RETRATO

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RETRATO

Nunca sabré las meticulosas diferencias entre él y yo, éramos el mismo, pero a la vez no. Él se llevaba la mejor parte del trato, las adulaciones y la contemplación con absoluta admiración de aquellos humanos que se quedaban detenidos en aquel retrato de mi otro yo, o de mi espejo, o de alguien que no era yo. Por el contrario, todo mi ser era el que recibía con empatía y respeto las más duras criticas, supongo –pienso ahora ya siendo los dos uno, y parte de la historia− quizá era la sutil forma (más afectiva y efectiva) que tenían mis allegados de insultar mi propio rostro, mis imperfectas cualidades físicas sin que yo lo notará en demasía, igual...ese, era igual a mí, y no lo era.

Ramón Filiberto, pintor, escritor, perteneciente a una de las familias más aristocráticas de la Argentina, cuya adolescencia fue embebida con la cultura vanguardista de la gran Europa y premiado con diversas distinciones. Su nombre aún figura en cada galería de Arte, y yo todavía me asombro lo pequeñas que se ven las firmas debajo de los cuadros, inexistentes casi como la vida misma de los sufridos artistas. Se admira la obra y no quién la plasmo, casi quisiera que los pinceles se llenen de pintura solos o que esta pluma retrate mis letras en un solo soplido. La obra misma cobra vida, tal mi retrato.

Observo el rosal que estaba justo detrás de mi espalda, pareciera que la brisa cálida suavizaba los pétalos rosas y una esponjosa nube blanca -quizá dos- teñían el firmamento celeste cielo de un nublado colorido. La perfecta combinación de tonos, la magnífica creación retratada en un lienzo. Un hornero (recuerdo de mí querida Argentina) se posaba en una de sus ramas, o tal vez estaba a punto de desplegar sus alas para volar en las infinitas alturas. Por detrás del rosal la reja verdinegra de mi antigua casa en Belgrano sur. Y yo, o mi otro yo, luciendo la boina gris hacia un costado, tapando parte de mi frente, y escondiendo de manera implacable los remolinos de mi cabello castaño; la camisa cuadrille roja y negra, y los pantalones de gabardina marrones, mirando a través del lienzo – o hacía el lienzo− no lo sé, su quietud me atormenta.

Sí tenemos queser justos, el retrato me hace justicia, y sin ánimos de sonar con aires devanidad, es la mejor versión de mí mismo, o de mi otro yo

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