Capítulo 58: «Veinticinco años (Cuarta Parte): Aunque tenga dónde elegir...»

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Aparcó el coche frente al taller con la discusión que acababa de tener con Lexa rebotando de un lado a otro de su cabeza mientras Emma cantaba uno de sus temas favoritos desde su sillita, con mucho sentimiento, pero afinando regular.

«Yo no puedo llegar tarde al bufete, Clarke».

Lexa lo había dicho estresada tras pedirle que le diera de desayunar a Emma, porque su hija acababa de estamparle la huella de su mano en el cuello de la camisa que pensaba llevar al trabajo aquella mañana. Una obra de arte, en plan óleo sobre lienzo, pero en versión bebé maravilla: «mermelada sobre lino» y en estilo libre.

Una catástrofe en su carrera contrarreloj.

No habían dormido bien y encima aquella mañana la guardería Griffin operaba con retraso, porque Margaret tenía revisión con el oftalmólogo a primera hora, así que tendría que llevarse a Emma al taller hasta que su madre pudiera pasar a recogerla. La cocina estaba hasta los topes de «¡Mamá, dalletas!», de conversaciones ininteligibles con Paddington, chillidos agudos y carcajadas infantiles a las que no les importaban ni los decibelios ni las horas.

Caótico y un poco abrumador para las siete y media de la mañana, así que aquel «Yo no puedo llegar tarde al bufete, Clarke» ni sonó conciliador ni le pilló en su mejor momento.

«¿Y yo al taller sí?».

Le salió en plan borde y un poco exagerado por las prisas y el cansancio. Lexa le contestó «No he dicho eso» alzando la voz para que pudiera oírla mientras se cambiaba la camisa en la planta superior y ella respondió «Pues ha sonado parecido» a la vez que le ofrecía a Emma una cucharada de cereales.

El «Demasiado temprano para tanto drama» que contestó su mujer le sentó regular, así que cuando Lexa regresó a la cocina con intenciones de despedirse, ella le dedicó su mirada de «no me caes bien ahora mismo» y se centró en Emma, un poco en plan «ni te molestes, Woods».

Así que Lexa se despidió de su bebé maravilla con un cariñoso beso en su mejilla y a ella le dijo «Ahora mismo no tengo tiempo de cuidar de dos niñas. Hablamos cuando vuelvas a tener veinticinco» antes de salir de casa con el portafolios al hombro y mucha prisa.

En la mesa de su cocina apretó la mandíbula con tanta fuerza que se hizo un poco de daño, pero cuarenta minutos después, mientras sacaba a Emma del coche frente a su lugar de trabajo, aquella discusión le parecía de las más estúpidas de la historia de su relación y ya no tenía muy claro con quién estaba enfadada en realidad.

Lexa jamás había hecho diferencias entre sus trabajos, así que se inclinaba más por la segunda opción. Ella.

—¡Brum, brum!

Su bebé maravilla echó a correr hacia la entrada del taller en cuanto la depositó en el suelo, con demasiada energía y con Paddington dando botes a su lado, colgando precariamente de una de sus manos. La siguió con la vista mientras sacaba su sillita del maletero del coche y sonrió de medio lado al verla llamar a la puerta de metal, acompañando los pequeños golpes de la palma de su mano con reveladores «¡Yayo! ¡Brum brum! ¡Yayo!».

Llegó a su lado justo a tiempo para escuchar al «yayo Douglas» seguirle el rollo desde el interior del taller en tono juguetón.

—¿Quién es?

—¡Ema!

Su hija se identificó a la velocidad del sonido y llamó de nuevo a la puerta, porque estaban trabajando en ello, pero de momento la paciencia no era lo suyo. Lexa decía que le recordaba a «alguien».

RECUERDOS (Solo los primeros capítulos. Incompleta por publicación editorial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora