Secretas intensiones

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- Está...es mi... voluntad-logró decir con dificultad machacando las palabras el hombre recostado al respaldar de su cama. Firmar aquellas páginas le había supuesto un esfuerzo mayúsculo, sin embargo no pudo evitar la sonrisa torcida que se asomó en sus labios.

El apuesto abogado le dio a su joven asistente el sobre amarillo con los documentos recién firmados, el chico asintió con rostro serio, lo escondió entre sus ropas y acto seguido echó a correr como alma que se lleva el diablo hasta salir de la propiedad Saotome.

Si su destino estaba sellado y él se encontraba ya sin escapatoria del cuerpo maltrecho que le aprisionaba, aún podía jugarle una pequeña broma al descarado traidor que ahora intentaba usurpar el lugar de su hijo y a la bruja que lo acompañaba.

Porque para él solo Ranma era su hijo, el único. Nunca reconocería como suyo a un bastardo capaz de hacer lo que Mousse había estado haciendo con todos ellos.

Él no sabía de la existencia de aquel chico, no huyó como lo acusaban, y si Mousse en lugar de llegar a su vida cual serpiente se hubiese presentado como su hijo, quizás él hubiera pensado en reconocerlo.

Pero si ese tipejo y su esbirro eran capaz de cualquier cosa con tal de quedarse con su fortuna, entonces él les demostraría quien era Genma Saotome.

Solo hacia falta resistir un poco más sin delatar su verdadero estado y confiar en que aquella campesina no fuese lo suficientemente tonta como para no aferrarse a la oportunidad que ahora tenían ambos de vengarse del vil manipulador chino.
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-Lo siento, ella estaba llorando-intentó justificarse al ver a la mujer en la entrada, cuyo corto cabello estaba revuelto y algunos arañazos se remarcaban en su hermoso rostro.

La mujer frente a él lo miró con rabia y melancolía al mismo tiempo. Como si quisiera golpearlo, matarlo más bien. Como si en cualquier momento ella pudiera hecharse a sus brazos y romper a llorar.

-Sal de aquí, ahora mismo-exigió unos segundos después acercándose con una mirada feroz y casi arrancándole de los brazos a la niña.

- Cálmate, oye, no iba a hacerle nada, solo la sostuve para que dejara de llorar.

-Qué te importa si mi hija llora o no? Qué derecho tienes a tocarla!?-gritó haciéndolo retroceder por instinto- Descarado! Esto es lo último que me faltaba, sal de aquí.- exigió ella al tiempo que azotaba la puerta en su cara.

Ranma suspiró con pesadez y antes de marcharse pateó infantilmente la puerta intentando remarcar su autoridad.

-Bien, de todos formas no me importa. La próxima vez dejaré a tu hija llorando sola.

Esa mujer lo sacaba de quicio! Y ahora más que nunca estaba seguro de que no sería capaz de soportar la convivencia con ella.

Si, era bonita pero demasiado fastidiosa e insoportable y grosera se repitió mentalmente mirando el techo de su habitación.

-No tenía por qué portarse así conmigo-se quejó finalmente-solo entré por qué la niña seguía llorando!. Qué de malo tiene eso?

Se levantó de la cama donde se había dejado caer perezoso y empezó a dar vueltas en su habitación.

-Además es su culpa por dejar sola a una bebé, donde estaba ella? Qué tanto hacia cómo para no escuchar su llanto? Y que son esas fachas, se estaba peleando con alguien?
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- Suéltame, Mousse!, voy a arrancarle todo el cabello a esta desgraciada!-continuó ella forcejeando en un intento vano por liberarse de su agarre.

-Lo siento mucho, señora Saotome, me temo que no puedo permitirle tal cosa-respondió él, casi divertido con la disputa de aquellas dos fierecillas.

Sujetando por la cintura a Akane, cuando finalmente pudo separar a las dos mujeres, Mousse permaneció casi sin moverse, conteniendo prácticamente la respiración por el inesperado y tantas veces anhelado contacto con aquella mujer.

Su cuerpo era tan delgado, tan pequeño, tan calido y tan suave como la había imaginado, y su aroma lo hacía necesitar cada segundo un poco más de ella.

Bajo la excusa de separar a las combatientes, se permitió tocar aquel cuerpo, aquel pecado con rostro de ángel, que lo torturó en deseos desde la primera vez que la vio...

Mientras él seguía perdido en sus fantasías, Shampoo se levantaba, todavía atónita, a revisar en el espejo los destrozos que en ella había dejado la disputa.

Los cabellos revueltos de tantos tirones, la blusa de seda china medio rasgada y el rostro entrojecido por los golpes recibidos.

- Estúpida, desgraciada, que le hiciste a mi cabello!-gritó enfurecida al descubrir dispersos en el suelo y en su propio reflejo los muchos mechones de pelo que le faltaban.

-Shampoo, ya basta, largo de aquí-ordenó con voz serena su prometido, cuyas manos seguían aún sujetando la figura de quién, en definitiva, era su enemiga.

-Mousse-pronunció incrédula mirándolo a través del espejo.

Nadie en el mundo lo conocía mejor. Ella era su prometida. Y con solo mirarlo lo sabía, él estaba disfrutando aquella cercanía con la fea marimacho japonesa.

-No me escuchaste? He dicho que te marches. Nadie, absolutamente nadie, puede faltarle el respeto a la señora-sentenció con el mismo tono frío de siempre pero intentando acomodar un corto mechón de cabello tras la oreja de la chica, que ante el contacto se removió molesta y gritó algunas groserías.

Mousse sonrió divertido e insistió en acomodar el cabello de la mujer tan delicadamente que más bien parecía una caricia.

Antes de que pudiera replicar algo, su prometido casi gritándole había repetido la orden dada y ella reprimiendo sus emociones se había marchado de ahí, dejándolo a solas con aquella bruta y salvaje a quien por capricho le llamaban "señora".

Esa estúpida no estaba ni cerca de ser una señora! No era más que una salvaje y ni siquiera era tan bonita como decían.

Ella era mucho más bonita, más atractiva, más digna de ser llamada señora de esa casa. Y así sería pronto, esperaba ella, Mousse se encargaría del viejo y su inmaduro hijo y junto a Shampoo tomarían todo para ellos, serían los nuevos dueños de todas las propiedades Saotome. 

Sin embargo, los planes de su prometido estaban tardando demasiado, quizás, pensó Shampoo, ella podía ayudar en el proceso.

Después de todo, el viejo permanecía encamado o sentado sin moverse todo el día. No hablaba, no se movía... quizás si ella se colaba una noche en su habitación podría terminar con el sufrimiento de aquel infeliz y de paso apurar a Mousse a cumplir sus promesas.

CautivaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora