Capítulo 1. "El secreto"

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Ahí me encontraba, despachando a la mujer más pesada del mundo entero. Llevaba más de media hora preguntándome cosas sin sentido sobre películas que nunca había visto y, por culpa de tener que ser bueno con la clientela, se creía que quería ayudarla en todo momento haciendo la bola de nieve cada vez más grande. La felicidad del día llegó cuando me indicó que quería por fin dos películas que, al final, no eran para nada lo que estaba buscando en un principio.

—Si usted me da 10 dólares, la vuelta será de 4 por las dos películas. —concluí con el cambio monetario en la mano derecha y una bolsa en la izquierda para entregarle las películas a la señora menuda—Muchas gracias por visitar Family Video, el video club con las películas más recientes de los ochenta —indiqué con una sonrisa automática lo suficientemente real como para caer bien a la persona que tenía en frente. —No olvide rebobinar la cinta antes de entregarla.

La clienta se marchó despidiéndose con la mano y aparentemente contenta con su alquiler para el fin de semana. "Otro punto para mi" pensé.

—¿Qué? —Medio aplaudió Robin desde la otra punta. —¿No te cansas de poner esa cara de falso a la gente?

La chica de pelo corto se encontraba rellenando la caja en la parte trasera de la tienda. Se trataba de unas de las mejores ofertas que el Family Video podía ofrecer, 3 chocolatinas con caramelo y crema de cacahuete por un dólar, la mejor compañía para un estómago hambriento y una película de terror de clase B.

—No sabía que ahora ser educado y buen trabajador era ser un falso... No obstante, ya sabes el lema: Haz feliz a tu cliente y lo serás tu también. —dije sonriendo muy ampliamente.

—Blá, blá, blá —cortó Robin —Si, de hecho, —indicaba con dificultad mientras se agachaba a por otra caja —tú y yo sabemos muy bien en dónde se encuentra tu mente ahora mismo y no, no está en el video club —dijo haciendo una pequeña pausa mientras sacudía una chocolatina en su cabeza para enfatizar la palabra.

El pánico se apoderó de mi y de un momento a otro había saltado la barra tan rápido como pude y casi me abalancé a por ella para taparle la boca.

—¿Estás loca? ¡No puedes decir nada! —susurré acercándome mientras me agachaba, como si aquel gesto fuera a hacer que las palabras sonaran aún más bajo.

—Tranquilo Steve... estamos solos, ¿recuerdas?

—La soledad es algo que no entiendo desde que once llegó a nuestras vidas... —solté exasperado mientras me masajeaba cabeza —han pasado tantas cosas raras en estos años, que me espero de todo. No quiero que nada se descubra... —bajé la voz aún más —sabes que es peligroso.

—Está bien, tienes razón... Lo siento —susurró. —No volverá a pasar lo prometo.

—De acuerdo —dije dubitativo —y no, no estoy pensando en absolutamente nada. —solté sacando tensión, me había comportado como un tremendo idiota con ella.

En esta ocasión Robin no contestó aunque me miró de reojo con media sonrisa mientras seguía rellenando y apilando las cajas vacías a otro lado. Y yo, que ya la conocía lo bastante bien, sabía perfectamente cuales eran las palabras que estaban pasando ahora por su cabeza.

—Yo tan sólo digo...

—Te conozco Steve —cortó de inmediato la rubia —y es normal que estés preocupado, no estoy en ningún momento diciendo nada malo, ¿o me equivoco? —enarcó una ceja.

No supe qué contestar en ese momento y ambos nos quedamos callados. En el establecimiento no había más sonido que el del propio reloj que colgaba justo en la pared detrás del mostrador donde normalmente atendíamos. De vez en cuando, también los envolvían el sonido de las chocolatinas al chocar unas con otras y algún suspiro de Robin. Al parecer no se encontraba muy contenta con como había seguido o finalizado la conversación. En cambio yo, que daba la conversación más que por terminada, no paraba de pensar en las palabras que le había dirigido mi amiga y compañera de trabajo.

Era verdad que desde todo lo ocurrido, andaba más despistado que de costumbre, pero por Dios... La vida no dejaba de darme tantas sorpresas que ya no sabía como reaccionar a ninguna de ellas. Suspiré y Robin me miró.

—Oye Steve...

—No, Robin, yo...

—Calla, que no me tienes que explicar nada so bobo —decía sonriendo —es tu hora de irte anda —señaló el reloj detrás de la barra —tu turno ha acabado

—Si quieres me quedo y te ayudo, no queda mucho tiempo para cerrar el video club.

La chica de pelo corto me miró inmediatamente y, si las miradas matasen, ahora estaría más que muerto.

—Está bien —dije levantando las manos en señal de rendición.

Robin solo se rió y continuó con su cometido, rellenar las cajas con las ofertas. La miré suspirando por un último momento mientras me quitaba el chaleco y me dirigía al cuarto privado donde tenía las llaves del coche y poco más que una mochila con algunos objetos personales, como la cartera, y las llaves de casa. Una vez agarré todo, salí del cuarto y apagué la luz.

—¿Nos vemos mañana? —pregunté

—Por supuesto, no puedo aguantar un día sin ver tu cara de memo.

—Yo también te quiero loca del demonio —dije riendo mientras me aproximaba a la puerta. Un último vistazo fue suficiente para despedirme por completo de mi amiga con un gesto y salir a la calle. El frío de la noche me azotó y en ese momento deseé haber agarrado mi chaqueta, la cual ahora se encontraba colgada en la entrada de casa. —Maldita sea —susurré mientras corría hasta el coche. "Si que había refrescado" pensé. Arranqué inmediatamente el coche con las manos casi congeladas y la música saltó como de la nada. Suspiré de nuevo mirando una vez más hacia mi lugar de trabajo mientras levantaba lentamente el pedal del embrague y presionaba con suavidad el del acelerador.

El viaje fue como siempre, no tan largo como para aburrirse pero no corto para que la llegada a casa fuera como me gustaría. Llegué y aparqué el auto justo en mi parcela. Las luces estaban apagadas como de costumbre y parecía que no viviera nadie allí. "Pareciera" pensé.

Semanas atrás, justo antes de todo lo relacionado con Vecna, mis padres, tras todo lo ocurrido con los asesinatos, habían decido abandonar Hawkins. Sin embargo, yo había elegido continuar allí, por todos y por mi, nunca me habría perdonado el haber dejado solos a todos los chicos. Era gracioso pensar como todo había pasado tan rápido y tan lento a la vez ya que, tan solo hacía una semana que habíamos derrotado a Vecna y  tuvimos que seguir con nuestras vidas como si nada. En el pueblo, todos habían pasado por una transición donde "terremotos" y casos extraños con la naturaleza habían inundado todo y muchas familias escaparon a otro lugar pero, la mayoría, seguían esperando atrapar al causante de todo, a Eddie Munson.

Apagué el coche de golpe, ese pensamiento me había revuelto las tripas. Estudié todo con cuidado antes de salir y ojeé los alrededores. Vi al fondo como un papel blanco pegado en una farola se balanceaba con el viento. Salí del coche y me acerqué con cautela y despacio como si aquel papel tuviera vida y fuera a huir de un momento a otro. Suspiré de nuevo pero esta vez con furia. Era otra vez la maldita fotografía de Eddie Munson pegada en el poste de la luz. Lo arranqué con fiereza e hice una pequeña pelota con aquel panfleto. En este pueblo no tenían ni idea de quién era aquel al que llamaban loco o friki. Inconscientemente me sujeté el pecho, quemaba... Esa sensación... se repetía cada vez que recordaba todo lo que creían de él, todo lo que comentaban, esa sensación...

No vacilé, y más decidido que nunca, obtuve las llaves de mi mochila introduciéndolas en la cerradura como de costumbre. Entré y la cerré de golpe como si alguien me estuviera persiguiendo. Encendí la luz de la entrada y me quité los zapatos. Estaba dispuesto a ir justo a la cocina cuando un sonido en el sótano llamó mi atención.

Sin pensarlo ni un momento acudí bajando las escaleras como si el suelo quemase y lo que vi me heló por completo la sangre.

Steddie | Nuestro mayor secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora