LA ESTRELLA

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LA ESTRELLA

Y allí entre la arbolada y los montes, la gran torre roja de 17 pisos resaltaba entre la selva como un estandarte de resistencia frente al tiempo cruel, de una arquitectura intensamente planificada el dragón de escamas metálicas rodeaba la torre como un presagio de un cuento de hadas en cuyas alturas aguardaba la princesa para ser rescatada y la gran estrella moría justo en la boca entre sus dientes afilados de brillante metal anunciando la entrada del crepúsculo y el comienzo de un nuevo día.

Recuerdo que de niña ese lugar llamaba poderosamente mi atención, resultaba ser de una magia particular el hecho de ver un dragón escalando un edificio con tanta precisión. Más fui sumando años ese asombro se fue perdiendo, como se pierden todas las cosas mágicas con el correr del tiempo, y pasó a ser un edificio de magnífica construcción, pero sin un mínimo retazo de encantamiento. De hecho, hasta importunaba la vista del gran valle, me sumaba cierta ansiedad su existencia. Mi madre falleció cuando yo era una adolescente, poco quedaba para mí en el pueblo así que partí. Luego de convertirme en agente inmobiliaria volví para comenzar las negociaciones. Un gran empresario deseaba tirar abajo el edilicio para construir un imperio, un complejo de edificios modernos, ecos sustentables de piscinas infinitas y más acordes a la vegetación autóctona, obviamente recibiría de este negocio mi linda tajada.

Al caer el crepúsculo, a las 19. 58 horas de aquel día primaveral llegue con toda mi artillería para ser atendida por una de las monjas que comandaba el lugar. El anciano ya fallecido, ex dueño del establecimiento había dejado la escritura a estas religiosas para que hagan uso del lugar y cuidarían de él como gárgolas talladas en la roca dura del edificio, impolutas y no dispuestas a dejar que nadie entrara en el fuerte. Tal era su tarea tomada al pie de la letra, que rara vez se las veía, salvo en ocasiones para recibir algún que otro turista, de los cuales por una suma de dinero recorrían el gran túnel que llevaba a lo alto de la torre, y que coincidía literalmente con el interior del lomo del dragón, básicamente uno podía ser aquello con lo que se indigestaba la gran bestia que celaba el lugar. Al pie de la torre, las largas y filosas garras actuaban de bienvenida para los espectadores, mucho de ellos las tocaban a modo de "buena suerte", y debajo de ellas una leyenda "custodes temporis".

Traspase la puerta, una fila de hermanas angelicales aguardaban nuestra entrada, con su mirada perdida en el piso, no podía apreciar con claridad sus rostros pálidos, aunque con el uniforme y al estar completamente tapadas no había mucho para ver. El recorrido no fue muy extenso, las últimas gotas de sol iluminaban el lugar, también los flashes de los turistas retratando postales de su viaje. Iba por detrás de la multitud comenzando el descenso cuando una monjita me tomo del brazo y me ordeno parar.

− Aguarda aquí.

No voy a mentir me sentí intimidada, y un poco curiosa por el pedido de la señora. O en cómo habían adivinado que yo era la persona que les había solicitado una entrevista. Aguarde sin mostrar un dejo de la impaciencia que me caracterizaba. Al salir todos del complejo se escuchó de fondo la gran puerta de roble doble cerrándose dejando un eco bestial en los rincones de la torre. El sol se oponía en el horizonte. La gran estrella resplandecía en su última luminiscencia. Mire fijo a la monja esperando que emitiera algún tipo de sonido, pero simplemente quedó parada allí con sus manos cruzadas en su regazo entre medio de la oscuridad que se asomaba. El astro hacia su recorrido habitual hasta posarse suavemente entre los dientes de la boca del inerte dragón, que entre el brillo del sol, y sus ojos de oro pareciera que cobraba vida. El resplandor cegó mis ojos, y al despertar del embrujo, un círculo de hermanas rodeaba a la gran bestia crepuscular. Reunidas en un canto eterno, dándole la cordial y rutinaria bienvenida a la gran celadora del lugar, mi madre. La noche caía, el firmamento se iluminaba con los faroles celestiales. Mientras la gran estrella duerme, las bestias de la oscuridad se divierten entre canticos, alimentan su condenada alma con la sangre de los puritanos de aquel pueblo abandonado. 

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