Capítulo 7: «Once años: Por una fiesta de sándwiches de mocos»

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¿Cuándo se dio cuenta de que lo que sentía por Lexa Woods era algo más que amistad? No podría señalar un momento concreto, no descubrió que estaba enamorada de su mejor amiga un lunes al salir de clase, ni un viernes mientras veían películas de terror. No la sacudió por dentro de pronto como una revelación de las impresionantes. No fue impactante, fue progresivo y paso a paso, muchas piezas queriendo encajar en un lugar que en principio no le parecía el adecuado porque nadie a su alrededor tenía el mismo puzle. Seguro que por eso le costó el doble ensamblarlas, pero al final le quedó todo de puta madre.

Fue extraño, porque lo había visto venir y aun así no se lo esperaba.

Desde el principio su conexión con aquella diminuta morena que hablaba raro fue increíblemente profunda, pero nunca se había planteado nada más allá, porque era demasiado pequeña como planteárselo o porque hasta mucho después no hubo nada que plantear. Desde los cinco hasta los once años Lexa fue tan solo su mejor amiga, aquella con la quería pasar cada minuto del día y con la que podía contar para hacer cualquier cosa. Su confidente, su sombra, su compinche en cada travesura y su compañera de juegos.

Todo había sido fácil hasta entonces, porque en el pequeño universo en el que vivieron hasta los once años las niñas odiaban a los niños y los niños odiaban a las niñas y si a una niña le gustaba un niño o a un niño una niña los demás se encargaban de quitarles la tontería del cuerpo a golpe de crueles burlas y bromas pesadas.

Collejas y zancadillas.

Lesiones físicas de gravedad leve a moderada.

Amenazas de exilio.

Buenos tiempos.

Fueron buenos tiempos para todos, sobre todo para ella, pero desgraciadamente aquel paraíso terrenal del odio entre sexos llegó a su fin. Y terminó así, de repente y sin previo aviso, a lo mejor le pareció tan abrupto porque no había estado lo suficientemente atenta y de pronto un día las niñas de su clase comenzaron a hablar de los chicos de una forma completamente diferente a como lo hacían antes. Los «Ugh» y los «Puaj» dejaron de estar de moda y de golpe y porrazo a todas sus compañeras les gustaba uno de los integrantes de la clase, o dos, o tres, dependiendo de lo fresca que fuera cada una.

A Ronda le gustaban todos, a ella ninguno.

¿Y a Lexa?

Aquello fue lo que comenzó a preocuparle de forma alarmantemente intensa. ¿Y si a su amiga le empezaba a gustar algún chico? La morena nunca le había hablado de ninguno de ellos con otra cosa que no fuera indiferencia o disgusto, pero el resto del mundo estaba cambiando a su alrededor y no podía evitar pensar que solo era cuestión de tiempo. Que Lexa cambiaría también.

Le daba miedo del de verdad, diferente al que sentía respecto a Freddy y los monstruos de debajo de la cama. Este era peor y le revolvía por dentro el doble de fuerte, porque a la hermana de Billy le gustaba un chico de su clase y Glenn decía que se pasaban el día juntos, las horas de vigilia al menos. Sus horas de vigilia con Lexa eran demasiado importantes para ella y la perspectiva de que la morena prefiriera pasarlas con cualquier otra persona le apretaba muy fuerte justo en el centro del pecho.

A pesar de sus miedos y de la tontería que comenzaba a apoderarse del resto de la clase, ellas dos continuaron igual durante un tiempo. Seguían pasando los recreos juntas, mirándose con paciencia cuando escuchaban a alguna de las otras niñas compartir su pequeño enamoramiento preadolescente con frases del tipo «Es tan guapo» o «¿Creéis que yo también le gusto a él?». Y ella se moría por responder «¿Sinceramente, Ronda? No, no creo que le gustes. Ni a él ni a nadie, por cierto», pero Lexa la miraba en plan «Sé amable, anda» y conseguía que se tragara sus palabras una y otra vez.

RECUERDOS (Solo los primeros capítulos. Incompleta por publicación editorial)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora