Lexa podía conseguir de ella todo lo que le diera la gana. Todo. Aquella chica era el único ser humano sobre la faz de la tierra por el que hacía cosas que en realidad no quería hacer. Cosas aburridas, cosas asquerosas, cosas increíblemente estúpidas. Lexa se salía con la suya una y otra vez y ella la seguía a ciegas. Había sido así desde la primera vez que le hizo pucheros mirándola de aquella forma, cuando ninguna de las dos levantaba más de tres palmos del suelo aún, desde entonces seguía cayendo una y otra vez.
Si tenía que ver con Lexa, ella no tenía remedio.
Es que haría cualquier cosa por ella y no podía imaginarse cómo habría sido su vida si aquel día no hubiese estado tan ansiosa por probar las deliciosas galletas de la niña nueva que hablaba raro. Daba gracias por aquel encuentro cada vez que Lexa le sonreía, cada vez que Lexa la besaba, cada vez que la veía absorta en algún programa de la televisión o con el ceño fruncido mientras leía un libro. Respirar, era todo lo que Lexa tenía que hacer para que ella diera gracias una y mil veces porque una inteligencia superior la había cruzado en su camino hacía ya veinte años. A Lexa Woods. La misma Lexa Woods que lloró amargamente, porque un par de semanas después de haberse conocido su madre le había cambiado el almuerzo y ya no tenía las galletas deliciosas y pensó que eso significaría que dejarían de ser mejores amigas. Y lo habría significado en condiciones normales, pero con Lexa nada era normal. Y aquel día podrían haberle ofrecido miles de millones de toneladas de galletas deliciosas o helados gratis para el resto de su vida, aquel día podrían haberle ofrecido el mundo en bandeja y nada, nada, habría podido convencerla para que lo intercambiara por su amistad con Lexa. Nada.
Habían sido inseparables desde entonces. Siempre la una en la casa de la otra o las dos explorando los alrededores porque su hermano Glenn les había dicho que en el bosque cerca de su casa vivían duendes verdes que regalaban caramelos. Todos los fines de semana tenían algo extremadamente importante que hacer, a Lexa siempre se le ocurrían asuntos vitales por los que debían verse. Eso de pasarse dos días separadas les parecía una gigantesca pérdida de tiempo y su tiempo era valiosísimo, así que lloraban, pataleaban y aguantaban la respiración hasta ponerse azules. Lo que hiciera falta para que sus padres cedieran a llevarlas a la casa de la otra. Y casi siempre lo conseguían porque eran muy persuasivas, sobre todo Lexa.
Su amistad cada día se hacía más fuerte y mucho más profunda. Todo lo profunda que podía ser la amistad entre niñas de cinco años, claro. Casi nunca se quedaban sin cosas que hacer, tenían miles de planes a corto, medio y largo plazo, y si se les acababan las ideas daba lo mismo, porque con Lexa hasta aburrirse era divertido. A los cinco años soñaban con los seis y a los seis con el día en que cumplieran siete, porque a Glenn le dejaban irse con sus amigos con la bicicleta mientras fuera de día. Independencia sobre ruedas y un medio de transporte para poder verse siempre que quisieran, porque sus casas no quedaban muy lejos y aunque lo hubieran estado le daba lo mismo, ella habría pedaleado hasta el fin del mundo.
Clarke y Lexa a los seis años
¡Viernes! ¡Viernes, por fin! Y no era un viernes cualquiera, sus papás le habían dejado pasar el fin de semana en casa de Lexa. El fin de semana entero, así que su sonrisa no le cabía en la cara de lo grande que era. En el asiento delantero su madre le comentaba a su padre que resultaba «un poco preocupante» que estuviera tan contenta por ir a pasar dos días lejos de ellos, escuchó algo sobre «problemas en el apego» y a Margaret poniéndose en modo drama en plan «¿qué hemos hecho mal?». Estuvo a punto de consolarla con un cariñoso «No te lo tomes a mal, mamá, pero te tengo muy vista», pero divisó la silueta de la casa de Lexa a lo lejos y toda empatía con su progenitora se esfumó de repente. Pegó la cara y las manos a la ventanilla del coche al máximo, nariz aplastada incluida, para intentar localizar a su amiga en el porche. Fue totalmente involuntario, pero una risita impaciente escapó de sus labios y esto llamó la atención de Margaret.
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RECUERDOS (Solo los primeros capítulos. Incompleta por publicación editorial)
FanficAdaptación Clexa de una historia que escribí hace mucho tiempo. Se conocieron en una clase de segundo de infantil a los cinco años, y, a pesar de la reticencia inicial de Clarke y gracias a las deliciosas galletas que Lexa llevaba como almuerzo cad...