VI•┈❁Todo o Nada

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     MELLEA HABÍA VISTO EL MILAGRO DEL NACIMIENTO un par de veces, gracias a sus hermanas, pero aún recordaba vívidamente los gritos aguerridos de su madre cuando dio a luz a su hermano Filippo. Su padre no creía que iba a sobrevivir, era su cuarto hijo y su médico les había advertido que podía tener complicaciones debido a un par de sangrados en meses anteriores, sin embargo, su madre vivió para ver otro día.

     Vivió para decirle a Mellea que los hombres podían quedarse con su valor de oro, porque ellas tenían el verdadero acero en el vientre.

     —El parto es el campo de batalla de una mujer— Bartolomea le había asegurado.

     Mellea a veces lo dudo, hasta que volvió a escuchar los alaridos de dolor y esfuerzo de Clarisa tras haber roto su fuente esa madrugada, las contracciones habían durado toda la mañana, permitiéndole a la mujer ponerse su cota invisible de guerrera en busca de cautivar a su enemigo. Entre esas cuatro paredes, el niño era tratado como un cautivo de guerra y en el parto, la partera gritaba dando indicaciones -igual que los jefes de los ejércitos lo hacían en las guerras-. El parto era una batalla de vida y muerte.

     Y Clarisa se aferraba a las manos de Lucrezia y Mellea para atarse al mundo de los vivos. Dios podía tener sus planes, pero rogaba porque hoy no fuera su día. Mellea limpiaba constantemente su frente con las compresas de agua tibia que Bianca le pasaba mientras su otra mano sujetaba la mano y el rosario de plata de la mujer Orsini, la cual, casi parecía que estaba por romperle los dedos por la fuerza con la que apretaba.

     No había un solo hombre en la habitación, Lucrezia los había echado a todos en cuanto las contracciones se volvieron más fuertes, prohibiéndoles entrar hasta que terminaran. No era raro, Mellea había visto como se excluían a los hombres de los cuartos de parto.

    —¡Vamos, un poco más! —la partera animó ante los jadeos de Clarisa, la castaña jadeaba desesperadamente por aire y luchaba por mantenerse consiente, para Mellea, era una idea aterradora que un pequeño ser pudiera causar tanto dolor al venir al mundo.

     —¡No, ya no puedo! ¡Qué pare!

     —No, no, nada de eso. Vamos, Clarisa, respira, ya casi sale—Lucrezia insistió sobando su espalda ante las respiraciones irregulares, Bianca y Mellea se miraron con preocupación, pero vieron más prudente no decir nada —. Hija, haz que calienten un poco el agua, esta se ha enfriado.

     —¡La cabeza está fuera! —la partera nuevamente avisó, Mellea hizo una mueca de desagrado al escuchar el sonido viscoso cuando las manos pequeñas de la mujer por fin pudieron tomar una parte más fuerte del bebé para ayudar a la madre a sacarlo.

     —Dios, no, no me dejes morir aquí—Clarisa deliraba entre temblores.

     —Nada de eso, tú eres su fiel sierva. No te dejará ese cruel destino, Clarisa, pero no puedes rendirte ahora. Lucha, no lo has llevado en vano estos meses—Mellea le murmuró al oído secando el sudor de su frente y palmeando sus mejillas para que no se quedara dormida.

MORIRÒ DA RE ─── Medici: Masters Of FlorenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora