que atraviesa el ser humano son los dieciocho años. La realidad es que eso no es nada comparado con los veinte. Al llegar a esa edad, la gente deja de verte como un adolescente y de pasar por alto las estupideces que cometes. Todavía no has aprendido mucho sobre la vida, lo poco que sabes ha sido por ensayo y error, pero los ojos de los demás están sobre ti. A cuestas cargas un bulto pesado llamado responsabilidad.El problema es que a esa edad tampoco se te considera un adulto, pero está bien porque tampoco te sientes como uno. Después de todo, aún no has terminado de resolver las crisis de identidad que dejó la adolescencia y tienes que enfrentarte a una nueva: pensar en el futuro como algo próximo. No saber qué será de tu vida cuando salgas de la universidad es algo aterrador. Desempleo, fracaso, corrupción, crisis sociales y políticas... todo cae encima como un balde de agua fría. No nos sentimos seguros porque no estamos preparados para ello. De adultos sólo tenemos el documento de identidad.
Siendo así, tener veinte es como estar parado en una etapa extraña entre la adolescencia y la adultez. No perteneces a ninguno de los extremos, pero desde los dos eres observado. No había caído en cuenta de eso hasta hace algunos meses, cuando mi mundo empezó a ponerse de cabeza. Me sentía muy confundida, abrumada y a la deriva. La única persona que podía entenderme, con la que podía hablar de esas cosas, probablemente me odiaba. Al ver el calendario, su presencia me hizo más falta que nunca. Aquel día era el cumpleaños número veinte de Marcy. Se sentía extraño no poder estar con ella.
Extrañaba tener una cómplice a la cual contarle las locuras que me estaban ocurriendo, incluso cuando de su parte no recibiría más que regaños. Aunque no siempre estuviera de acuerdo conmigo, sabía que estaría allí para mí. También echaba de menos pasar tiempo con ella, escucharla hablar sobre sus series favoritas y reírme de sus ocurrencias. Por eso ese día, sin pensarlo mucho, decidí dejar mi orgullo atrás.
Estaba ante la puerta de su residencia, con una mano que sostenía tres globos de helio que decían Feliz cumpleaños y con la otra una caja de fresas junto a una Nutella. Sabía que mi mejor amiga me estaba observando a través de la mirilla y me sentía avergonzada. De repente, la puerta se abrió revelando su figura. Ella se recostó en el marco de madera con los brazos cruzados y permaneció en silencio.
-Lo siento -solté.
Ella suspiró.
-Pues ya era hora, ¿no crees?
-De verdad, lo siento...
-Voy a interrumpirte sólo por un momento, pero más te vale que continúes con tu disculpa después -me abrazó-. No tienes idea de cuánta falta me has hecho. ¿Por qué demoraste tanto?
-Soy una idiota.
Se rio.
-Estoy de acuerdo. Pasa, tenemos mucho de qué hablar.
Adentro estaba más calmado que de costumbre; al parecer no había nadie a excepción de nosotras, así que fuimos directo a su dormitorio. Ella recibió mi regalo y se acostó en la cama. Yo me senté a su lado. Parecía que era el momento donde tenía que pedirle disculpas de una forma más apropiada. No sabía qué decir ya que nunca antes había tenido una discusión así con alguien. Esperaba que ella lo tuviera en cuenta y que mis palabras torpes fueran suficientes.
-La última vez que hablamos, cuando te dije lo que te dije... No debí hacerlo, o sea... no pienso que sea así. Para ser sincera, sentí que me estabas presionando a estar con Sprig cuando sabías que sentía cosas por Sasha. Quiero decir... Eres mi mejor amiga. Esperaba tener más apoyo de tu parte.
-Espera un minuto -se sentó y quedó a la par mía-. ¿Llegaste a pensar, siquiera una vez, que estaba del lado de Sprig sólo porque Sasha es mujer?
-Pues... sí -confesé.
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Mi Mundo // Sashanne
RomanceAnne Savisa Boonchuy es una adolescente obediente, sumisa y callada. Durante sus veinte años, ha estado acostumbrada a complacer a las demás personas llegando incluso a dejar en segundo plano su propia voluntad. Sin embargo, cuando conoce a Sasha Wa...