Capítulo 24: Confesiones

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-Aquí no hay cobertura -comentó tras revisar su celular-. Tampoco ha pasado ningún otro carro. Si nos varamos, calculo que demoraremos semanas en ser encontradas.

-Al menos tendríamos comida para sobrevivir.

-Durante un par de días -me miró-. De allí en adelante se trata de la supervivencia del más apto.

-¿Qué tratas de insinuar?

Se encogió de hombros y regresó su vista al camino.

-Yo puedo subir palmeras para conseguir cocos o comer cosas asquerosas con tal de sobrevivir. No estoy segura de poder decir lo mismo acerca de ti.

-Pues yo creo que primero te tumba el síndrome de abstinencia.

Ella se echó a reír.

-Oye, no estoy tan mal.

-¿Cuándo fue la última vez que te drogaste?

-Esta mañana, con un porro.

Moví mi cabeza en desaprobación.

-Mira -señalé-, ¡ya llegamos!

Sasha buscó un lugar adecuado para parquear. Quedamos justo enfrente a la playa, pero la lluvia se hizo cada vez más torrencial a tal punto que ni siquiera podíamos ver a través del parabrisas. Las dos nos quedamos en silencio, de brazos cruzados y mirando el agua.

-¡Qué diablos! -exclamó. Volteé a verla, se estaba quitando la ropa hasta quedar desnuda.

-¿Qué vas a...? -sin más, salió al vehículo. Le dio la vuelta y abrió mi puerta para intentar sacarme-. ¡Espera, espera! -me desvestí tan rápido como pude y salí por mi voluntad propia-. Dios, ¡el agua está tan helada!

Quería volver a resguardarme, pero ella me agarró por detrás, cerró la puerta y me cargó en sus brazos como si fuera un bebé. Después de forcejear sin obtener resultados, acabé cediendo. La rodeé con mis brazos y puse mi cara sobre su pecho para encontrar algo de calor y cubrirme de las gotas. Me estaba llevando a la orilla del mar.

-Aquí el agua estará más fría-me advirtió.

-¡No! -hice berrinche-. ¡No!

-Tenemos que entrar para que nuestro cuerpo se acostumbre y ya no tengamos frío -metió los pies en el agua.

-¿Por qué no esperamos a que deje de llover?

Se metió hasta las rodillas.

-No sabemos cuándo va a parar -continuó avanzando.

-¡Ahh! -me quejé al sentir el agua rozando mi trasero y la parte baja de mi espalda.

Ella continuó caminando hasta que el agua sobrepasó su pecho. Me bajé y me sumergí por completo. Cuando saqué la cabeza, quedamos frente a frente. Las dos estábamos temblando.

-¿Si-si-sigues pensando que f-fue buena idea?

Me abrazó con fuerza.

-Tal vez así entremos en calor más rápido.

Yo acomodé mis brazos sobre sus hombros, busqué su rostro y empecé a besarla. Después de un rato, se nos quitó el frío y pudimos disfrutar del agua. La lluvia, que antes pensamos que había arruinado nuestros planes, se convirtió en el complemento perfecto para la ocasión. Cuando el sol empezó a ponerse, había dejado de llover y las nubes se despejaron por completo. Salimos del mar. Sasha agarró una manta y puso a reproducir en aleatorio las canciones de mi celular mientras que yo buscaba los mecatos, el pan, el jamón y el queso. Nos sentamos sobre el capó del auto, todavía desnudas, para ver el atardecer a la vez que preparábamos los sándwiches.

-¿Cómo supiste de este lugar? -me preguntó cuando estábamos comiendo-. No es una zona comercial, no hay pescadores cerca, no hay rutas de barcos.

-Es una de las playas más descuidadas de la región. El semestre pasado vine con algunos compañeros para hacer un trabajo de una electiva de Medio Ambiente.

-Quién lo diría... Quiero decir, esto es hermoso -señaló con su cabeza la puesta de sol.

-Algunos no son capaces de darse cuenta de las cosas buenas que tienen delante de sus narices.

Me miró en silencio. Después de unos segundos, dijo:

-Jamás me habría imaginado pasando mi cumpleaños así. Gracias, Anne, en serio.

-No tienes que agradecer.

-En realidad, sí tengo que hacerlo. Cada año, para esta fecha, es como si me hundiera en un pozo de depresión. Esta vez tú me has sacado de allí y de verdad lo he pasado bien.

-En ese caso, me alegra escucharlo -hice una breve pausa-. Si alguna vez quieres hablar, sabes que conmigo puedes hacerlo.

Su expresión cambió de inmediato. Desvió la mirada al horizonte y se aisló como si estuviera pensando en algo.
Tras guardar silencio durante varios minutos, se dispuso a sincerarse.

-Fue justo en este día, hace años, cuando conocí a la única mujer que he amado. Ella era... complicada. Había tenido varias experiencias negativas que le causaron problemas e inseguridades, pero para mí era perfecta -sonrió con nostalgia-. La amé loca e intensamente, como nunca pensé que podría llegar a amar.

Se detuvo. Agarré su mano para darle apoyo.

-Estaba dispuesta a hacer lo que fuera por ella -continuó con la voz aguda-, pero... un tiempo después, se fue -se notaba que se le hacía difícil continuar-. Ella dejó de... existir ante mis ojos. Y pude haber hecho más para evitarlo -tomó una gran bocanada de aire. Vi que sus ojos empezaron a humedecerse-. Se llevó un pedazo de mí, uno que ni con el pasar de los años no he podido recuperar, y no creo llegar a hacerlo nunca -tragó saliva-. Desde entonces, no hay un día en el que no piense en ella, pero esta es una de las fechas cuando más me pesa su ausencia.

Me quedé muda. No podía encontrar las palabras adecuadas para atenuar su dolor y hacer que se sintiera mejor, así que me limité a abrazarla con todas mis fuerzas. Ella lloró sobre mi pecho como una pequeña niña desconsolada; se veía realmente devastada. La arropé y acaricié su cabello mojado mientras que un par de lágrimas resbalaban por mis mejillas. Me dolía verla así.

Todo comenzaba a tener sentido: su forma de ser, sus malos hábitos y su renuencia hacia el amor. Aunque desde antes creía que algo malo debía haberle ocurrido para ser como era, jamás me imaginé que sería algo tan desgarrador. Jamás llegué a pensar que esa chica tan segura de sí misma y egocéntrica, en su interior escondía tantos sentimientos de vulnerabilidad, fragilidad e indefensión.

Al cabo de un rato, tras recuperarse, puso su cabeza en alto.

-¿Podríamos fingir que no tuvimos esta conversación?

-Está bien -atiné a decir.

-¿A qué hora te llevo a tu casa? -se secó las lágrimas y apartó la mirada-. Se va a hacer tarde.

-No te preocupes por eso ahora. Le dejé un mensaje a mi mamá avisando que llegaría tarde.

El cielo terminó de oscurecerse. La luna y las estrellas se hicieron visibles capturando nuestra atención. Sasha se acostó para observar el firmamento y, unos segundos más tarde, me le uní. Me coloqué de medio lado y coloqué mi cabeza sobre su hombro, entonces la miré y acaricié su cuello con las yemas de mis dedos. Fui subiendo despacio hasta llegar a sus mejillas; allí mis dedos se empaparon con sus lágrimas. Seguía llorando, pero esta vez en silencio.

-Oye -agarré su rostro, pero ejerció resistencia-. Mírame -me senté sobre su regazo y la obligué a verme-. No fue tu culpa -miró hacia otro lado, por lo que me acerqué dejándola sin opción-. No puedes seguir culpándote por ello.

Tras haber soltado aquella oración, Sasha me miró en silencio. Cuando el contacto visual empezó a volverse pesado de sostener, alzó su cuerpo y me besó.

Mi Mundo // SashanneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora