Los rayos de luz provenientes del astro reina traspasaban la ventana de la habitación, se filtraban por la cortina eludiendo los finos hilos que buscaban entorpecer su camino, y llegaban a una pequeña esquina del cuarto, lugar desde el cuál no le eran de utilidad a nadie, ya que solo alumbraba el pequeño agujero por el cuál se movía un ratoncito cuya existencia era desconocida para los dueños de la casa.
Alberto abrió la cama, encendió la luz del velador, y buscó en el closet algo ligero para dormir, que evitara la sensación del calor a causa del fuerte verano que estaban viviendo en España. Abrió el cajón de la ropa interior y sacó un par de bóxer que usaría como pijama. Al recostarse tomó un libro del velador. Estaba marcado, más o menos, en la mitad. Abrió la caja color roja para lentes que había comprado hace poco, con el fin de evitar la acumulación de polvo en los cristales, y se colocó sus lentes especiales para leer. Abrió el libro con la parsimonia que pueden permitirse aquellos que disponen del tiempo para disfrutar de una buena novela o de un rico café en la mañana, y retomó su lectura en el punto que la había dejado. Le bastaron 3 oraciones, 5 palabras y 3 comas, para que se viese totalmente inmerso en la trama que se presentaba ante sus ojos y que hacía trabajar su imaginación. La concentración que alcanzó fue tanta, que cualquier estímulo externo se volvió nada para él. El sonido de la televisión – que siempre olvidaba apagar – había desaparecido. El cantar de los árboles, al agitar sus ramas para seguir el camino de la brisa, se volvió silencio. Incluso la caminata de su mujer al entrar en la habitación, usando el pijama más transparente que tenía, pasó desapercibida para el hombre que, en ese momento, se imaginaba en medio de la trama que involucraba a un tal Frederick Stark y un hombre con sed de venganza autodenominado con el seudónimo de Rumplestiltskin.
Almendra se acostó junto a su esposo, pensando que esa noche, la traslúcida prenda no lograría impulsar la noche de lujuria con la que había soñado. Tomó las sábanas de la cama y se cubrió hasta el inicio del cuello, visto desde la perspectiva de quien recorre su cuerpo con la mirada partiendo desde lo pies, subiendo por las carreteras que parecen ser paralelas pero que confluyen en la cueva donde dos seres se transforman en uno, luego sube sorteando las curvas del camino y atraviesa lentamente, pensando incluso en quedarse ahí, las montañas del paisaje hasta llegar a una pequeña escotadura desde la cual, al mirar hacia arriba, se aprecia su mentón.
Apagó la luz de su lamparilla y se acomodó dándole la espalda a su marido, no porque estuviese enojada, sino que para no encontrarse frente a frente con el libro que evitó su noche de pasión. – Buenas noches – Dijo almendra, - Buenas no... - las palabras de Alberto se vieron interrumpidas por la conmoción provocada al ver el cuerpo de su mujer a través de una tela que solo camuflaba el tono de su piel, dejando ver una mezcla entre el color piel y el blanco de la prenda, pero que proporcionaba a la vista el contorno de la desnudez de Almendra. La impresión de Alberto fue captada al instante por Almendra, quien no dejaría pasar la ventana de esperanza que se había abierto. Con la mano bajó un poco los tirantes de su pijama, dejando al descubierto la zona superior de sus senos. Al ver a su esposo notó como sus pupilas se habían dilatado, una señal inequívoca de excitación, pero no era suficiente, aún tenía el libro en las manos y parecía que en cualquier momento su mirada volvería al libro. - ¿Pasa algo amor? – le preguntó con una voz suspirante y con un seno ya totalmente al descubierto. – No, no, no pasa na... - nuevamente sus palabras se vieron interrumpidas, esta vez por la mano de su esposa explorando su bajo vientre, sin llegar a la zona púbica por el momento. - ¿Estas seguro?, pareciera que sí, quizás deberías dejar ese libro de lado y contarle a tu esposa lo que sucede –. La mano de Almendra ya había pasado por debajo del elástico del bóxer, que para su absoluto regocijo, se encontró con algo totalmente duro y levantado. Alberto dejo el libro de lado. <<Ya eres mío>> pensó Almendra al ver que su esposo ni siquiera se tomó el tiempo de volver a poner el marcador de libros en la página alcanzada. Almendra tomó la erección con su mano izquierda y comenzó a masturbarla, mientras, su mano derecha recorría el abdomen marcado de su marido y sus labios succionaban fugazmente el cuello de Alberto sin alcanzar a dejar las características manchas moradas. Alberto, presa de la calentura, comenzó a mover las caderas como si estuviese follando la manos suaves y delicadas de Almendra. Al sentir el movimiento de caderas de Alberto, Almendra soltó el pene erecto y lubricado de su esposo para saltar sobre él. Colocó su trasero justo en el lugar donde el bóxer se abultaba, dejando en evidencia las ganas de hacer el amor que tenía Alberto. Almendra sintió, a través de la ropa, como el pene se apretaba fuertemente contra su vagina, que poco a poco comenzaba a sentirse mojada. Alberto, presa del instinto sexual que lo invadía, empezó a mover las caderas contra las de Almendra. No tenía cabeza para pensar en sacarle la ropa a su esposa por lo que daba "estocadas" con fuerza, pensando que en algún momento la ropa se rompería a causa de la potencia de sus movimientos. Almendra, al sentir la presión de sus genitales con los de Alberto y la excitación producida por el deseo mutuo de penetración frenado por la delgada tela de su pijama y del bóxer de su marido, lanzó un gemido que retumbó en la cabeza de Alberto. – Te quiero – dijo Alberto. - ¿No me amas? – respondió Almendra. – Te quiero meter la verga – le respondió terminando la oración anterior. – Quizás debas hacer méritos, no lo sé, convénceme – sabía que tenía el control de la situación, que una vez encendida la chispa era imposible controlar el incendio, menos cuando su figura era como gasolina altamente inflamable a los ojos de su esposo. Decidió sacar provecho de la situación, que Alberto tuviese que esforzarse para conseguir lo que deseaba. Aunque en el fondo sabía que no lo tendría muy difícil, el hecho de estar totalmente mojada delataba que sus ganas por tener el pene de Alberto dentro de sí eran enormes.
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Historias De Lujuria (+18)
RomanceQuizás no es lujuria la palabra que debería usar en el titulo, no escribiré sobre sexo desenfrenado, o tal vez si, pero siempre con un trasfondo de amor, espero lo disfruten.