Me escondí

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Hoy es un sábado a las 10 de la noche, y me encuentro escondida en un clóset, nunca me había metido aquí, nunca había tenido una necesidad tan grande de no ser vista en ningún sitio de esta casa, nunca había necesitado... Necesitado esconderme, sin juegos, sin diversión como cuando era niña y me escondía en el ropero porque la gata se metía ahí y yo quería ver qué se sentía, ahora hay solo introspección y un verdadero escondite para no enfrentar la incomodidad de una casa que agobia más que el pequeño espacio del que dispongo en este clóset, con el miedo de que la luz de mi celular invada las pupilas de alguno de los miembros de esta familia desalmada, me dispongo a escribir rápidamente, las puertas de los cuartos ya no son suficientes para declarar un espacio cerrado y menos cuando se trata de invadir o criticar los espacios ajenos, tanto físicos como de sentidos, sentimientos y sensaciones.

Desde el clóset, por el pequeño espacio que hay en la puerta corrediza que yo misma armé, puedo ver mi cama, o la que fue mi cama por casi 20 años, un colchón viejo pero bien cuidado, aunque lo más importante de esa cama, son sus luces, las luces que le llegan a través de la ventana provenientes de la iluminación artificial de una tienda de colchones enfrente de la calle que está ahí desde que yo nací, me gustaría estar ahí ahora cobijada por la pared que tiene un cuadro con un dibujo de mi perra fallecida, cobijada por los años de creatividad que pinté en ella, cobijada por las capas de pintura que guardaron mi descubrimiento a las artes, sin embargo la puerta quebrantable se encuentra enfrente, y es digna de atravesar si está cerrada y fácil de juzgar si está abierta, no quiero arriesgarme, no me gusta la incomodidad, no la que se siente fuera de la torsión de mis piernas dentro del clóset, aplastada por la ropa que yo creí ya era muy poca, me había llevado mucha, pero gran parte sigue aquí... En mi casa, la casa en la que viví por 22 años, una casa que nunca fue mía ni lo será, pero al estar tantos años aquí parecía que más bien yo era de ella, ella me movía por sus pasillos y habitaciones con los ojos cerrados y hacía que mis pupilas se agrandaran en la noche poco iluminada, me hacía bailar sobre sus locetas frías en la sala mientras se ponía el sol, me hacía girar en el columpio improvisado de la azotea, me hacía gritar en silencio en el baño frío con mis crisis de ansiedad, me cobijaba en las mañanas con la luz divina que emanaba de la ventana del baño empapandose de vapor... Yo era de la casa y la siento diferente ahora que me separé de ella, extraño la casa, cuando ella y yo, solas, éramos una, la extraño a ella y a mi, los miembros de la familia nunca fueron importantes para mi, ni yo para ellos, eso me pone a pensar que la casa y yo, solas ya no íbamos a estar, no valían la pena las críticas, los malos tratos, los desplantes, tenía que irme, tenía que alejarme de un ambiente que me enfermaba de enojo y decepción, y sacrificar mis espacios y los de la casa era lo que tenía que hacer...

Ahora, que me dispongo a cerrar los ojos, me quedo escuchando el ruido lejano de la televisión, el mismo programa nocturno que está familia ha integrado a su rutina de años, sintiéndose elegante y distinguida, cuando por dentro, son seres vacíos que no respetan el dolor de nadie, principalmente, el mío, faltando el respeto a mis emociones, a mi dolor de haber perdido al amor de mi vida, mi perra, y ellas comprar otra como si se tratara de una caja de galletas y fingir que nada pasó... La familia vivió un covid tan intenso que se olvidó de lo más importante... La familia.

Y de pronto... Llegan poemas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora