PSICOSIS

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Tu recuerdo nublaba mi memoria, casi que se interponía entre mi culpa y la satisfacción de que ya no estuvieras aquí −de manera corporal y humana, al menos− porque parte de vos, esa fracción testaruda y obsesiva que te caracterizaba, no se había ido, estaba impregnada en las telas de este cuarto viejo, en las partículas de polvo que se suspendían en el aire y se posaban tranquilamente en la cama, y yo me sentaba en el borde, al límite de caerme y ser devorado por el piso. Me sentaba largas horas en ese umbral que evocaba tu reminiscencia, justo en la posición en la que podía apreciar el baño de soslayo, y en consecuencia la bañera y su cortina, justo ahí donde te había dejado mi recurrente recuerdo.

Te veía allí parada, impasible, frente al espejo, soltabas uno de los breteles de tu vestido rosa, que caía dulcemente sobre tu hombro, el otro bretel se copiaba, y sin más, tu vestido flotaba hasta el suelo de cerámico gris. Vos mirabas a través del marco, hacia el frente, hacia la proyección que daba el reflejo del espejo, y no me veías. Me perdía en el sonido de la ducha que ya habías dejado correr, y en un parpadeo solo quedaba la estela de tu ser en el cuarto de baño.

El vapor que se escapaba por la hendija de la puerta calaba mi piel con esa agobiante humedad que sopesaba en mi cuerpo empapándolo del hedor que dejaba tu presencia. Y mi curiosidad recobraba impulsividad, y me acercaba, y ahí estaba tu sombra en la cortina de baño, y veía tus cabellos rubios enmarañados por la espuma, tus turgentes pechos sobresalir y el agua nacía en tus hombros y moría en tus pies, luego me sentía mojado, las gotas de lluvia llegaban a mis zapatos. Y tu sombra, tu hermosa sombra se difuminaba en el vaho húmedo que brotaba de la bañera. Mi mano corría el velo, esa tela plástica que nos separaba se desvanecía en el calor del baño, se desvanecía en mi mente, y cuando la abría ya no estabas. Tu sombra ahora estaba del otro lado de la habitación, tu mirada esquelética abismando la oscuridad de tu alma y el eco de tu voz ronca retumbaba en cada pared de esta habitación olvidada.

En honor a Hitchcock, cuyos filmes nos llenaron de miedo. 

PenumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora