IV•┈❁La Belleza Hecha Carne

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     PARECÍA QUE LOS D'ANDREA CREÍAN que la cristiandad borraría sus actos violentos, así que, desde temprana edad, Mellea estuvo acostumbrada a asistir cada domingo a la misa de la iglesia de Santo Domenico. Aunque raramente ponía atención en las oraciones, sus hermanas tenían que continuamente codearla cuando se quedaba en un absoluto silencio, sólo admirando los frescos que se cernían sobre ella.

      Admirando los cielos estrellados, las paredes pitadas con todos los santos, vírgenes y ángeles entre los mármoles coloridos que, por sus trazos, especificaban un origen en la baja edad media. Mellea sonreía al reconocer los detalles, pensando que, de aún vivir, sus instructores estarían satisfechos de su buena memoria.

     Sin embargo, la cúpula de Florencia, por dentro era como transportarse a otro mundo. Entre el silencio sagrada que sólo era interrumpido por el sacerdote celebrante desde el altar, invitaba a sus fieles a tomar sus rosarios entre sus manos y acercarse al corazón de Cristo. Mellea creía que había muchas formas de acercarse a Dios más allá de la palabra, como ella, que contemplaba a su señor desde los ojos. ¿Qué era sino más sincero que mirar a tu creador desde las ventanas del alma?

     Habían pasado dos meses desde su llegada a Florencia y ni siquiera sesenta días le habían bastado para terminar de contar cada una de las figuras que adornaban las paredes, pero siempre se quedaba suspendida en el realismo de las pinturas. El detalle del bordado de cada ropa, las mangas falsas en sus colores, las pronunciadas arrugas en algunos frescos que representaban a Dante Alighieri y su obra a sus espaldas con los nueve círculos del infierno.

      La vida común de los florentinos con sus mercados, festivales y día a día también estaban representados con más sutileza, pero la verdadera joya oculta era la angelical vista a la infinita cúpula. Mellea parecía estar viendo el reino celestial, o por lo menos, escuchando su llamado cuando el coro de monaguillos interpretaba las piezas correspondientes a su liturgia.

     Mellea casi podía decir que podría entrar en un verdadero trance, sino fuera por las insistencias de Giuliano, el rubio no había parado de chocar su muslo contra el suyo mientras estaban de rodillas en los mullidos cojines bajo las bancas.

     —¿Quieres salir? — Giuliano le preguntó con simplicidad en un tono tan bajo que Mellea tuvo que inclinarse un poco hacia él—. Casi siento que te duermes en la espalda del viejo Ardighelli.

     A la pelinegra se le escapó una pequeña risa, ganando una mirada severa de Lucrezia, quien los observaba desde el banco de enfrente, ya que la joven pareja había adoptado la costumbre de sentarse en las últimas bancas para sus huidas repentinas. Mellea cubrió su boca y lentamente retiró su mano, compartiendo una mirada cómplice con su esposo.

     —Estaba poniendo atención, para que sepas.

      Giuliano levantó una de sus cejas con duda y miro hacia la cúpula—No sabía que el padre había obtenido las alas del señor, yo no lo veo.

MORIRÒ DA RE ─── Medici: Masters Of FlorenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora