Mi nombre es Ignacio. Aún recuerdo sus ojos verdes, eran dos esmeraldas descifrándote cada vez que te miraba, y mientras tanto cada una de sus víctimas quedaba impávida frente a ellos. Aún siento sus besos por la mañana, los suaves y los calientes, los que te decían buenos días y los que me pedían hacerla mía. Aún recuerdo los abrazos cuando llegaba a casa, esos que me reconfortaban luego de un día largo y me abrigaban del frio del día a día... aún la recuerdo, y la extraño, y de vez en cuando me pregunto como fue que todo acabó, como fue que después de tantos para siempre todo termino a los pocos meses. Mis amigos me insisten para que salga con ellos, que deje atrás a Carla, que ya no hay vuelta atrás y de que seguramente ella ya tiene a alguien más, yo les digo que sí, que esta bien, que los acompañaré, que no me importa si está o no con alguien más, que está superado, pero Dios y yo sabemos que no es así, que si es verdad que está con alguien más me rompo en mil pedazos, que si no esta viviendo el duelo como yo lo vivo entonces me siento pequeño y débil, que si es capaz de tocar los labios de alguien que no sea yo entonces sentiría que muero, que estoy varado, que no puedo avanzar en una camino que yo mismo agriete.
En uno de los tantos intentos de mis amigos Juan me dijo que saliéramos a una fiesta peculiar, una donde todos los invitados debíamos ir con una especie de mascara que solo tapaba la parte superior de nuestros rostros, según el era una forma de desinhibirse, de poder mostrarse tal cual es cada uno, pues no se puede tener una opinión total sobre alguien que no se sabe quien es. Al principio no quería ir, sabía cuál era el propósito de esas fiestas, no era simplemente pasarlo bien y poder actuar libremente para pasar el rato, todos van a buscar una pareja, tener sexo, dar unos cuantos besos sin intenciones y quizás poder tocar un poco más de lo que tocarían en una fiesta cualquiera. Pero deberías ir, no pierdes nada, estas soltero y ninguna lamentación cambiará eso, ella te dejo, no le interesas más, no te ha buscado y no lo hará, esa es tu verdad, esa es tu situación, y seguirá siéndolo porque no has hecho nada diferente en los 6 meses que han pasado desde que terminaron, si quieres superarla no puede seguir haciendo lo mismo, dijo Juan, la verdad es que tenía razón, no se si las circunstancias o la invitación que me hacia era la más apropiada, pero tenía razón, esas esmeraldas no iban a ser olvidadas si cada vez que estaba un momento a solas recordaba la forma en que me examinaban y en las que de vez en cuando me coqueteaban y me enamoraban aún más de lo que ya estaba. Decidí hacerle caso a mi amigo, probar algo nuevo no me podía hacer ningún mal, no podía estar peor de lo que estaba, no podía estancarme más de lo que ya estaba, ni podía retroceder pues aún después de todo el tiempo que había pasado yo la seguía recordando como si la hubiese visto ayer. Busque la ropa que llevaría al día siguiente, un pantalón de tela y una camisa ajustada al cuerpo, la mascara no fue mucho problema dado que Juan me facilito una, era roja con unas cuantas lentejuelas en el contorno, al principio no sabía si usarlas, pero Juan me dijo que así era el modelo estándar, yo le creí y la aparté en mi cómoda para poder usarla al día siguiente. Juan me abrazó y me dijo que se alegraba de que, si fuese y que me abriese a nuevas experiencias, a conocer a nueva gente, esta bien, gracias por la invitación, le dije yo, cerro la puesta y quede solo en mi pieza. Me sentía como al medio de la nada, me vi al espejo y vi a alguien que no reconocía del todo, parecía un poco más feliz, un poco menos aquejumbrado de la vida, pero no me reconocía en él, era un desconocido, y yo ya no sabía quien era. Me puse pijama, cerré los ojos y antes de dormir aparecieron ahí, los dos ojos esmeralda, pero está vez sus contornos brillaban, de un plateado extraño que no se relacionaba de manera alguna con la realidad, pensé y pensé en los ojos, en el rostro que los poseía, en los labios carnosos que estaba un poco más abajo, en el cuello largo y terso que sostenía la cabeza que tantas veces tomé para besar, en los hombros suaves y ligeros que te susurran la existencia de un par de senos redondos y firmes que apretaba con pasión al momento de hacer el amor, sentí como empezaba a excitarme, intente dejar de pensar en ella, pero fue inevitable imaginar su abdomen, ni flaco ni obeso, un abdomen que podía apretar y sentir tan cálidamente, tan suave, tan marcando el preámbulo de unas caderas por las que resbalaba mis manos cada vez que ella se sentaba sobre mi, movía sus caderas y me hacia cerrar los ojos y suspirar del éxtasis. Ya no puedo aguantarme más, tengo un bulto en mis pantalones, lo sostengo con ambas manos y empiezo a masturbarme, primero lentamente, y a medida que recordaba su trasero, como bailaba pegada a la pared para provocarme, como me miraba coquetamente y luego en la cama quería devorarme, empiezo a acelerar el pulso, voy rápido, la respiración se me corta, casi pareciera que mis quejidos dicen su nombre, casi que van al ritmo de unas caderas que imagino estoy invadiendo con lo que tengo entre las manos, acelero, muy rápido, muy muy rápido, no puedo aguantar más, dejo de respirar, el corazón deja de palpitar por unos segundos y me voy, eyaculo y recuerdo su rostro, su mirada, su beso correspondiente a cada vez que terminábamos de hacer el amor, y casi siento que tengo una lágrima en los ojos, pero bostezo rápidamente, me engaño a mí mismo diciéndome que es solo sueño, me levanto, me limpio un poco y me voy a dormir, esperando que por favor el día de mañana aparezca algo que me haga olvidarla.
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Historias De Lujuria (+18)
Lãng mạnQuizás no es lujuria la palabra que debería usar en el titulo, no escribiré sobre sexo desenfrenado, o tal vez si, pero siempre con un trasfondo de amor, espero lo disfruten.